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Ensayo sobre la felicidad


Enviado por   •  8 de Diciembre de 2014  •  2.468 Palabras (10 Páginas)  •  224 Visitas

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Ensayo sobre la felicidad

La definición del concepto de felicidad ha ocupado históricamente el tiempo y el esfuerzo de la mayoría de los pensadores y filósofos. Las conclusiones expuestas desde los orígenes del pensamiento son de tal diversidad, amplitud y desigualdad que me empuja a la búsqueda de un concepto propio, nuevo, adaptado a los tiempos. Considerando por una parte el fruto de la información disponible y de mi propia experiencia, y por otra la consideración de lo que creo fundamental expresión de valor respecto de los que expusieron antes, esto es la verdad incontrastable de los hechos. Me pregunto cuántos de quienes filosofaron acerca de la felicidad y su búsqueda, pudieron luego, en la medida de las fuerzas, la determinación y el tesón que le eran propios, alcanzarla y vivir en tal estado.

Me responden ejemplos conocidos que no alcanzan. Veo en el espejo de mi propio pensamiento lo que en mi propia vida sucede al respecto cuando me hago la trascendental pregunta acerca del “ser feliz”. La respuesta es siempre una. Puedo, en el mismo camino de los que me enseñaron a caminar, ensayar ideas y definiciones más o menos válidas, intentar llevarlas a la práctica decididamente, pero no puedo escapar al asecho de los males que pugnan por alejarme de la perfección, contaminar la pureza propia del estado de ser feliz y acabar con ese delicado equilibrio en un instante.

Comprendo entonces que puedo definir la felicidad, quizá hasta de modo más o menos imparcial y objetivo, aun considerando que lo que me hace feliz a mí no lo hace feliz a usted por definición. Pero esa definición es relativa con el contraste de la vida real, y luego la felicidad resulta ser simplemente un camino, jamás un destino al que deba aspirar.

Qué es Felicidad

En consideración al hecho de que frecuentemente nuestros males actuales se deben a desvíos de certezas pasadas, me gusta comenzar cualquier análisis por la etimología de las palabras que nos ocupan. En este caso el término “Felicidad”.

Poco sorprendente, o en realidad nada, resulta descubrir que tanto el origen latín del término (phoelix) como su paralelo griego (eudaimonía) refieren a circunstancias espirituales y trascendentes y en ningún aspecto su aplicación literal estaba asociada a cuestiones referidas al placer, el bienestar sensorial o el epicureísmo con que frecuentemente se lo refiere hoy. En la sabia Grecia antigua se hablaba de eudaimonía (eu-bien y daimwn-divinidad) como el mayor bien posible de un ser humano. Los filósofos antiguos definían de hecho esta disciplina como la búsqueda de la felicidad, mediante el amor al conocimiento, y no como la mera búsqueda de una verdad improductiva. Podríamos simplificar diciendo que tener un buen espíritu produce eudaimonía, o es su consecuencia. Buen o mal espíritu, cercanía de las cosas espirituales buenas o malas, de allí pareciera provenir. El termino demonio, como definición de mala divinidad, proviene de este mismo daimwn.

En el latín la claridad de la significancia es aún más contundente. Resulta que el termino phoelix, félix, y luego feliz, fue creado como definición de la fecundidad, y especialmente comenzó a utilizarse para ilustrar el estado de una hembra amamantando a su cría, como máximo ejemplo de esta profusión de la vida productiva y la abundancia. Luego el término se asoció más a la mujer, y en agricultura se hablaba de árbol félix, campo félix, como definición de su generosa producción. Porque si algo queda claro en este sentido de la palabra feliz, en su origen latino, es que parece siempre estar más relacionado al hecho de dar, que de recibir algún bien o dádiva.

No resulta entonces demasiado llamativo tampoco el hecho de que una sociedad construida sobre principios como el egoísmo antes que de la compasión, la individualidad antes que la solidaridad, la satisfacción externa antes que el mérito espiritual, y la posesión antes que la dádiva, de cómo resultado una generación de hombres y mujeres escasamente felices.

Inspiró justamente el análisis, y es la base de este ensayo breve, la incoherente relación comparativa que existe entre el nivel de vida de la sociedad actual y su sentimiento de realización o felicidad. La inversa relación entre una especie cada día más evolucionada técnicamente, con avances incomparables en términos de bienestar, superpoblada de recetas espiritualistas mágicas, y sin embargo frecuentemente insatisfecha. En el camino he encontrado respuestas contundentes que comparto de modo más o menos ordenado.

El camino de la Felicidad

Empezaré determinando el mayor sinsentido que encuentro en la concepción mayoritaria de la felicidad, planteándosela como un objetivo definitivo, una meta, un algo a conquistar en la vida. Cuando se indaga a la mayoría de la gente acerca de si es feliz, las respuestas se dividen en dos grandes bandos. Los que responden instintivamente “a veces soy feliz, porque la felicidad son momentos”, y los que atinan a un aún más desacertado “será feliz cuando logre…” tal o cual cosa. Una y otra evaluaciones son imprecisas. La felicidad no es una meta futura, ni es un devenir esporádico. La felicidad es, a todas luces, un estado definitivo que se alcanza con cierta elevación espiritual, en un marco de equilibrio personal entre lo que deseo, lo que soy y lo que poseo, pero fuertemente sustentado en la convicción y seguridad de estar en el camino correcto. La felicidad, fertilidad, abundancia, bendición, buena deidad, bienaventuranza… es un estado permanente de quienes entienden el devenir y el por venir, viven dedicados a fines trascendentes y disfrutan de la sorpresa e imprevisibilidad de la vida terrenal, aquí y ahora.

Es decir, analizo todas y cada una de las variables que componen ese tal estado de realización al que llamamos felicidad, trazo una serie de ideas básicas y excluyentes, pero eso no me hace feliz sino hasta que puedo vivirlo cada minuto de cada hora de cada uno de mis días. Ese es el camino. Esa la senda que me llevará a un estado de frecuente satisfacción al que puedo llamar felicidad.

Pensar el estado de felicidad como una meta, un sitio hacia el que voy, es sencillamente una utopía. De hecho ya deberíamos saber que las utopías no existen y son sólo espejismos que nos ayudan a avanzar en la vida y la conquista de nuestros ideales. Es sencillamente imposible llegar a un destino que no existe en mi mundo. Y no sería tan dañina la mentira de una quimera inalcanzable que me lleva a seguir adelante en su conquista, si no fuera que la frustración diaria de su inexistencia me aleja de satisfacción buscada. Quienes ven la felicidad como una meta viven mañana, sin disfrutar el hoy.

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