ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Historia de 1932


Enviado por   •  11 de Marzo de 2017  •  Informe  •  15.805 Palabras (64 Páginas)  •  308 Visitas

Página 1 de 64

Texto:”DERROCAMIENTO DEL PRESIDENTE ARTURO ARAUJO. EL GENERAL MAXIMILIANO HERNÁNDEZ MATÍNEZ ASUME LA PRESIDENCIA. El dos de diciembre de 1931, nueves meses después de inaugurado su periodo presidencial, Arturo Araujo fue derrocado por un golpe cuartelario comandado por un grupo de oficiales y sargentos, quienes, para cubrir las formalidades, adujeron que su acción se basaba en el derecho de insurrección reconocido expresamente por la Constitución Política. El depuesto presidente huyo y se asiló en Guatemala. Desde el mes de agosto del mismo año, sin embozos de ninguna clase, se hablaba insistentemente de un posible levantamiento que sería secundado por elementos militares. El golpe cuartelario fue cuidadosamente preparado por oficiales de baja graduación y clases (cabos y sargentos), tras de quienes se hallaba, según todas las circunstancias, una dirección intelectual suprema. Entre los organizadores, se distinguieron por su incansable actividad, los subtenientes Joaquín Castro Canizales (conocido en el campo de las letras por el seudónimo “Quino Caso”) y Julio César Escobar, periodista el primero y profesor el segundo, ambos ex - alumnos de la Escuela de Cabos y Sargentos. Los conspiradores explotaron magistralmente el retraso en el pago de los sueldos a la oficialidad y tropa. Esta motivación, que minó la lealtad de la gente de tropa hacia el gobierno, era apenas el pretexto para derrocar al presidente Araujo. Pero la causa fundamental que impulsara la conspiración fue la existencia de una situación revolucionaria, que, a pesar de ser incompleta, tenía posibilidades de madurar hasta adquirir las características clásicas completas. Era evidente que en tal situación campeaba el movimiento de masas dominado por el Partido Comunista de El Salvador, aunque tuviera serias debilidades en su dirección. Este período en referencia ya registraba esta situación: el modelo capitalista estructurado alrededor de la agro – exportación de café, en realidad ya era obsoleto desde los años inmediatamente posteriores a la primera guerra mundial, pero su honda crisis se precipitó, a ojos vista, a finales de la década de los 20, tal como ya se dijera. Entre las expresiones de esta 2 Lenin, Discurso Inaugural III Internacional crisis del modelo oligárquico cafetalero, encontramos: las combativas luchas del emergente movimiento obrero, que logró organizar y dirigir el movimiento campesino; las contradicciones de la clase hegemónica con su pequeña burguesía en lucha por la democratización del país. Todo esto, enmarcado en la gran crisis económica del mundo capitalista (1929 – 1933), que golpeara duramente a El Salvador. Por su parte, la oligarquía no hallaba la forma de seguir gobernando a la antigua usanza, y su dificultad de mantener en sus manos el poder, aun con la violencia, se hacían evidentes frente a un movimiento de masas que anhelaba vivir de forma distinta y que ya no quería sufrir la dominación oligárquica. Sin embargo, el movimiento revolucionario tenía un punto extremadamente débil: su carencia de fuerzas armadas para enfrentarse al ejército regular aunque tuviera trabajo de infiltración en éste. Otro punto débil era la espontaneidad que privaba, principalmente en el frente rural, en donde se tomaban iniciativas que escapaban al control y orientación de la dirección del PCS. Tal carencia de efectivo control y conducción de las masas, impedían ver un panorama claro y preciso respecto a los profundos cambios por los cuales se luchaba. No hubo, en pocas palabras, un correcto análisis de la situación del país ni acerca del carácter de la revolución que maduraba y de sus fuerzas motrices. No hubo el trazo de una estrategia y tácticas adecuadas. En otra parte de este trabajo, se hace referencia, precisamente, a errores de la III internacional que, a mi entender fueron decisivos en la orientación general que tuvieron los revolucionarios salvadoreños de la época. En estas condiciones, agudamente críticas, los golpistas aparecerían, tarde o temprano, ante los ojos de la oligarquía como “los salvadores” de la patria que habrían impedido el “caos y la anarquía” y logrado, por consiguiente, “orden y paz”. Sin embargo, para los conspiradores no era una tarea fácil, por que las masas expectantes ante el cambio violento de gobierno, podían, una vez agotada la expectación, pasar a la acción e impedir que los contrarrevolucionarios protagonizaran su papel hasta agotarlo; y tal acción podía suceder en el momento en que se observara un rumbo a la cosa pública peor al que ya había sido dado por el gobierno de Araujo. Esto último que decimos, fue tomado en cuenta, sin duda alguna por los conspiradores, quienes formaron en secreto un “Consejo de Oficiales, Soldados, Obreros y Campesinos”, sugerente nombre tendiente a confundir y desorientar a los soldados de alta, al mismo tiempo para preparar con mayor eficacia el golpe. No 3 Directorio Cívico Militar escapa, aun al observador menos experimentado, que con las fuerzas populares, por lo menos hasta que se consolidara el cuartelazo contra Araujo. Los conspiradores no expresaron antes ni inmediatamente después del golpe, ninguna actitud anticomunista. No debe descartarse que la eminencia gris y la alta oficialidad del Ejército, que maniobraban contra el gobierno de Araujo, tenían hambre y sed de poder. Las condiciones históricas, nacionales e internacionales, permitirían al Ejército surgir como fuerza decisiva y determinante en el futuro del país. Ya no sería más, de hecho, aunque la Constitución de la Republica lo ordenara, una institución obediente y no deliberante. La obediencia quedaría como una condición irrefragable para los rangos castrenses inferiores y la deliberación para los superiores. Una vez derrocado Araujo, el “Consejo de Oficiales, Soldados, Obreros y Campesinos”, que había sido el motor del cuartelazo, acordó formar un “Directorio Militar” que asumió el gobierno de facto. Diario Latino, del 3 de diciembre de 1931, publicó este documento: “En el cuartel del Primer Regimiento de Infantería, a las nueve horas del día 3 de diciembre de mil novecientos treinta y uno: Reunidos los infrascritos Delegados de los distintos regimientos: Primero de artillería, Subte. Julio C. Cañas y Subte. Carlos Rodríguez; Primero de Infantería, Capitán Manuel Urbina y teniente Joaquín Castro Canizales; de la Guardia Nacional, coronel Joaquín Valdés y teniente Juan Vicente Vidal; Primer Regimiento de Ametralladoras, Sub – teniente Alfonso Huezo y del Ministerio de Guerra, Coronel Osmín Aguirre, han convenido en lo siguiente: Que en vista de que el señor Ingeniero Arturo abandonó el cargo de Presidente de la República de que estaba investido, han resuelto reunirse para formar un Directorio Militar, el cual, por votación de los Delegados, quedó formado por los miembros que a continuación se expresan: Coronel Joaquín Valdés, Coronel Osmín Aguirre, Capitán Manuel Urbina, Teniente Joaquín Castro Canizales, Subteniente Carlos Rodríguez, Subteniente Miguel Hernández Zaldaña, Subteniente Alfonso Huezo, Subteniente Julio C. Cañas. Que habiendo quedado de hecho en posesión de sus cargos, resuelve: 1. Aceptar la renuncia interpuesta por el Presidente de la República, Ingeniero Arturo Araujo y para cumplir los preceptos constitucionales, llamar al Vicepresidente, general Maximiliano Hernández Martínez, quien rendirá la protesta de ley ante el Directorio Militar; 4 2. Conminar al Ingeniero Arturo Araujo, para que en el perentorio tiempo de 24 horas desocupe el país. 3. Asumir la Dirección del Ministerio de la Guerra el control de los demás Ministerios. 