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El imaginario paisajistico en el litoral y el sur argentinos


Enviado por   •  2 de Octubre de 2016  •  Resumen  •  7.069 Palabras (29 Páginas)  •  392 Visitas

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El imaginario paisajístico en el litoral y el sur argentinos

En las tres décadas que median entre la organización nacional y la unidad definitiva de las provincias del Plata, las formas de ocupación del territorio constituyeron un tema común en los debates políticos. Por una vez el quiebre político coincide en forma bastante aproximada con los cambios en la percepción y construcción territorial. El primero, en 1853, con la posibilidad de conformar un espacio que respondiera al genérico clamor de “progreso”, el segundo, 1880, con la consolidación de ciertas direcciones maestras en las formas de habitar rioplatenses que serán ya difíciles de transformar.
En las formas de habitar figuraba el núcleo tanto de los proyectos futuros como de las persistencias del pasado.
Desde el punto de vista de la estructura económica, se acordaba que los problemas de aislamiento se  debían solucionas promoviendo grandes trabajos técnicos.
Esta empresa de transformación del espacio rioplatense coincidía con el impulso global de la sociedad decimonónica hacia el progreso material.
Apenas existe en el Rio de la Plata una mirada paisajística antes de las fuertes imágenes trazadas por escritores románticos como Sarmiento y Echeverría.
Sarmiento,  fija una imagen continua de los diversos paisajes, les otorga valores morales y sentidos políticos.
La novedad consistió en la utilización del paisaje para nuevos fines políticos y científicos estrechamente enlazados.
la articulación entre el carácter de un paisaje y las formas de gobierno ya estaban planteadas en los principales referentes iluministas, pero el Rio de la Plata carecía de la invención plástica. La escasa iconografía estaba en mano de algunos viajeros más literatos que pintores.
Es la palabra, no la imagen, la que triunfa en el Rio de la Plata. Las palabras dan forma a paisajes que hablan de valores principalmente políticos.
El vacío de imágenes plásticas está íntimamente relacionado con un evidente desconocimiento del territorio que se extiende más allá de los limites tradicionales de Buenos Aires, Cuyo y Córdoba.
Las formas sarmientinas aparecen en jaque desde el lugar del conocimiento, y la necesidad de conocer estrecha sus vínculos con el dominio militar.
El viajero característico de la década del setenta puede ser ejemplificado en la figura del joven Zeballos, que reúne en sus sucesivos textos, hacia fines del periodo, múltiples fuentes.
El paisaje político de Sarmiento se ha transformado, en Zeballos, en paisaje científico, que otorga las bases para el dominio de la civilización.
La serie de novelas y cuentos de Fermin Cooper había puesto en escena las dos versiones del Edén americano: la sacralidad del mundo virgen ya en vías de extinción, y el jardín civilizado; los tipos humanos son clasificados de acuerdo con el paisaje predeterminado; al desierto corresponden los indios.
Indio y desierto son una misma cosa: una frase hecha repetida hasta el cansancio en discursos oficiales y artículos periodísticos. Y eliminando el indio, la pampa ya no vuelve más a ser sinónimo de desierto, pero no es Arcadia, sino tierra civilizada.
Sarmiento se detenia en las descripción de la frontera semihabitada.
Su habitante natural, el gaucho posee forma, fuerza y definición.
Será el gaucho, el que represente más tarde esa incomprensible condición del ser nacional.
Hacia 1881, Blanes ya ha pintado
Los tres chiripás. En él, por primera vez, el paisaje de la pampa halla su figuración plástica nacional.
La Argentina se ciñe, una y otra vez, a esta imagen clásica de vasta llanura, en los que cree encontrar los secretos de su identidad.
Sarmiento había trazado otra imagen posible y deseable para la campaña: el jardín de las colonias de inmigrantes.
El contraste entre las villas nacionales y las incipientes colonias “alemanas o escocesas” del sur de Buenos Aires ya está en el
Facundo y porta con él, como corolario, la necesidad del trasplante: Los criollos pueden tener valor y destreza, pero para cultivar un jardín se necesita trabajo. Sarmiento imagina villas pintorescas como las que conoció en el norte de América.
Después de su trabajo como concejal porteño, Sarmiento prefigura la vuelta de una barbarie que ahora anida en el baile de máscaras más que en la pobreza.
Buenos Aires, la ciudad civilizada, se presentará cada vez con mayor insistencia bajo los atributos de lujo y vanidad.

La máquina en el desierto

Desde la publicación de La cautiva en 1837, este poema recoloca en una nueva clave una serie de lugares comunes ya utilizados para comprender la pampa: la comparación con el océano, el viaje terrestre como errancia marítima, el cielo rojo que anuncia la quemazón, el silencio amenazador de la noche y, especialmente, el sentido de todas estas figuras anudado por los hijos de esa naturaleza, los indios.
La pampa, el desierto, se interpreta como unidad: cubre todo el espacio más allá del río Salado.
El nombre pampa había sido adoptado también para la variedad de pueblos que la habitaban.
Aparentemente, en las cartas geográficas nunca dejó de usarse el plural
pampas, reconociendo la multitud de paisajes que albergaba el nombre; es la literatura romántica la que ofrece el singular para estas tierras, otorgándole un carácter diferencial, y también unidad representativa.
Desde la primera mitad del siglo XVIII, las pampas son ya
el desierto.
Estas pampas fueron sede  de multitud de leyendas que permanecen hasta avanzado el siglo XVIII. Algunas derivaban de las extrañas formas de esqueletos fósiles que fácilmente podían hallarse en estos terrenos “vírgenes”.
Otras se originan en los primeros movimientos de los conquistadores en busca de riqueza metálica, como la sierra del Plata o la ciudad de los Césares Blancos, que con el tiempo adquirió perfiles campestres.
Neuquén, en donde quedó confinada la leyenda originaria, sugirió por sus hermosos paisajes la existencia secular de una Arcadia encerrada por el desierto adyacente, conocido como el
país del diablo.

