Ensayo De Banco De La Republica
Enviado por saydagal • 11 de Abril de 2013 • 2.408 Palabras (10 Páginas) • 480 Visitas
¿Qué es la autonomía?
Al intentar definir qué es la autonomía nos vemos pronto atrapados sin saber qué fronteras marcar, qué límites, qué prácticas señalar. Pregunta: ¿Qué es la autonomía? Difícil contestar. ¿La autonomía es una idea? ¿la autonomía es una practica? ¿la autonomía es un tipo de organización? ¿la autonomía es algo difuso? La autonomía somos tod@s. Definir la autonomía se escapa a nuestras posibilidades porque la autonomía tiene la fuerza de aquello que no logra ser nunca del todo, de lo que siempre se mueve y jamás termina (proceso continuo), jamás diremos "hasta aquí". La autonomía es algo indefinible y sin embargo existe y la vivimos, la olemos, la encarcelan, la reprimen De lo que se trata entonces es de señalar algunos puntos a partir de los cuales podamos identificar en que consiste la autonomía. Pero estos puntos no agotan el ser de la autonomía, no logran fijarla, establecerla en suelo estable, porque ella siempre gira, inabarcable, infinita, absoluta. Definirla definitivamente es matarla, contentémonos con seguir sus huellas.
Huellas. La autonomía constituye una práctica histórica. Huellas. De ella podemos encontrar distintos ejemplos: la Comuna de París, los Soviets de los primeros tiempos de la revolución rusa de 1917, los comités de 1936. Fueron estos, momentos revolucionarios en los que la clase obrera tendía a autoorganizarse en base a criterios de democracia de base y consejista, intentando ir más allá de la mera reivindicación económica o política. En estas circunstancias, la clase obrera se constituía en protagonista de la lucha, rompiendo con la mediación de la burguesía y sus instituciones. Pareciera que en este contexto la autonomía se conformara como una práctica consecuente con un proyecto de transformación social. Hoy, encontramos una corriente política, una postura vital, una práctica y un hacer que se reivindica abiertamente de la autonomía, es más, que ella misma se autodenomina así: autonomía obrera . Esta autonomía obrera encontró también un momento histórico de emergencia en torno a las luchas surgidas en el 68 en diversos países: Francia, Alemania, Italia, EE.UU., Checoslovaquia, México. etc. La autonomía obrera recoge buena parte de ese importante momento de ruptura que fue el año 68 (y que en países como Italia, se alargaría basta el año 1977), incorporándola a una ya más larga tradición obrerista y en lugares como el Estado español a una también larga tradición libertaria (1).
La consolidación de este movimiento de la autonomía obrera, de esta multitud de comportamientos, deseos, significados, actos, discursos, lenguajes y latidos que se reivindican abiertamente de lo autónomo, su desarrollo y sus características más peculiares fueron fruto de su época, de su contexto. La autonomía obrera sin duda podría haber sido muchas cosas y sin embargo fue (y es) lo que fue (y es, y no es). Y lo que fue, fue coherente con los cambios que se estaban produciendo en el mundo durante la segunda mitad del siglo XX. Apurando la cuestión, la autonomía no fue más que la reactualización del viejo proyecto revolucionario propio de la modernidad en un contexto transformado profundamente. La autonomía consistió en una relectura del mundo y en un intento coherente de llevar a cabo en ella la transformación social. En el centro de esta relectura estuvo la comprensión de los cambios que se estaban produciendo en la organización del trabajo (fin del periodo fordista), de las formas y de los medios de producción, de los mecanismos de extracción de beneficios del capitalismo, etc. Todo ello confluye en un cambio en la configuración de los sujetos sociales protagonistas de la lucha de clases que llevó a un replanteamiento profundo de la forma de hacer política (en el mejor sentido del término y a falta de otro mejor).
Hasta el momento, todos los proyectos revolucionarios habían partido de la premisa de que el conflicto entre Capital y Trabajo (es decir, entre los patronos y l@s obrer@s) era el más importante de todos. Todos los esfuerzos de lucha se focalizaban en este campo. Lo importante era incidir en el proceso de producción y ello era relativamente fácil: el proceso productivo se localizaba en un área bastante bien delimitada como era la gran fábrica fordista que albergaba a miles de trabajador@s. La concentración en un mismo espacio permitía pautas de sociabilidad que creaban una experiencia compartida, unas condiciones de vida relativamente similares que a la larga creaban a su vez un sentimiento de identidad en tanto que clase (aquello de la conciencia de clase). La lucha revolucionaria se centraba en torno a la fábrica y el método de lucha por excelencia era la huelga, que paralizaba la producción. El sujeto protagonista de las luchas era el Proletariado (con mayúscula) (2). Este, con su liberación lograría liberar al conjunto de la humanidad, era un sujeto portador de lo universal. Todo proyecto de liberación quedaba supeditado a la liberación del trabajo y la destrucción del sistema capitalista: la liberación de la mujer se produciría gracias a la abolición de la propiedad privada y la instauración de la dictadura del proletariado (3), el conflicto generacional no tendría lugar en la nueva sociedad, la cuestión ecológica carecía de sentido, las luchas de todo tipo de minorías se resolverían de golpe y porrazo, etc (4).
Esta concepción se iría al traste con el gran cambio que se produjo en la segunda mitad del siglo XX, con la aparición de lo que se ha conocido como postfordismo (5). Este supuso el fraccionamiento de la gran fábrica a lo largo de toda la sociedad (la sociedad-fábrica) en pequeñas unidades de producción descentralizadas. La fábrica como espacio delimitado de la producción dejaba de ser predominante. La sociedad entera se convierte en una gran fábrica. En ella ya no hay sectores improductivos. Todo sirve para la reproducción del capital, que todo lo invade, toda la sociedad queda sometida a la lógica del capital. En este contexto, las luchas anticapitalistas no podían reducirse a la fábrica y a la figura obrera que las integraba (figura esta por otro lado integrada en la gestión del capitalismo a través de lo que se ha conocido como estado del bienestar). La autonomía obrera supuso una puesta en primer plano de las luchas sociales de todo tipo, consideradas hasta entonces como secundarias o dependientes del conflicto laboral, y una toma en consideración de toda una serie de actores sociales que emergían de los márgenes del sistema capitalista: jóvenes, estudiantes precarios surgidos de la masificación de la universidad, trabajador@s, inmigrantes, parad@s, delincuentes comunes, pres@s...
Todos ellos se caracterizaban por un rechazo directo del trabajo (con respecto al cual
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