4. Nombrar consultor al Dr. Emeterio Oscar Salazar, segundo designado de la Presidencia. Convenido lo anterior, firman los miembros del Directorio Militar: Joaquín Castro Canizales, Carlos Rodríguez, Manuel Urbina, Julio C. Cañas, Joaquín Valdés, Osmín Aguirre, Miguel Hernández Saldana, Alfonso Huezo”. El Directorio Militar, en vista del “abandono” de la Presidencia, de parte del ingeniero Araujo, seguido de su “salida del país sin el permiso legislativo correspondiente” (este fue otro de los alegatos públicos de los golpistas), entregó la primera magistratura al general Hernández Martínez. Para llegar a este paso, el Directorio Militar montó una pantomima consultiva de abogados de fama, escogidos entre los adversarios del laborismo y vehementes anticomunistas. Estos opinaron que, de conformidad al derecho de insurrección establecido por la Constitución Política de 1886, no existía ningún obstáculo legal para que el Vicepresidente asumiera la Presidencia de la República. La crónica de Diario Latino, de ese mismo 3 de diciembre, centraba su atención en el atraso de los pagos a los militares, a quienes se les adeudaba tres meses de salarios. Consignábase que el ejército rechazó la oferta del gobierno de Araujo, quien propuso la cancelación parcial, con la contraposición de “pago total o baja”. El mismo diario informaba que el presidente Araujo se negó a firmar la renuncia y a aceptar las propuestas del Directorio Militar; además se consignaba la pública manifestación de este en el sentido de que no tenían ninguna filiación política” y que se proponía “restablecer el régimen constitucional”. El mismo diario, en los siguiente días, registró los hechos políticos, entre los cuales se destacaba que “el deseo de hacer imperar las libertades conculcadas llevó al Ejército al desconocimiento del Ing. Araujo”; que “la mayoría de diputados se reunió en el cuartel del Primer Regimiento de Artillería; y que el Directorio convocó a notables abogados capitalinos antes de someter a conocimiento de la Asamblea Legislativa, la renuncia de Araujo”. Cabe mencionarse que, entre otros abogados notables, se hallaban los doctores Emeterio Oscar Salazar, Enrique Córdoba y Manuel Castro Ramírez, p. El grupo de togados consultados por el Directorio Militar, llegó a la “conclusión constitucional” siguiente: “… en virtud del abandono del territorio nacional del Presidente Araujo sin haber solicitado la licencia a la Asamblea, de hecho el vicepresidente Maximiliano Hernández Martínez, asume las funciones de Jefe de Estado quedando únicamente en la obligación de dar cuenta en la memoria que deberá presentar el Presidente a la próxima Asamblea Legislativa a cuyas elecciones convocó la Asamblea actual en sus sesiones”. Tales puntos de vista, aducidos para cubrir, en forma muy precaria, los aspectos ilegales del golpe, fueron aceptados por el Directorio, el cual reconoció el 4 de diciembre, en horas de la noche, al general Hernández Martínez como presidente. 5 Muestra de apoyo al golpe entre algunos sectores de la ciudadanía, es el manifiesto aparecido el 3 de diciembre, firmado por más de setecientas personas, entre las cuales aparecían, como primeros firmantes, los artífices de la conspiración y, enseguida, aquellos que se adherían a los hechos consumados. Tal manifiesto, que justificaba plenamente la toma del poder de los insurrectos, es digno de reproducirse, por cuanto que durante más de medio siglo, los autores de cuartelazos fallidos o exitosos que ha habido, han repetido, casi palabra por palabra, los mismos argumentos. Helo aquí con omisión de la larga lista de sus suscriptores: Al pueblo salvadoreño. Nos dirigimos al pueblo salvadoreño para hacerle saber cuáles son los elevados propósitos de la actitud que hemos asumido en presencia de un desgobierno que conducía al país al más grande fracaso político y administrativo. No son ambiciones bastardas ni fanatismos de caudillaje el móvil de nuestra actitud. Estamos con las armas en las manos para defender los fueros de la República y devolver al pueblo sus libertades conculcadas. No somos trastornadores del orden, sino hombres conscientes que sabemos para qué la Nación ha depositado su cargo en nuestras manos. No es la misión de Ejército sostener dictaduras, si no hacer efectivos los cánones de la Constitución. El Honorable Cuerpo Diplomático, que ha hecho bondadosas gestiones para que la paz no se altere, se ha dado cuenta de que nuestros propósitos son únicamente restablecer el orden constitucional violado por un estado de sitio arbitrario y por una serie de disposiciones de rapiña y de opresión que han llevado la intrnquilidad y el desorden a todos los ámbitos del país. No queremos derramamientos de sangre, queremos únicamente devolver al pueblo sus libertades conculcadas y en ese noble propósito estamos firmes a mantener nuestra actitud cualesquiera que sean los peligros que se nos presenten. El orden se ha restablecido bajo el imperio del Derecho. ¡Viva la constitución! ¡Viva el Pueblo Libre de El Salvador! ¡Viva el Ejército de la República! San Salvador, a 3 de diciembre de 1931. En torno a que si el general Hernández Martínez participó o no en los preparativos y consumación del golpe, existen versiones encontradas. Si él, en efecto, fue uno de los artífices del cuartelazo, logró mimetizar tan perfectamente su traición que, hasta el momento, resultaría más fácil sostener que no formó parte de los conjurados. Según sus partidarios, el general Hernández Martínez fue capturado cuando se presentó al cuartel “El Zapote” con el objeto de imponer su autoridad de Ministro de Guerra. Y las versiones interesadas de sus partidarios, no dejan de afirmar que él se negaba a recibir la investidura presidencial y que sólo por la fuerza de las circunstancias accedió finalmente. Maximiliano Hernández Martínez 6 Dejemos que uno de los principales actores de los sucesos del 2 de diciembre de 1931 nos relate, 33 años después de sucedido el golpe, algunos hechos. El actor es, nada menos, que Arturo Araujo. En entrevista concedida a Mercedes Durand1 encontramos los siguiente pasajes: Es esto para mi tan doloroso que preferiría no hablar de ello. Sin embargo he de decirle que todo estaba preparado por la traición y que a