Ensayo De Tuna
Enviado por josescalona • 22 de Diciembre de 2011 • 2.049 Palabras (9 Páginas) • 639 Visitas
LIBRO DEL BUEN TUNAR
CAPITULO I
DO SE DICE EL NASCIMIENTO DELQUE AQUESTO ESCRIBE, CÓMO ESTUVO DE BACHILLERANTE Y CÓMO LLEGO, EN FIN, A LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE
Nasció mi gracia en Orcera, de la Sierra de Segura en el Reino de Jaén, tierra de corzos, osos, jabalíes, ardas y alazores, nieves y calores e de sopladores de aguardiente, que no alquería ni aldea hay que no tenga su alquitara o alambique con que remediarse
Son los de allí, como serranos, de ágil cuerpo y andariego, buenos para labrar la madera y conducilla por los caminos de las aguas, ansí como para la guerra, tanto a pié como a caballo. Llámase, en mi país, a los de mi pueblo, rabudos. Y no, aunque pudiera ser, por lo que vuesas mercedes pueden estar pensando, sino por ser un algo desgarrados de genio sin que ello les empeza el ser buena gente, amigos de festejos, cancamuseros e grandes trasegadores.
Son en aqueste rincón del mundo, como en todas partes dél, los alguaciles taciturnos, fermosas las molineras, los arrieros cantores, los pastores zahareños y de suelta lengua los barberos, mas el cielo que hay sobre sus cabezas es tan limpio, tan azul, tan polido y tan tirante como no lo tendrá sobre sí gente alguna en la haz de la tierra.
Las aguas claras, el limpio cielo y las andorgas ligeras han dado allí muy esclarecidos ingenios como el obispo Martín de Ayala, luminaria de Trento, y Abiljisal y un raro ingenio que fué físico el cual, ya por caridad de aorillarles dolores a las mujeres en el parto, ya por ansia de aligerar las arcas de los maridos con la invención, tentó en hallar la manera de que, en puesto de parir, pusieran las mujeres huevos, que es de más limpieza, menos trabaxo e mayor arreglo en todo punto, si que el conreo del engore no sea moco de pavo.
Tamaña osadía fue conoscida del Santo Oficio e dexó a los inquisidores dél tan perplexos, cogitabundos y alerdados qué no sabían qué hacer, pues jamás habían tenido suceso tal. Y de tal suerte que no sabían si mandar que lo prendieran o dexar que siguiera sus probatinas que las facía dando a algunas mugeres, devotas dél, cocimentos de mollejas de gallina, dicen, mixturados de cal amatada e de sangre de un gallo negro muy galano que tenía en su corral e del que, cada día, cortándole un pico de la cresta, sacaba un tomín de sangre.
Digo que siguió las probanzas de la manera dicha hasta que llegó a manos de la Inquisición un libro compuesto dél e que se llamaba Tractado por menudo de parto femenil, compuesto en los cinco movimientos dél por el Licenciado Juan de Benatae. Impreso en Baeza en casa de Juan Baptista de Montoya. Y resultó que, en uno de sus capítulos, se dicía ser lícito, si el huevo no se engorara, freíllo o hacer dél tortilla, ya con tacos de jamón, ya con fabas, ya con cualquiera de las cosas de las usadas en dicho manjar, herejía manifiesta con que mandaron prendello e diéronle un repaso porque se retractara. E retractóse. Y como le dieron palos algunos, por lo convencer, lo dexaron castellado e no tornó a tener chanzas, ni a reir en su vida e consumió la que le quedaba en plantar nabos, afición de los de su pueblo, en una aldea que llaman La Hueta. Por si algo faltaba a su desgracia, cayó en la flor de leerle el Apocalipsis a San Juan Evangelista e, cuando libaba demasiadamente, comenzaba a ver la Bestia de las siete cabezas y los diez cuernos, los veinticuatro ancianos, y oír pífanos, trompetas, atabales y demas comparsería del juyzio postrero. Los burros o mulos que pastando estaban, creíalos los jinetes del Apocalipsis y fuía dellos como loco, dando calabazadas en las peñas y, con tantas destas bestias por los campos, no paraba en lugar alguno. Tuvo mala muerte y fué olvidado que es ése el fin que aguarda a los que intentan grandes cosas en beneficio del próximo.
Dexando aquesta triste estoria, seguiré diciendo que mi gente es Aguilar, de la cepa granadina de cuya cepa vínose a Segura, puebla empingorotada, antigüísimna, guerrera y abundosa de glorias, un vástago o mugrón que se llamó Don Lope del cual, de unos en otros, llegaron hasta mí los vicios e virtudes de los Aguilares, de los cuales es el orgullo el principal y la más excelsa dellas la generosidad, sin que quiera dicir aquesto que me sea muy poco orgulloso y generoso asaz y no, más bien, al contrario modo.
En mi dicho pueblo, que está al recuesto de un monte que llaman Peñalta, pasé mi edad primera a los soles y a los aires y lluvias y nieves y a toda cosa que del cielo venia e que mandaba Dios. Y ansi me las andaba, arriba y abaxo, apedreando canes, comiendo, a hurto de mi madre, fritura de lagarto, aligerando árboles de peso, oliéndome las manos a cal y a romero las rodillas, el pelo a oliva y el ánima a libertad. Calentando con nieve mis manos en invierno y refrescando la piel con agua de verano.
Allí también aprendí las primeras letras con bondadosos maestros como aquel Don Miguel de aventajado vientre y Don Manuel de voz atronadora como tiro de búzano. Que nunca dellos me olvido.
Llegóse al fin la hora de entrar de bachillerante e truxéronme a la corte, a un colegio de clérigos menores cuyos mejores maestros no eran de la orden, sino un hermano Modesto. A saber, un don Sebastián, de Algebra y un don Fabriciano, capitán de Tercios al que debo mi gusto y hábil disposición para la lengua latina.
El caso es que salí bachiller y llegó la hora de ir a la universidad y, por ser yo de suelta lengua, concordaron mis mayores que sería arreglado estudio para mí el de leyes y ansí lo llevé a efecto.
Entré, pues, en la Complutense, fortunada fundación del Cardenal Ximénez de Cisneros y allí empezó mi nueva vida.
CAPÍTULO II
DE CÓMO ENTRÉ EN LA UNIVERSIDAD, NAMORE- ME, ME HABLARON DE LA TUNA Y DETERM1N~ EN ELLA ENTRAR
Llegué, pues, a la Universidad y allí
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