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LAS LEGIONES DE JULIO CÉSAR


Enviado por   •  13 de Febrero de 2013  •  Informe  •  2.493 Palabras (10 Páginas)  •  601 Visitas

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..LAS LEGIONES DE JULIO CÉSAR

LA VIDA COTIDIANA DE LOS LEGIONARIOS

Tras las reformas de Cayo Mario, convertirse en legionario romano era el sueño de muchos que veían en el servicio en las legiones un medio para ganarse la vida y vivir aventuras durante los veinte años que duraba el servicio, para después retirarse confiando en que las campañas se hubieran dado bien y una bolsa bien repleta de denarios, un buen lote de tierras para cultivar y un par de esclavos les acompañaran en el retiro. Sin embargo, el alistamiento en las legiones, soñado por muchos, era un sueño al alcance de pocos. Las legiones romanas profesionales basaban su efectividad en la calidad de los legionarios y no en su número. Para los romanos como Mario y César eran preferibles mil legionarios adiestrados que diez mil patanes. Por ello, la selección era muy rigurosa en tiempos de paz, ya que en tiempos de guerra siempre se abría la mano un poco más.

EL NUEVO LEGIONARIO

El alistamiento

Un legionario romano recién alistado en la Legión Décima cuando César llegó a la Galia Cisalpina para hacer frente a la invasión helvecia en el año 58 debía haber cumplido los siguientes requisitos:

Requisitos legales:

1- Ser ciudadano romano. Sólo los ciudadanos romanos podían servir en las legiones.

2- Estar legalmente censado y tener el visto bueno de las autoridades municipales. Una especie de certificado de buena conducta que incluía avales de familiares y amigos recomendando al joven aspirante.

3- Ser soltero. Un legionario romano tenía prohibido casarse, aunque una vez alistado se solía hacer la vista gorda.

Requisitos físicos:

1- Tener entre 16 y 20 años. Las edades variaron a lo largo de los siglos.

2- Una estatura mínima de 1,70. Hay que tener en cuenta que en la Alta Edad Media la estatura media de los hombres bajó alrededor de cinco centímetros

3- No sobrepasar un determinado peso y tener una determinada masa muscular. En general se buscaba un tipo de recluta delgado pero fibroso.

4- Superar las pruebas físicas. No las conocemos pero serían prácticamente iguales que las de hoy en día, para demostrar que el aspirante a recluta era capaz de correr, saltar, etc. Además sabemos que se les hacían un reconocimiento médico completo que incluía pruebas de visión y de oído.

Si el aspirante creía reunir todos los requisitos se presentaba ante las autoridades locales de su municipio que debían certificar que había tenido un buen comportamiento y que era apto para el servicio. Entonces era enviado a la capital de su provincia donde se les hacía un primer examen físico, se certificaban sus documentos, se les hacía entrega de un stipendium o dieta consistente en unas monedas para pagar el viaje y eran enviados al cuartel general de la legión a la que habían sido adscritos.

Una vez en el cuartel general de la legión, que era su sede administrativa, los funcionarios militares revisaban los documentos de los aspirantes dándoles el visto bueno y se les sometía a un nuevo examen médico y a una prueba física. Si pasaban este trámite eran formalmente aceptados como reclutas y debían prestar juramento solemne de defender Roma contra todos sus enemigos y de guardar y hacer guardar las leyes de Roma. Ya eran legionarios romanos.

El centurión les informaba de que su sueldo era de 225 denarios al año y de que en los depósitos de la legión encontrarían todo su equipo: cota de malla, yelmo, espada, pugio, pila, etc, etc, etc. Ese equipo debían pagarlo de su bolsillo, así era difícil que lo perdieran y podían adquirir el estándar fabricado en serie para el ejército o uno más caro adquirido a artesanos especializados con bonitos adornos. De momento, y como todos estaban tiesos, adquirían el estándar, cuyo coste se descontaba de su sueldo.

El entrenamiento

Los primeros meses eran terribles. Los veteranos ser reían al recordarlos, pero cuando tuvieron que pasarlos estaban muy lejos de ello. Los jóvenes que voluntariamente se habían entregado al ejército habían de ser formados, moldeados física y mentalmente para convertirse en perfectas máquinas de matar, en los mejores soldados de la Historia. Los reclutas eran alojados en los barracones del campamento. Cada ocho legionarios formaban un contubernium o grupo que debía aprender a convivir, ya que los ocho harían vida en común como si de una familia se tratara. Cada contubernium tenía una mula que cargaba con la pesada tienda de campaña de cuero, el molino para moler trigo y las herramientas y utensilios comunes. Todo lo demás lo llevaban los legionarios a cuestas. Precisamente por eso se les apodaba "las mulas de Mario", porque cualquiera que les viera marchar creería que aquello más que soldados eran mulas. En el ejército romano había dos tipos de mulas: las que tenían cuatro patas y sólo cargaban y las que tenían dos piernas y además de cargar luchaban.

Ilustración de Jeff Burns (Ed. Salamander books)

Cuando el recluta veía todo lo que tenía que llevar encima se le quedaba la cara petrificada, pero cuando le decían que tenía que cargar con todo aquello durante treinta kilómetros "como mínimo" y después cavar los fosos, levantar los terraplenes y las empalizadas y montar las tiendas del campamento de marcha, creía estar soñando. Pero no era un sueño. Marchas y más marchas cargados con cestos llenos de piedras conseguían que los pies se endurecieran como el acero y que los músculos de las piernas doblaran su tamaño. Y además de las marchas estaban los ejercicios obligatorios como montar a caballo, natación, etc. No es extraño que las primeras semanas el valetudinarium (hospital) del cuartel estuviera siempre lleno de reclutas quejándose de ampollas y dolores musculares, aunque lo que de verdad funcionaban en estos casos eran los remedios caseros de los veteranos que los novatos se apresuraban a aplicarse con gran alivio. cada día antes de salir el sol las trompetas tocaban diana y la legión se ponía en marcha. Los barracones debían quedar impecables para la inspección y tras ella, los legionarios desayunaban para después preparar su equipo e iniciar una nueva jornada de caminatas y más caminatas. Una pausa para comer y de vuelta al trabajo a ensayar una y mil veces aquellas complicadas maniobras que convertían a una serie de manípulos en una línea de batalla infranqueable. Tras la jornada agotadora, los legionarios se dirigían a los barracones de baño donde se bañaban y sudaban impurezas y después cenaban

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