cualquier otro hombre que hubiera estado en mi lugar le habría acontecido lo mismo, con mayor razón a mí que era un político inexperto y un hombre que confiaba en todos aquellos que me estaban preparando para el sacrificio. A este propósito recuerdo un incidente muy significativo que me aconteció en aquellos trágicos momentos. Fue el siguiente día del ametrallamiento de Casa Presidencial, encontrándome ya en la casa de mis padres (en donde está el Círculo Militar) rodeado de algunos funcionarios aún leales y de amigos, llamé por teléfono al cuartel “El Zapote” y cual no sería mi sorpresa al comprobar que quien me contestó era el General Hernández Martínez, mi Vicepresidente y Ministro de Guerra. Mi primera impresión fue de contento pues significaba garantía para mi gobierno el hecho de que estuviere presente en aquel cuartel, el general Hernández Martínez, más mi sorpresa fue mayúscula cuando a mi pregunta de “¿Qué hace usted ahí, General?”, él me contesto: “estoy prisionero”. Mi sorpresa subió de punto y mi desengaño fue mayor aun, pues al momento lo comprendí todo. ¿Cómo se podía explicar que un prisionero, estaba en un cuartel sublevado contestando las llamadas telefónicas?. Más adelante, el Ingeniero Araujo, agrega: Fuera del General Hernández Martínez que era el motor inteligente que invisiblemente dirigía el movimiento que había de llevarlo al Poder, no creo que los miembros de mi gabinete, que eran todos ciudadanos honorables hayan participado en esa traición. La mano invisible del General era la Escuela de Cabos y Sargentos que él había creado, y dirigido para lograr sus propósitos. Fuera del testimonio del ex presidente Araujo, y de otras personas que fueron testigos de los sucesos del 2 y 3 de diciembre, a favor de la tesis de que el general Hernández Martínez fue el autor intelectual del golpe, se encuentra un aspecto de especial importancia, a saber: la vigencia del Tratado General de Paz y Amistad (conocido como Pactos de Washington), suscrito el 7 de febrero de 1923 por los países centroamericanos, bajo la presión diplomática del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica. Por el lugar en que fueron suscritos, el tratado y los otros documentos anexos, se conocen con el nombre que se deja mencionado entre paréntesis. Tales pactos recogieron el compromiso de los gobiernos istmeños de no reconocer a ninguno “que surja en cualquiera de las cinco Repúblicas, por un golpe de Estado o de una revolución contra un gobierno reconocido, mientras la representación del pueblo, libremente electa, no haya reorganizado al país en forma constitucional”. Añadían los pactos: “y aun en este caso, se obligan a no otorgar el reconocimiento si alguna de las personas que resulten electas Presidente, Vicepresidente o designado estuviere comprendida en cualquiera de los casos siguientes: 1 Diario Latino, 5 de enero de 1968. 7 1. Si fuere el Jefe o uno de los Jefes del golpe de Estado o de la revolución; o fuere por consanguinidad o afinidad ascendiente, descendientes o hermano de alguno de ellos. 2. Si hubiere sido Secretario de Estado o hubiese tenido alto mando militar al verificarse el golpe de Estado o la revolución o al practicarse la elección, o hubiese ejercido ese cargo o mando en los seis meses anteriores al golpe de Estado, revolución o elección. 3. Tampoco será reconocido, en ningún caso, el gobierno que surja de elecciones recaídas en un ciudadano inhabilitado expresa e indubitablemente por la Constitución de su país para ser electo Presidente, Vicepresidente o Designado”. El tratado General de Paz y Amistad fue ratificado por El Salvador con algunas reservas que, según se afirmaba, violaban la Constitución de la Republica, posteriormente, el tratado fue denunciado. Después de leerse las cláusulas atinentes, es fácil comprender las poderosas razones que el general Hernández Martínez y los conspiradores, tuvieron para ocultar su participación en el derrocamiento del ingeniero Araujo. Casi trece años depuse de tiranía fueron más que suficientes para que aspectos muy ocultos de la personalidad del general, como decir su frío espíritu calculador y su astucia zorruna, se confirmaran a plenitud. Habría sido menos que infantil esperar que él presentara flanco tan delicado y exponerse al no reconocimiento del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica. La menor indiscreción en la dirección intelectual del golpe, lo habría dejado totalmente al descubierto. Washington no le otorgó tal reconocimiento, sino hasta 1934 pese a que los Estados Unidos, sin ser firmante del Tratado General de Paz y Amistad, se comprometió solemnemente a “garantizar” el cumplimiento del mismo. Empero, este papel de garantes asumido por los Estados Unidos de Norteamérica, debemos enjuiciarlo tomando en consideración la primacía de los intereses económicos y políticos del imperialismo yanqui que, en las dos primeras décadas del presente siglo, hacía sentir sensiblemente su presencia en Centroamérica y el gran Caribe, no solamente en forma de inversiones directas y de empréstitos leoninos, sino también con sus “marines” y modernas unidades de guerra empeñadas en agresiones e intervenciones descaradas que violaban flagrantemente el orden internacional. Era la aplicación de la denominada “diplomacia del dólar”. El deseo norteamericano de gobiernos estables, surgidos de sangrientos juegos políticos, regidos, formalmente, por normas constitucionales, y que no fueran, por consiguiente productos de golpes o de revoluciones, estaba determinado por los intereses aludidos y no en obsequio del desarrollo y consolidación de regímenes democráticos en el área centroamericana. El filisteismo ha sido, es y será consustancial a la política exterior del imperialismo norteamericano. Esta conducta puede resumirse, perfectamente, en aquella lapidaria expresión de John Foster Dulles, cuando esa Secretario de Estado de Estados Unidos: “Norteamérica no tiene amigos, sino intereses”. Precisamente, los Pactos de Washington gravitaron en el retardo, de parte de los Estados Unidos, del reconocimiento del gobierno del general Hernández Martínez, pese 8 Charles Curtís. a que éste, como lo hemos venido subrayando supo guardar en secreto la autoría del golpe contra Araujo.2 Dentro de un plan concertado con los gobiernos de Nicaragua, Guatemala y Honduras, fue que se otorgó el reconocimiento. El 24 de enero de 1934, los tres gobiernos dieron, al fin, su cordial saludo al régimen de Hernández Martínez, y los Estados Unidos de Norteamérica hicieron lo mismo dos días más tarde3 . Sin embargo, para tomar esta decisión el Departamento de Estado norteamericano tuvo que recorrer desde la oposición rotunda a que Hernández Martínez sustituyera a Araujo en la Presidencia, hasta la suavización de su actitud ante el hecho evidente de que el objetado gobernante había resultado una valiosa pieza en la región por su intachable anticomunismo: el genocidio de 1932, acreditaba a Martínez , inconcusamente, como un fiel defensor del mundo