Reina Del Sur
Enviado por oscarlechuuga • 9 de Agosto de 2011 • 1.638 Palabras (7 Páginas) • 952 Visitas
Las Teresas de Beatriz
Beatriz Benito
Fragmento de
Teresa Mendoza: épica de una guerrera (Análisis del personaje de Teresa Mendoza y su perseverancia heroica en la novela La Reina del Sur de Arturo Pérez-Reverte)
Hay gente que sueña y que se resigna sólo a soñar y gente que sueña y que además, pone un pie delante del otro y camina para hacer realidad sus sueños.
Arturo Pérez-Reverte
Cuando voy por la calle no hago más que mirar y consolidar una idea que surgió a partir de conocer la vida y transformación de Teresa Mendoza; toda mujer que veo es digna guerrera, cada una vive su propia épica, fragmentándose, aniquilando los restos de vidas pasadas. Pienso que uno nunca es la misma persona del pasado, del presente, ni siquiera del futuro. Cada vida, cada rostro, aunque ajeno, es una pieza de un inmenso rompecabezas que se une al pasar el tiempo; como al tener viejas fotografías con el objeto de recordar. Como decía Teresa Mendoza, "[completar las fotografías] con el resto de nuestras vidas".[1] Siempre hay transformaciones o mutaciones extrañas en la vida que hacen desaparecer cualquier vestigio de lo que se fue, de lo que se deseaba ser. Es cierto, hoy debo reconocerlo, al igual que Teresa Mendoza y como muchas mujeres, me fui fragmentando, pedazos de mí cubrieron las calles; huí con miedo, con el terror de no saber qué me esperaba al atravesar el primer umbral, la primera puerta de un lugar desconocido, y por ello aterrador. A pesar del dolor y el sufrimiento, poco a poco aprendí a cerrar capítulos, a tener agallas para emprender nuevos caminos y a tener valor al enfrentarme a los monstruos más espantosos, aunque he de ser sincera, el peor miedo fue a mí misma, a la soledad.
Resulta muy difícil despertar un día con la seguridad de que el fin ha llegado, y que se está del otro lado. De ése en el que jamás se desea estar. Que la vida te confina al limbo de oscuridad, con recuerdos, dolor y angustia. Por ello, quise tener alas y volar, llegar muy lejos, hasta donde nadie me pudiera alcanzar, olvidar, dejar de recordar.
El dolor era grande, aprisionaba, no el cuerpo, sino el alma, la mente, el ser. Empecé a extrañar y con ello llegó la soledad, fiel compañera de lo eterno, estaba sola, completamente sola. Entonces grité y nadie volteó a verme. Así llegó mi mentor, en diciembre del 2004; su ayuda, una novela, La reina del Sur de Arturo Pérez-Reverte. Desde ese día, este libro ha formado parte de mi vida y ha sido imprescindible durante estos años de formación académica. Recordé que el dolor es algo inherente a la madurez. Así aprendemos.
Los errores son dolorosos, aunque reflejan en gran medida lo que uno es; a la misma vez marcan el derrotero a seguir, el lugar a donde se debe correr. No para hallar un refugio, un escondite; sino para transformar la vida entera. Mi transformación no fue sencilla, como no lo fue para Teresa. Primero había que romper con las ideas que desde el pasado fueron reglas a seguir, como el de asumir roles que otros imponen en el camino. La travesía no fue de doce años, como en el caso de Teresa Mendoza, bastaron tres para darme cuenta de que:
nadie va aliviarle pasitos al camino. Nadie es para siempre, nadie está a salvo, y toda seguridad es peligrosa. De pronto despiertas con la evidencia de que resulta imposible sustraerse a la mera vida; de que la existencia es camino y que caminar implica elección continua. O esto o lo otro, con quién vives, a quién amas, queriendo o sin querer. A fin de cuentas, elegir.[2]
El camino lo debía de recorrer sola, por primera vez y el miedo no es alentador, lo malo no es siquiera esperar al destino, sino todo aquello que era capaz de imaginar mientras esperaba. Tratando de elegir de algún modo. Muchas veces confronté a la Beatriz de antes con la de hoy, era como verme en muchos espejos, y cada uno de ellos estaba dispuesto a gritar mis errores, a marcar mis virtudes. Siempre con la única esperanza de que al amanecer aquella Beatriz indiferente, cobarde y miedosa quedara enterrada o prisionera de cualquier otro lugar. Busqué nuevas perspectivas de vida, de mi vida. Y las encontré.
Leer la vida de Teresa (su perseverancia, su anhelo por sobrevivir, por mantenerse viva, aún rodeada de cadáveres ambulantes y putrefactos de horror y muerte) era un aliciente más. Ella seguía, empuñando su única arma: la fortaleza de su corazón; y yo, siguiendo sus huellas, tan firmes, tan reales. Me miraba en ella como si viera un reflejo en agua turbia, aunque al mismo tiempo parecía aclararse con mi propio reflejo. Veía a Teresa tan entera, tan mujer, que me era extraño que fuera producto de la imaginación de un hombre; sólo era una morra,
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