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Hermanas De Caridad-los Jesuitas


Enviado por   •  26 de Julio de 2014  •  567 Palabras (3 Páginas)  •  714 Visitas

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LAS HERMANAS DE LA CARIDAD – LOS JESUITAS.

Hay quienes crean que los Jesuitas son aptos para dirigir las escuelas republicanas: todavía hay quienes las confíen a las Hermanas de la Caridad, instrumentos del Jesuitismo y del retroceso. La escuela confiada al clero, es propia sólo de las monarquías absolutas. En una República, tal instrucción es un contrasentido y un peligro constante. En el momento en que el estado interviene en una escuela, la religión y el sacerdote, deben salir por la otra puerta. Nosotros no debemos hacer coro a semejantes doctrinas.

La hermana de la caridad es una infeliz mujer llena de ignorancia y de preocupaciones, manejadas por un jesuita ambicioso, y que es absolutamente inútil para la enseñanza. Y nos daremos por vencidos, si la escuela religiosa vence. Ellas enseñan una devoción tan inútil como estúpida; lo que ellas enseñan, es la esclavitud mujeril, la abyección, el odio a la libertad que va perpetuando la generación de mujeres sin patriotismo, la indiferencia a la libertad, todas esas doctrinas malsanas, oscuras, innobles, que nacen en el claustro, en las frías naves de la capilla.

Yo las estudiaba, las seguía de mil maneras, he interrogado a sus alumnas, he recibido la confidencia de algunas familias, y sobre todo, he analizado la institución, su objeto, su organismo, sus medios: y no vacilo en creerlas peligrosas.

Acépteselas, si se quiere, en los hospitales; yo, aun allí les disputaría su utilidad. Acépteselas allí para que disputen con los médicos, ellas que han salido muchas veces. Sí, aceptémoslas; pero cerrarles la puerta de la escuela republicana, de la escuela del estado, no sólo es conveniente; es un deber sagrado.

CÓMO DEBE SER EL MAESTRO DE ESCUELA POPULAR

Elevar al profesor, es evidentemente engrandecer la escuela. En vano se dotaría a ésta espléndidamente. Y puesto que se reconoce que el magisterio de la enseñanza pública es de una importancia vital para el progreso de las naciones, es preciso levantarlo al rango de las profesiones más ilustres, y eso se hace de dos maneras: exigiendo en el maestro una suma de conocimientos digna de su misión, y dando atractivo a ésta con el estímulo de grandes recompensas y honores. Cuando el maestro de escuela sepa que va a ser pagado, y que el estado lo ha de condecorar como a los ciudadanos más distinguidos, entonces veremos precipitarse a la juventud en la carrera del profesorado, y brillar el talento en la escuela. ¿Y por qué no ha de ser así? ¡Es tan sublime la misión de enseñar a los niños!

Martín Lucero, el gran reformador de la educación en Alemania, dijo lo siguiente:

"Todo el oro del mundo no sería suficiente para pagar los cuidados de un buen profesor".

Sobre todo, es indispensable más que nada, hacerle comprender que su misión no es religiosa, que sus ideas morales no deben

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