occidental. A Charles Curtis, diplomático de carrera, Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos en El Salvador, quien no estaba al tanto de las interioridades de la política y de sus personeros en el país, ya que en agosto de 1931 había empezado a ejercer el cargo, le tomó de sorpresa el golpe del 2 de diciembre. “El Ministro Curtis estaba particularmente aterrorizado, caracterizando a los jóvenes oficiales (que derrocaron a Araujo) como “poco más que medio – ingenuos” y “jóvenes completamente irresponsables”, no teniendo “ni la capacidad ni un plan fijado más allá que el de desembarazarse del presente gobierno”. “Curtis – añade Grieb – se volvió crecientemente pesimista después que Araujo huyó del país y en tanto se volvía evidente que los líderes militares habían actuado independientemente. El sintió que tratar con los juveniles e imprudentes oficiales era frustrante y deseó la emergencia de una figura militar o política con experiencia. Las varias reorganizaciones del Directorio Militar aumentaron su exasperación, aunque estos cambios estaban confinados a los más bajos escalones. Finalmente, la Junta (el Directorio Militar)∗∗ anunció que instalaría al General Martínez como Presidente provisional, ya que no había manera de evitar la sucesión del Vicepresidente de acuerdo a la Constitución. Los jóvenes oficiales, obviamente, intentaban emplear a Martínez como mascarón de proa en un 2 Kenneth J. Grieb. “El Salvador de 1840 a 1935”, op. Cit. Grieb es considerado como un experto en política internacional de los Estados Unidos atinente a América Latina. Los compiladores de este libro señalan que el mayor aporte del trabajo de Grieb, The United Status and the Rise of General Maximiliano Hernández Martínez es su frente documental, ya que se basa en documentos del Departamento de Estado de los Estados Unidos. 3 Ibidem.  Nota del autor. ∗∗ Nota del autor. 9 intento de satisfacer a la opinión doméstica y extranjera, mientras tanto continuar ejerciendo el poder”.4 El 4 de diciembre de 1931, el Secretario del Departamento de Estado, Sr. Stimson, giró circular a todas las Legislaciones de los Estados Unidos en Centroamérica, en la que anunció que su política se basaría en los Pactos de Washington y que, por consiguiente, el reconocimiento sería negado a los golpistas salvadoreños.5 Las contradicciones en que Curtis incurriera, “fueron la razón principal del cauteloso pronunciamiento del Departamento de Estado”, dice Grieb y que, por consiguiente, impidieron la práctica de la política de no reconocimiento proclamada en los Pactos, ya mencionados. Fueron tan notorias las contradicciones del Ministro Norteamericano sobre Martínez, que en pocos días sus análisis recorrieron una gama que comenzaba con suponer la culpa presunta, pasaba de la duda al veredicto de inocencia, hasta llegar al de culpable probado. Dicho brevemente, Curtis y Stimson trabajaban, obviamente, en caminos opuestos, por que mientras el primero actuó bajo el supuesto de que el objetivo era meramente eliminar a los que participaban activamente en el golpe y llegó hasta el grado de recomendar el reconocimiento de Martínez, el segundo, consideró esto como inadecuado ya que podría inspirar a los oficiales de otros países para ingeniar golpes a favor de los vicepresidentes.6 Exasperado por las acciones de Curtis, el Departamento de Estado anunció el 17 de diciembre de 1931 que estaba despachando un representante especial hacia El Salvador para “investigar la situación”. Se trataba de Jefferson Caffery, Ministro en Colombia, quien conocía muy bien la situación de El Salvador. El propio 19 de Diciembre, fecha de su arribo al país, Caffery empezó inmediatamente las negociaciones encaminadas a persuadir a Hernández Martínez a que renunciara de la presidencia. Esta línea, acorde con la del Departamento de Estado, que declaró terminantemente que no reconocería al general Hernández Martínez como Presidente de El Salvador, limitó las discusiones de Caffery con los golpistas exclusivamente a considerar sucesores, así como los procedimientos para instalar una nueva administración,. Caffery hasta recomendó a los militares dar un nuevo golpe, reemplazando a Martínez, y para ello reconstruyó el ya desmantelado Directorio Militar.7 Las gestiones e intrigas del enviado especial fracasaron en vista de que el gobierno de Hernández Martínez se había consolidado relativamente, en forma rápida. Caffery dejó el país el 8 de Enero de 1932, “y su partida indicaba que el intento de obligar a Martínez a renunciar del cargo había abortado”.8 Curtis fue retirado y en sustitución suya fue nombrado William Mc Cafferty, quien prosiguió, acorde con el Departamento de Estado, sus negociaciones para remplazar a Martínez. Ya cuando el Directorio Militar había acordado con Mc Cafferty 4 Idem. 5 Idem 6 Idem. 7 Ibidem. 8 Ibidem. 10 que se llevaría a la Presidencia al coronel José Ascencio Menéndez (quien en el momento del golpe se hallaba en España), y el Departamento de Estado le había dado luz verde a esta “solución”, “justamente cuando el reemplazo de Martínez parecía inminente”, la insurrección campesina estalló el 22 de enero. Retrocedamos un poco en el tiempo para recordar la forma en que logró Hernández Martínez llegar a la Vicepresidencia de la Republica. El general Hernández Martínez consiguió formar, con motivo de las elecciones presidenciales de 1931, el Partido Nacional Republicano, raquítico grupo electorero con escasísimo arrastre popular. De los partidos contendientes, era el más pequeño, sin ninguna posibilidad de ganar las elecciones. Empero, tenía a su favor el apoyo de la oficialidad del ejército entre cuyas filas él gozaba de prestigio, tanto como militar como por sus costumbres ascéticas. Tal hecho fue la razón fundamental para que Araujo se decidiera a firmar un pacto político con el general Hernández Martínez, ya que no resultaba difícil deducir que el candidato del laborismo buscaba el apoyo de las fuerzas armadas. El general, además, contaba con el significativo apoyo de cincuenta miembros de la Logia Teosófica del país, quienes realizaban, entre bambalinas, una política de arreglos, de esos que pasan desapercibidos para la opinión pública. Diario Latino, de 9 de enero de 1931, informaba que a las once de la noche del día anterior, los partidos Laborista Nacional y del Proletariado, por una parte, y el Partido Nacional Republicano, por la otra, habían firmado un acuerdo, mediante el cual el general Hernández Martínez integraría planilla con el ingeniero Araujo, como candidato a la Vicepresidencia. El acuerdo, decía a la letra: Los infrascritos, candidatos a la Presidencia de la República, coincidiendo en los mismos ideales de bienestar y de progreso, de paz y de concordia para la familia salvadoreña, convienen en fusionarse sobre las siguientes bases: El General don Maximiliano Hernández Martínez, acuerpa la candidatura del Ingeniero don Arturo Araujo, renunciando, desde este momento a su candidatura; ambos candidatos pactantes, con