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Guayo Galeano


Enviado por   •  10 de Febrero de 2015  •  644 Palabras (3 Páginas)  •  459 Visitas

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Eduardo Galeano (Guayo Galeano)

- Eduardo Galeano, el testaferro de la dictadura de Tiburcio Carías, en realidad fui yo. Solo que cuando morí, me reencarné en un hombre bueno, hasta el sol de hoy

El coronel Guayo Galeano se hizo cargo de la Comandancia de Armas de La Lima para poner orden y seguridad, tal cual un legado filosófico del dictador Tiburcio Carias Andino. Llegó con una lista negra para salvar a la patria de obreros explotados, sindicalistas, líderes y lideresas, comunistas, liberales y todos los que no eran cachurecos, que andaban de revoltosos haciendo una huelga bananera en 1954.

El coronel como a otros de su estirpe, la dictadura le dio un sobre blanco para decidir sobre la obra y vida de las personas. En pleno episodio de la huelga, Guayo impuso toques de queda a partir de las diez de la noche, hora en que se desplazaba con su motocarro por las fincas, para capturar a los huelguistas. En sus manos, muchos compatriotas no volvieron nunca a los barracones. Cuando los campeños escuchaban el ruido macabro del automotor a la medianoche, un sudor de muerte se apoderaba de los sentidos.

Guayo Galeano se graduó con honores cuando mandó a masacrar a los trabajadores que se metieron a una milpa abandonada por la compañía y que fue usada para dar de comer a los huelguistas. Los testimonios de la época cuentan del horror de la matanza.

Ideológicamente, Guayo no era ningún mortal con inocencia ideológica. Para nada. No solo admiraba a los “camisas negras” de la Italia fascista de Mussolini sino también amaba a Hitler, y probó ser su discípulo apasionado, pero además era un hombre profundamente religioso, amigo del barrio, buena gente, querendón, amante de los niños y la música clásica.

Para complacer su dulzura y sabiendo del sonido del Chamelecón a cuya ribera se aproximó para disparar sus miradas fulminantes hacia la Lima Vieja en donde su apiñaban miles de obreros de las compañías bananeras, se compró una marimba entera, la “América india”, que desde su vientre le susurraba angelicalmente, el “Danubio azul” o “los cuentos de los bosques de Viena”.

Era tierno. En varias ocasiones lanzaba al aire monedas de veinte centavos, a la garduña, mientras un enjambre de cipotes se tiraba al suelo para recogerlas. Cuando llegaban los primeros días de febrero era seguro que el ambiente de toda la ciudad se cubría de fiesta, a propósito del onomástico de la virgen de Suyapa. Había de todo. La marimba empezaba con el feliz cumpleaños a la morenita allí por las cuatro de la mañana; luego el himno nacional, más tarde,otra vez, “virgen de Suyapaa, ooh reina de Honduraas, la nacioón entera te aclama de hinojoos”, hasta cansarse, mientras los vecinos se arremolinaban para disfrutar de los cohetes, la rapadura de dulce y las infaltables borracheras con aguardiente puro, hasta perder la cordura.

Guayo Galeano se regodeaba

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