Guerra
Enviado por melissa2307 • 30 de Junio de 2014 • Ensayo • 2.254 Palabras (10 Páginas) • 192 Visitas
Acontecimientos que marcaron en fin de la segunda guerra mundial
La segunda Guerra Mundial es considerada como uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX. Su desenlace acabó con uno de los regímenes más represivos que el mundo haya conocido
-el nazismo- y puso fin a largos siglos de dominio de Europa Occidental en la historia mundial. Pero al mismo tiempo, determinó la conformación de una nueva configuración planetaria, estructurada en tomo a la oposición intersistémica entre el capitalismo y el socialismo, y estableció la emergencia de un vector superior en las relaciones internacionales: la lucha de las dos superpotencias por la supremacía. No obstante haber costado millones de vidas humanas, el fin de esta conflagración planetaria no supuso el surgimiento de un mundo más apacible en el cual los conflictos, oposiciones y tensiones se dirimieran a través de la negociación y la concertación. Por el contrario, traía en ciernes la semilla de una nueva forma de competición y de exacerbación de los conflictos: la guerra fría.
En la actualidad, cuando la Unión Soviética ha desaparecido, existe la tendencia por parte de algunos analistas a atribuir toda la responsabilidad del estallido de la guerra fría al Kremlin y a la camarilla dirigente entonces en el país de los soviéticos (por ejemplo, Walter Laqueur, La Europa de nuestro tiempo. Desde la segunda Guerra Mundial hasta la década de los 90, Buenos Aires, Vergara, 1994). Sin pretender negar la responsabilidad de Moscú, consideramos que un examen más ecuánime debe incorporar igualmente la participación de Gran Bretaña y Estados Unidos en el inicio y desarrollo de esta nueva forma de competición, por ser países que también alimentaron los recelos y trataron de configurar un orden en el que prevalecieran sus estrechos intereses nacionales.
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Vyacheslav Molotov, ministro de Relaciones Exteriores soviético, firma el tratado de no agresión con Alemania, en presencia de Stalin, del consejero Gustav Hilger y del embajador alemán Schulemberg. A la derecha, en el mismo acto, el ministro de Relaciones germano Joachim von Ribbentrop al lado de Stalin. Moscú, agosto 23 de 1939.
Ya en las postrimerías de esta guerra, cuando era evidente la inminente derrota de Alemania y Japón, los gobiernos de los principales países aliados -Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética- emprendieron acciones encaminadas a definir un mundo de postguerra que fuera acorde con la percepción que cada uno de ellos tenía de las relaciones internacionales. El tránsito de la colaboración a la confrontación ocurrió precisamente durante los meses finales de la guerra, por ser este el momento en que comenzó a vislumbrarse un nuevo panorama internacional de postguerra estructurado en tomo al declive de las potencias colonialistas (Gran Bretaña y Francia), el desmantelamiento de la principal potencia militar europea (Alemania) y el surgimiento de dos vigorosos Estados extra continentales con pretensiones hegemónicas a escala planetaria: Estados Unidos y la Unión Soviética. Sobre Moscú, Londres y Washington recayó la responsabilidad principal de que los conflictos se transfiguraran en una nueva forma de oposición ya no entre países, sino entre sistemas e ideologías.
La continuación de las tensiones y el origen de la guerra fría no fue únicamente el resultado de los cambios que se produjeron en los recursos de poder que favorecían a las llamadas superpotencias. Fue igualmente el producto de un cierto número de aprehensiones, suspicacias y recelos que mantenían las clases dominantes de los países centrales, así como también el resultado de profundas discrepancias ideológicas. La desconfianza de los líderes de la Unión Soviética se remontaba al período de preguerra. En la conferencia de Múnich de 1938, Gran Bretaña y Francia habían coludido (pactado en daño de tercero) con Alemania para que esta última se apoderara de los Sudetes checoslovacos. Los soviéticos interpretaron esta concesión como el deseo de Occidente de dejar las manos libres a la Alemania nazi para que ejerciera control en Europa del Este, incluida la Unión Soviética. El temor a que se reconstituyera una «cruzada anticomunista», como la que había tenido lugar en 1918, fue lo que indujo a los soviéticos a buscar un acercamiento con Alemania, tal como quedó consagrado en el Pacto Von Ribbentrop-Molotov (agosto 23 de 1939), y evitar así que su país se viera, desde un comienzo, envuelto en la guerra.
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Adolf Hitler.
Al finalizar el conflicto bélico, los soviéticos todavía conservaban el mismo tipo de aprehensiones. Pero entonces la Unión Soviética era un país muy diferente: no sólo había resistido a la impresionante maquinaria militar alemana, sino que había llevado a sus espaldas el peso fundamental de la guerra en el teatro europeo. Disponía, además, del ejército más grande de Europa, y en su persecución a los alemanes había liberado parte importante de Europa Central y Oriental, región en la cual ejercía una indiscutible supremacía. En tales condiciones, la clase dirigente soviética creó una nueva escala de objetivos, la cual consistía en crear un entorno regional que sirviera de garantía para su seguridad interna, posibilitara al mismo tiempo la ampliación del campo socialista y convirtiera a la URSS en un actor con el cual las otras grandes potencias y el mundo en general tuvieran indefectiblemente que contar.
La transformación de la Unión Soviética en líder de un subsistema mundial introdujo igualmente grandes transformaciones a nivel de la ideología. No sólo desapareció la insignificante permisividad ideológico-cultural de los años de la guerra, sino que se enarboló una nueva doctrina que debía guiar el accionar externo del país: la teoría de los dos mundos irreconciliables, capitalismo y socialismo. Esta nueva concepción del mundo sirvió de argumento para justificar la imposición del socialismo en aquellos países que habían sido liberados del yugo nazi por el ejército rojo y para reducirles su margen de autonomía. La «doctrina de las soberanías limitadas», que alcanzaría su máximo paroxismo en las décadas de los años cincuenta y sesenta con las invasiones a Hungría y Checoslovaquia en 1956 y 1968 respectivamente, nació en realidad cuando la «cortina de hierro» cayó sobre Praga en febrero de 1948.
Para el primer ministro británico Winston Churchill, los intereses supremos de Gran Bretaña en las postrimerías de
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