sus respectivos partidos, se comprometen solemnemente a hacer, en caso del triunfo, un gobierno eminentemente nacional y de conciliación, procurando desarrollar el programa de gobierno único que comprende los que ambos han lanzado al pueblo, salvadoreño. En fe de lo cual, firman el presente pacto por duplicado, en San Salvador a ocho de enero de mil novecientos treinta y uno. Arturo Araujo. Max Hernández Martínez. Luís Felipe Recinos, dirigente del Partido del Proletariado Salvadoreño, el cual, como ya se ha dicho, nada tenía que ver con el Partido Comunista, expresó con ocasión del pacto político, que éste era “motivo de justo y verdadero regocijo”. “El Ingeniero Araujo que presenta por una parte, el corazón de los trabajadores que son la fuerza creadora de la patria; y el General Hernández Martínez, que representa al Ejército , la fuerza sustentadora de la patria, significa el unirse a la salvación de la Patria, la grandeza de El Salvador y la redención de las masas trabajadoras”. Resulta interesante agregar a todo lo anterior que en un semanario de la época, días después de la inauguración del Gobierno de Araujo, aparecía un comentario en el cual se decía que uno de los más graves errores del Presidente Araujo, en la designación de sus ministros, era el haber llevado al gabinete al general Hernández Martínez, “el 11 candidato más impopular y Jefe de más esmirriado partido de los que entraron en la lucha en la recién campaña electoral”. “la presencia del General Hernández Martínez, como Ministro del actual gobierno viene a sembrar en la conciencia de las masas compuestas por hombres libres y con conciencia del honor, una tremenda desconfianza”. “un hombre de la contextura del General Hernández Martínez, no puede ser en el gobierno una garantía, para el ejercicio de los derechos ciudadanos y sí una amenaza, pues es fácil que valiéndose de su puesto haga política partidista a su favor y se convierta en la figura central del oficialismo que siempre ha jugado su papel en las luchas electorales. A nadie escapa que sin el arrimo encontrado, el Ingeniero Araujo, nuestro General no sólo no hubiera alcanzado la posición en que actualmente se encuentra, sino que, en los pasados comicios, hubiera resultado ocupando el último lugar.”9 Tras el escudo de sus costumbres ascéticas y de la teosofía, que profesaba fanáticamente, el General Hernández Martínez ocultaba irrefrenables anhelos de poder, cuyos límites estuvieron librados – tal como la práctica lo confirmó – a su omnímoda potestad. Es su ideario aparecía la concepción de que había que dolerse de la muerte de una hormiga, porque un animal no reencarna y, en cambio, de la del hombre no, porque tenía un alma con posibilidades de catarsis en sucesivas reencarnaciones. Martí, en más de una oportunidad, expresó que este militar era inescrupuloso y sanguinario, y que estaba dispuesto siempre a usar, en la primera ocasión que se presentara, las armas para dar un baño de sangre sin precedentes, con tal de aniquilar el movimiento de masas que odiaba visceralmente. De manera, que el golpe cuartelario que le llevó a la Presidencia, le allanó el camino para poner en práctica sus inconfesados planes de fiel defensor de los intereses de la oligarquía. Esta, sin embargo, no estuvo de parte de Hernández Martínez desde el siguiente día del golpe. Lo vio con recelo porque no era un mandatario de su clase; lo despreciaba porque la parecía ver a un político bastardo quien no había consultado a los poderosos aristocratizantes para llegar a la primera magistratura; era un intruso que pisó Casa Presidencial entrando por la puerta de servicio. La época de los presidentes que se consideraban de la rancia aristocracia salvadoreña, nacidos en cuna de seda, fue rota por este general nacido en un petate, en una perdida población rural llamada San Matías. Sin embargo, la oligarquía cambió su actitud, dándole su total apoyo, en los días de la insurrección de enero de 1932. La caída del presidente Araujo no sólo no recibe la menor censura de nadie, sino que, por el contrario, es aplaudida unánimemente por todos los sectores sociales. El 12 de diciembre, diez días después del golpe cuartelario, salía el primer número de La Estrella Roja, órgano periodístico del “Grupo Marxista de la Universidad de El Salvador”. Como responsables de esta publicación aparecían Alfonso Luna y Mario Zapata. En sus páginas aparece una carta abierta dirigida al Directorio Militar, en que se ponía de manifiesto la posición del Partido Comunista de El Salvador: Ante todo, permitan que los felicitemos por su golpe de Estado. En realidad, los desatinos de Araujo impusieron a los militares 9 La Zaranda, periódico dirigido por Pedro F. Quiteño. Citado por Italo López Vellecillos, Op. Cit. 12 Bandera del Partido Comunista Salvadoreño Renuncia de Martínez la obligación moral de derrocarlo, y como sus errores nos habían llevado al punto en que el país se había convertido en la presa de sus partidarios, nosotros consideramos que su acto fue heroico y necesario. Pero, perdónennos nuestro escepticismo, no creemos que puedan resolver la crisis salvadoreña, que es un problema indescriptiblemente más trascendental que las que puede arreglar su gobierno, ya que la crisis nacional tiene raíces mucho más profundas que la simple incapacidad de don Arturo. Es el resultado inevitable del hecho de que existe entre nosotros una clase capitalista que, dueña de la tierra y de toso los medios de producción, se ha dedicado al monocultivo del café, cuya facilidad de explotación y abundancia es evidente.10 En el articulo de fondo, titulado: ”Las enseñanzas de un fracaso”, el periódico calificaba el cuartelazo como “movimiento generoso y legítimo de la juventud militar”. Lanzaba una virulenta crítica contra el presidente derrocado a quien sólo le señalaba su incapacidad manifiesta para el cargo. Decía, además: “Cae Araujo en medio del regocijo general. No hay ni un solo sector que deplore su fracaso. Hasta sus propios partidarios empiezan a darle la espalda”. Todos han aceptado complacidos el golpe militar. En este comentario se refleja nítidamente la línea que adoptara el Partido Comunista frente al suceso. Este, si bien se percató de la inminencia del golpe, nada hizo para orientar al pueblo si se consumaba. Sobre este punto, asegurase que en el mes de octubre, al discutirse los informes en el Comité Central del PCS, que giraban en torno a la situación nacional, hubo la proposición de que el Partido se adelantara a dar el golpe que se preparaba contra Araujo, tomando en muy en cuenta que, de realizarse, los militares se enquistarían en el poder mediante una férrea dictadura. Ante la reiteración de este argumento, Miguel Mármol (quien estaba presente en la sesión), dice que “Martí manifestó que, a todas luces, era claro que Martínez daría el cuartelazo, que hasta cierto punto convenía que tomara el mando militar en virtud de que el Ejército todavía gozaba de muchas simpatías en el pueblo, ya que por veinte años