La historia irrumpe en el desierto

Rosas había logrado una paz parcial con grupos indígenas, triunfo que, en la imaginación opositora, no hacía más que abonar el costado salvaje de la dictadura.
El indio entró en su breve período histórico después de la caída de Rosas. Las noticias anteriores son vagas: si entre 1852 y 1880 se especifica su historia, es porque ella forma parte directa de las sucesivas luchas políticas rioplatenses. Cuando cayó Rosas, Calfucurá, cacique araucano, desvinculado automáticamente de los pactos con el gobierno y aprovechando la desorganización y falta de vigilancia producida en la campaña a raíz de la guerra civil, reunió las principales parcialidades indias, y se aprestó para los grandes malones que inauguraron la presencia de la Confederación Indígena en las pampas.
Los malones, concentrados en Buenos Aires en la décadas del cincuenta, avanzaron sobre las fronteras de la Confederación Argentina entre 1862 y 1868; en 1867 se promulgó la ley de 215 de la Conquista del Desierto y la Ocupación del Rió Negro como límite.
Cuando roca es convocado en 1875, sabía qué poder tenían el Remington y el telégrafo, qué poder la ciencia y qué poder la ingeniería para un conocimiento preciso del desierto.
Los últimos episodios de la conquista del desierto se desarrollaron entre los años 1880 y 1885.
El famoso pintor Blanes había sido convocado ya en 1789 para representar la culminación de la campaña: un amplio panorama de vastas tierras secas, el Ejército desplegado con parsimonia, el centro ocupado por los jefes principales montados en caballos briosos. Arrinconados a la izquierda del plano, los indios.
Las fuertes sombras del amanecer cubren a los indígenas; el sol ilumina la infantería militar.

Las estrategias de ocupación y la forma territorial

 Se alude con frecuencia, en la época, a las negociaciones que tanto la Confederación como Buenos Aires entablaron con los indios, con el fin de utilizarlos a su favor en las luchas facciosas y al comercio ilegal del cual se alimentaba la frontera.
El problema principal de la frontera se encontraba, para muchos, en el estilo político de las ciudades.
Dos son las convicciones más asiduas sobre el problema del desierto: “Poblar es conquistar y gobernar y “no es el indio sino el desierto”.
La articulación de ambas convicciones implicaba directamente la necesidad de conocer el territorio que se intentaba dominar.
La corrupción moral de la frontera se espejaba así en la ambigüedad de los limites administrativos y la ausencia de ciudades estructuradas formalmente, en combinación ominosa con el carácter de la vasta extensión.
Las discusiones sobre la estrategia a decidir contra las naciones indígenas no implicaban sólo cuestiones de ciencia militar, sino complejas visiones de la sociedad presente y futura. Quienes abogaban por el avance gradual de las fronteras  complementaban esta perspectiva con la formación de colonias agrícolas, la introducción de inmigrantes europeos que renovaran la raza, la multiplicación de pueblos, dando por sentado que esta transformación vencería por si misma la barbarie. La alternativa era la guerra de exterminio, merced a la cual se ganarían rápidamente espacios aún desconocidos pero de enorme riqueza potencial.
Tal opción culminó en la consolidación del Estado argentino unificado bajo el conocido lema
paz y administración.
Tres características principales se desprenden del tipo de expansión de la Corona al sur y al oeste de Buenos Aires desde el siglo XVII y especialmente en el XVIII: la articulación entre “poblar y conquistar”, el avance gradual de la frontera es una línea fortificada siempre paralela al Salado; la dependencia de la topografía con respecto al aparato militar. Se trató de una estrategia en el sentido moderno de la palabra, caracterizada por una fuerte inflexión científica, con acento en la defensa y los sistemas de fortificaciones, en la ocupación de puntos clave del territorio.
Una concisa mirada a los fuertes de entonces nos puede dar una idea de la distancia entre los avances técnicos que se desplegaban para defender las posiciones en Europa y la pobreza local.
La idea de “poblar” de las décadas de 1850 a 1880 se articulaba también con la tradición fisiocrática. El coronel Pedro Andrés García, en su
Diario de viaje a Salinas Grandes resumía así, en 1810, las medidas más urgentes para el progreso del país: “primera, mensura exacta de las tierras; segunda, división y repartimiento; tercera, formación de pequeñas poblaciones; cuarta, seguridad de las fronteras y líneas a donde deben fijarse”. Y agregaba que la formación de poblaciones rurales implicaba principalmente “fomentar en ellas la agricultura y la industria”.
Los años de 1875 a 1877, recuerda Zeballos, habían sido años de horrores y angustias para la campaña y, como consecuencia, se decidió la materialización del límite ideal de la “frontera”: rodear el territorio ocupado por la civilización con una zanja, como era el uso en las estancias.
La materialización de la nueva frontera fue acompañada a todo lo largo por un telégrafo, la pieza clave para localizar la entrada y salida de los malones, destruyendo una de las ventajas de la esquiva estrategia indígena: la sorpresa.

Conocer y ocupar el desierto.

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