éste nada efectivo había experimentado de los gobernantes civiles”. Mármol, añade; “Martí aseguró que de ser así, los militares muy pronto perderían su prestigio, la confianza, la esperanza en ellos de mucha gente; que un golpe militar vendría agudizar la situación del pueblo en forma más dràstica, y que sería entonces que nuestro Partido tendría todo el apoyo 10 T.R. Andreson, op.Cit. 13 popular”.11 Las apreciaciones de Martí , según el testimonio de Mármol, dejan muchas preguntas pendientes. Nos reducimos a esta: ¿Cómo era posible hablar de simpatías populares para el ejército, si la represión sangrienta ya era un hecho actual que sufrían en carne propia obreros y campesinos? La historia subsiguiente al golpe del 2 de diciembre de 1931, registraría cerca de trece años ininterrumpidos en el poder de parte del general Hernández Martínez, quien fuera derrocado de la Presidencia el 9 de mayo de 1944 bajo la acción de una huelga general. El 2 de diciembre de 1931, marca el inicio de una etapa en la vida política de la nación, a saber: la instalación de una dictadura militar de derecha, la cual se prolongaría más de 60 años. El arribo de Martínez al poder y la consolidación del régimen que él encabezara, condujo a que las clases dominantes renunciaran al quehacer político para dejar esta difícil tarea en manos de los altos mandos del Ejército. Ante la situación revolucionaria planteada, la salida que encontró la oligarquía fue apoyar el golpe de Estado. Ha sido una constante en nuestra historia, el hecho de que en todo momento en que se ha advertido que las condiciones subjetivas de nuestro pueblo se han elevado para hacer posibles cambios profundos, se tiende a impedir el próximo paso. Es entonces que las clases dominantes propician una solución reaccionaria que, en general, es el cuartelazo, cuando no la imposición y el fraude electoral. Antes del 2 de diciembre de 1931, había triunfado, consolidándose, el criterio de que a la Presidencia debían acceder solamente civiles. Posteriormente, se impuso el criterio opuesto; sólo debían ser militares. Si antes, alas de la oligarquía se lanzaban a la lucha por el poder y organizaban movimientos electorales y agrupaciones políticas personalistas, que eran llamadas partidos políticos, que lograban, en mayor o menor medida, entusiasmar a las masas; después, la oligarquía, en su conjunto, renunció el juego político para que ésta hiciera, como le viniese en gana, sus farsas electorales, con sus ominosos manejos imposicionistas y los incalificables fraudes que corrompieron, hasta la médula, la llamada “democracia representativa”. En pocas palabras, el poder político – y con ello, el dominio del Estado – pasó desde el 2 de diciembre de 1932 a manos del ejército. Este se transformó en el gran elector y en una especie de partido político permanente en armas, situación que pretende ser variada por el Acuerdo de Paz de Chapultepec. 11 Miguel Mármol, op. Cit. 14 Farabundo Martí Universidad Tecnológica de El Salvador. Escuela de Antropología Libro: Farabundo Martí ARIAS GOMEZ, Jorge. Texto: ANTECEDENTES DE LA INSURRECCIÓN ARMADA. El derrocamiento del Presidente Araujo se efectúa en el marco de un periodo preelectoral. En enero de 1932 se realizarían dos consultas generales electorales sucesivas de importancia: la elección de Consejos Municipales en todo el país – el día 3 de enero – y la elección de nuevos diputados a la Asamblea Legislativa – durante los días 10, 11 y 12 de enero. De manera que no resulta difícil presumir que entre otros propósitos inconfesados e inmediatos de los golpistas estaba el de frustar o impedir cualquier triunfo de las fuerzas de izquierda en las urnas electorales. Pese a todo, lo que salió a luz como “verdadero móvil” para derrocar a Araujo, fue, como ya hemos considerado, el retraso en pagar sus sueldos a los militares y las pocas oportunidades que éstos tenían de gozar de más amplios privilegios bajo gobiernos civiles. Aunque se advertía un clima político adverso a las masas populares, debido a la imposición y fraude tradicionales, el Partido Comunista acuerda, no sin discusiones encontradas, participar en dichas elecciones. Martí desempeñaba en el periodo preelectoral un papel de agitador de primer orden. El Partido Comunista estaba consciente de que no se obtendría ninguna victoria decisiva contra el aparato impositivo electoral y el fraude. Sin embargo, consideró que la campaña electoral ayudaría a elevar el ánimo combativo del pueblo al convencerse éste por el medio de la práctica política, que dentro del régimen imperante las conquistas democráticas eran un mito. El Partido Comunista lanzó un programa con objetivos máximos y mínimos, de realizaciones municipales, que logró esclarecer algunas de las aspiraciones más sentidas de las masas. En la dirección del Partido se quería, además, tener una real idea de su fuerza entre pueblo. Llega la fecha de la primera prueba electoral, destinada a elegir los Consejos Municipales. El entusiasmo general era muy marcado. No obstante, el aparato oficial imposicionista, utilizando el terror y el fraude, logra sus objetivos en algunos lugares del país, en San Salvador, el Partido Comunista queda en tercer lugar, por escaso margen. A última hora, en numerosas poblaciones y zonas en donde el PCS tenía, pese a todas las circunstancias adversas, la posibilidad de ganar gobiernos municipales, las elecciones fueron suspendidas. En las ciudades y pueblos donde gano él PCS, las elecciones fueron anuladas. Estos hechos enardecieron a las masas en grado extremo y coadyuvaron al acelerado robustecimiento de la idea de que ante los obstáculos que 15 neciamente se colocaban al desarrollo de la lucha pacífica, sólo quedaba el camino de la insurrección como medio para la toma del Poder por el pueblo. El periódico verdad, de fecha 7 de enero, que aparecía bajo la responsabilidad del Comité Pro Diputados 1932, decía que en las elecciones “campearon el ardid, la fuerza y la inmoralidad”. El mismo periódico que reflejaba la línea del Partido, en otros artículos de fondo, publicados en es misma fecha, instaba al electorado a no abstenerse ante las siguientes elecciones de diputados a la Asamblea Legislativa. Sobre este particular decía el periódico verdad que si el pueblo no salía satisfecho en los próximos comicios, por lo menos sacaría “una lección que contribuiría, sin género de dudas a una mejor determinación en el futuro”. Este llamamiento contenía la esperanza de que una Asamblea Legislativa popular, podría comprender las congojas de las masas “para buscar siquiera un paliativo”. Por otra parte, verdad dirigía en artículo especial, un llamado al ejército, recordándole su papel desde el punto de vista constitucional, y expresaba, además, que “las elecciones diputadiles que se avecinan nos darán una insuperable oportunidad de juzgar al Ejército, y poder decir si comprende o no los deberes que nuestra Carta Magna le señala”.12 No obstante los llamados contra la abstención, las elecciones de diputados se realizan en un clima de indiferencia popular casi obsoleta. En San Salvador, un diputado sale electo con 56 votos. La prensa señalaba que a tal grado había llegado la abstención y la indiferencia, que en un departamento se había electo equivocadamente a un ciudadano cubano. Mientras tanto, las masas de trabajadores de fincas y haciendas desarrollaban acciones de carácter económico, declarándose huelgas en varias explotaciones. La hostilidad de los cuerpos represivos contra esos movimientos contribuían a encender aún más los ánimos. La represión en esos días segó la vida del joven dirigente campesino, de la juventud Comunista, Alberto Gualán, muy querido de las masas, hecho que ocasionó una verdadera conmoción en la zona occidental del país. Todos estos hechos – imposición electoral, represión sangrienta, etc. – observados en conjunto, daban la impresión de que obedecían a un plan preconcebido, destinado a desesperar a las masas populares y empujarlas hacia una vía prevista: la insurrección armada en la cual dominara, en gran medida, la espontaneidad. En tales circunstancias, en que los sucesos acaecían muy aceleradamente, muchos de ellos en cuestión de horas, el Comité Central del Partido Comunista gestionó una entrevista con el general Hernández Martínez. Según testimonio del viejo militante del PCS, Miguel Mármol, he aquí como se llegó a tal gestión. “Después de una larga discusión en que el Partido no encontraba salida – dice Mármol – propuse el nombramiento de una comisión que fuera a 12 Verdad, 7 de enero de 1932. 16 parlamentar con Hernández Martínez. Esta proposición de momento, hizo choque en la asamblea. Por lo que solicité permiso para tener un poco de respiro fuera del recinto de la reunión. El camarada Martí habiendo consultado un libro escrito en francés, que tenía a la mano, apoyó la proposición mía apoyado en lo que acababa de leer: “El Estado Mayor del proletariado (Comité Central del Partido) en ciertas circunstancias puede parlamentar con el Estado Mayor de la burguesía (su gobierno)”.13 Prosigue Mármol: “Con esto y otras declaraciones, el plenum nombró una comisión de siete miembros para que se avocarán al presidente Hernández Martínez, con instrucciones de comprometerse a pacificar la huelga y a sujetarnos a ciertas medidas, con tal de que el gobierno suspendiera las hostilidades en todo el país contra el movimiento obrero y campesino y contra el Partido. Para el caso, se acordó invitar a la reunión a los representantes de la prensa. Luna, Zapata y Estrada fueron unos de los componentes de la comisión”. Enseguida, añade: “Por la tarde el Plenum del Partido tuvo conocimiento de los resultados de la reunión de Casa Presidencial. Luna y Zapata, que fueron los responsables, informaron que la comisión fue recibida no por el presidente, general Hernández Martínez, sino por el ministro de Guerra, general Valdez, aduciendo este funcionario recibirlos él por haber atacado al general Hernández Martínez un fuerte dolor de muelas. Agregaron los informantes que, en efecto, habían visto pasar al Presidente con las manos en las quijadas viendo para donde se encontraban ellos. Que al plantearle a Valdez la misión que llevaban del Partido, que este funcionario se mostró apático, indeciso, nervioso, manifestándoles no estar facultado para resolver ningún problema; que eso fue todo. Pero que al retirarse Valdez, Jacinto Castellanos Rivas, Secretario Particular del Presidente, poniendo sus manos sobre los hombros de Luna y Zapata, les dijo; “Mas bien el gobierno no quiere llegar a ningún arreglo con ustedes; lo que procede es enfrentar la situación. Si los guardias y soldados tienen fusiles que disparar, también los trabajadores tienen machetes que desafilar”.14 Terminaba la primera quincena de enero, el Comité Central ya había tratado de trazar la línea que condujera a la huelga general insurreccional, pero le fue imposible hacerlo. La dirección efectiva y la orientación correcta de las masas en el campo, escaparon, de hecho, al dominio de la dirección del partido. Los rápidos acontecimientos llevaron al Comité Central a cumplir con el deber revolucionario de no abandonar a las masas en su firme determinación de llevar adelante, sin reparar en riesgos y cruentos sacrificios, la insurrección armada. En apoyo de su decisión, el Comité Central adujo una serie de hechos objetivos y subjetivos, entre los cuales mencionamos los siguientes: el arrastre popular del partido; el descontento general del pueblo; la existencia de importantes núcleos de soldados y clases comunistas dentro del Ejército; y la falta de consolidación del gobierno del general Hernández Martínez. Y, al contrario, maniobraba a fin de que la nueva Asamblea Legislativa electa pusiera en tela de juicio la constitucionalidad del golpe del 2 de diciembre y la sucesión presidencial, y nominara a otro Presidente de su absoluta confianza. Por otra parte, el general Hernández Martínez aún esperaba, no con poca ansiedad y preocupación, el reconocimiento del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica. 13 Miguel Mármol, Memorias, op.Cit. 14 Ibidem 17 Miguel Mármol, de conformidad al testimonio a que ya hemos hecho referencia, al hablar sobre la fecha de la insurrección, dice: “Discutiendo sobre la fecha en que se llevaría a término semejante empresa, traje a recuerdo un lienzo que viera en Moscú, en el museo de la Revolución de Octubre, en el que al discutir los bolcheviques la fecha de la toma del poder, Lenin aparece de pie y con su brazo en alto dice: “el 26 muy tarde, el 24 muy temprano, entonces el 25”. Luego agregué: Para el 17 muy tarde, para el 15 muy temprano; entonces el 16; ya que se trataba de dar un golpe sorpresivo. De acuerdo con la fecha propuesta, el partido fijó el levantamiento para el día 16 de enero a las doce de la noche”. Las decisiones tomadas por la dirección del Partido Comunista se trataba de aplicarlas como en una desesperada competencia con el tiempo. El Comité Central comisiona a Martí los aspectos militares de la insurrección, aunque el mismo organismo asume la responsabilidad total del movimiento. La fecha del 16 de enero, a pesar de que ya había sido comunicada, se pospone para tres días después. Tal posposición no fue la única, ya que la fecha de la insurrección sería, en definitiva, la que por tercera vez se ordenara, o sea el 22 de enero. En la noche del 19 de enero, el escondite, desde el cual se hacían los preparativos insurreccionales, es asaltado por la policía. Agustín Farabundo Martí, Alfonso Luna y Mario Zapata, son capturados. Se decomisa escasos elementos bélicos e instrucciones y proclamas impresas para orientar el levantamiento. Del hecho, la prensa sirve una amplia información procedente de fuentes oficiales. La captura de Martí, Luna y Zapata, con pruebas evidentes del levantamiento, unida a los sucesos de que en regimientos capitalinos, principalmente en el Sexto Regimiento de Infantería (o Regimiento de Ametralladoras) se descubriera tropa comprometida en la insurrección, y la intentona frustrada de tomarse por asalto el Cuartel de Caballería, dan base al gobierno para decretar el día 20 el estado de sitio en seis departamentos de la República. Entre éstos son incluidos los departamentos de la zona occidental, la de mayor empuje revolucionario. Antes de tomarse la decisión restrictiva de los derechos y garantías democráticas, el Ministerio de Guerra ya había movilizado considerables contingentes de tropas regulares bien armadas a los lugares estratégicos, hecho que no pasó inadvertido para el Partido Comunista. Al mismo tiempo que se decreta el estado de sitio, se acuerda someter a censura oficial a los periódicos, encargándose al Director General de Policía el examen previo de todo material por publicar. El gobierno, en un boletín explicativo de las capturas realizadas y de las medidas adoptadas, consignaba que el Partido Comunista había puesto ya en práctica sus planes de “subversión”, “...grupos de trabajadores labriegos – decía - azuzados por los catequistas rojos, se revelaron contra sus patronos exigiéndoles mayor salario y mejores condiciones de vida, y como si esto no fuera poco ya una manifestación clara y contundente de los propósitos de violar el estado legal y social de las relaciones entre el capital y el trabajo, hace dos noches, como es del conocimiento público por las amplias informaciones dadas por los órganos de la prensa nacional, fue descubierto un plan revolucionario en el cual se pretendía tomar por asalto uno de los cuarteles de esta capital...”. en base a tales motivos, el boletín gubernamental explicó que “se há visto obligado a decretar disposiciones drásticas que repriman los brotes aislados del comunismo que ya empiezan a manifestarse en diversos sectores de la República”, y 18 finalizaba informando que ya “se tiene en estudio una serie de disposiciones tendientes a armonizar los intereses del capital y el trabajo, a fin de resolver favorablemente para ambos factores del conglomerado los conflictos surgidos entre estas entidades con motivo de la crisis mundial y el antagonismo de intereses, que en esta época se enfrentan en todas partes del mundo”.15 Esta última parte es digna de subrayarse, puesto que se advierte que el régimen no estaba totalmente ciego acerca de las verdaderas causas de la agitación en el país y de las profundas raíces del descontento general. El dato referente a que se tenía en estudio una serie de medidas laborales, no fue sino un mero enunciado para salir del paso, puesto que durante la tiranía del general Hernández Martínez el sindicalismo fue perseguido encarnizadamente y toda lucha reivindicativa se tomaba como sinónimo de agitación comunista. En horas de la noche del 20 de enero, la dirección del Partido Comunista se reúne. Se discute opiniones encontradas. Una de ellas se contraía a suspender el levantamiento, señalo en forma definitiva para el día 22. Se aducía que con ellos se evitaría el fusilamiento de Martí, Luna y Zapata, así como la como la captura del primero de los mencionados, los planes se habían puesto al descubierto. Llegado el momento de tomar la decisión, ésta se inclina por la prosecución del plan, aunque tomándose algunas medidas que variaban aspectos tácticos del levantamiento. Tales medidas no pudieron ser comunicadas a las bases. En apoyo de la decisión se adujo que dar una contra orden de suspensión de la insurrección era imposible, puesto que las masas la interpretarían como una traición; y que emisario que llevara al conocimiento de las bases una decisión de suspensión podría decirse que era hombre que iba al suicidio, por el enardecimiento de los ánimos. En esta situación se llega al 22 de enero. Universidad Tecnológica de El Salvador. Escuela de Antropología Libro: Farabundo Martí ARIAS GOMEZ, Jorge. Texto: INSURRECCIÓN Y REPRESIÓN. Las doce de la noche del 22 de enero de 1932, fue la hora 0 para el estallido insurreccional. En varias poblaciones, sin embargo, el movimiento estalló unas horas antes y en otras, unas horas después. Escenarios de las acciones insurreccionales fueron los departamentos de Sonsonete – el principal -, ahuachapán y La Libertad. En el oriente del país, no hubo insurrección, cosa explicable por el escaso, y prácticamente nulo, trabajo revolucionario. En la zona central en donde ha habido siempre mayor densidad de la población, la rebelión no pasó de ser un proyecto. Son altamente ilustrativas algunas cuestiones que, según el testimonio de Mármol, variaban aspectos tácticos de la insurrección. En efecto, en la reunión del Comité Central, habida en la noche del 20 de enero, éste acordó las siguientes instrucciones: no atacar los cuarteles; reconcentrarse, dando la impresión de haberse 15 Diario Latino, 21 de enero de 1932. 19 declarado la huelga general; impedir que entraran a las ciudades alimentos de toda naturaleza; colocar cartelones con llamamientos al Ejército a fraternizar con el pueblo, lo mismo impedir o retardar el paso de las fuerzas gubernamentales; no enemigo; y restablecer inmediatamente los contactos que habían sido rotos con la captura de Martí, así como señalar los nuevos puntos de enlace.16 Tales instrucciones, tardías por cierto, no llegaron a todas las bases, sino, muy dificultosamente, a algunas de la capital y lugares aledaños. Por otra parte, el mismo Mármol, en forma patética, dice que el propio día 22 de enero, el enemigo nos había cogido la iniciativa: en lugar de un partido que estaba a punto de iniciar una gran insurrección, por lo menos en lo que se refería al aparato de cuadros de San Salvador, dábamos el aspecto de un grupo de desesperados, perseguidos y acosados revolucionarios. De un momento a otro se abandonó prácticamente el trabajo y todo el mundo trató de ponerse a salvo de la represión desatada”.17 Esta, en realidad, asestó golpes contundentes a capturar líderes y dirigentes de masas, descabezando, así, en pocas horas, el movimiento insurreccional. Los que no cayeron presos, buscaron la seguridad en algún escondite, aislándose así, por la carencia de medios de comunicación y coordinación. Mientras esta decapitación política de la máxima dirección la perpetraban fuerzas represivas en San Salvador, miles de campesinos armados solamente con machetes, aperos de labranza, piedras, palos y escasísimas armas de fuego, como decir, escopetas caseras y viejos revólveres, se tomaban, entre las diez de la noche del 22 y las primeras horas del 23, varias poblaciones de Sonsonete e incursionaban en la cabecera de este departamento. Según relatos testimoniales, tanto de parte de algunos militantes comunistas de la época, así como de los que combatieron la insurrección campesina, existen ciertas exageraciones sobre las acciones de armas protagonizadas por los insurrectos, en el sentido de que todas habrían sido choques en que las masas se lanzaron a pecho

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (99 Kb) pdf (286 Kb) docx (46 Kb)
Leer 63 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com