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LOS MAYAS


Enviado por   •  1 de Febrero de 2013  •  5.536 Palabras (23 Páginas)  •  349 Visitas

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ARQUEOASTRONOMÍA

MAYAS: Los señores del tiempo

Por José Lull

El conocimiento de los acontecimientos que tenían lugar en la bóveda celeste era vital para un pueblo, el maya, caracterizado por su superstición y fervor religioso. Para los mayas, el concepto del tiempo cíclico había sido asumido con gran naturalidad y ésto fue lo que les llevó a explotar hasta el límite de lo imposible un método de sistematización observacional que les permitiese confeccionar el más perfecto sistema calendárico que hasta la fecha hubiese inventado la humanidad. El tiempo lo era todo para los mayas. Si eran capaces de medir el tiempo con exactitud también serían capaces de predecir en que momento iban a producirse las guerras, las victorias, los desastres y todas las acciones y sucesos que ya habían acontecido con anterioridad. El tiempo era cíclico, por lo que con un calendario perfecto podrían predecir el futuro, convirtiéndose así en los Señores del Tiempo.

Corría el año 1502 cuando, por primera vez en la historia, un grupo de occidentales tomó contacto en el golfo de Honduras, frente a la isla de Guanaja, con gentes cuyo pasado escondía una época de desconocido e inimaginable esplendor. Unas cuantas canoas de comerciantes indígenas había topado con un navío español perteneciente a la cuarta expedición de Cristobal Colón. La curiosidad de éstos les llevó al barco, donde se produjo una rudimentaria conversación de gestos y extrañas palabras que reveló el nombre del lugar de donde venían estas gentes: maiam. (ver fig. 1)

Fig. 1: Mapa de la Península del Yucatán representando el territorio de extensión de la civilización maya y alguna de sus más importantes ciudades.

De este modo es como hace casi quinientos años los mayas se dieron a conocer a los europeos. Sin embargo, la impresión que debieron causar en aquel primer momento no debía diferir en gran medida de la de los indios que habían sido vistos en Cuba o en La Española. No obstante, el secreto del grandioso pasado de los mayas iría apareciendo poco a poco ante los ojos de aquellos aventureros que desde el otro lado del océano habían llegado a estas tierras del Nuevo Mundo.

En 1517 Francisco Hernández de Córdoba partía desde las islas caribeñas en una misión de exploración descubriendo en Isla Mujeres edificios cuya técnica y concepción superaba con creces todo lo que había sido visto hasta aquel momento por aquellas tierras. En los años siguientes la ocupación española del Norte de la Península del Yucatán irá favoreciendo nuevos descubrimientos, aunque también destrucciones. Así, no podemos olvidar la figura de Diego de Landa (1524-1579), primer obispo de la región y cuyo interés por los mayas conforma una dualidad difícil de digerir. El religioso, llegado a Yucatán en 1549, no sólo se mostró como un gran estudioso de la cultura maya, de su escritura, lenguajes, calendarios, etc., cuyos resultados publicó en la Relación de las cosas de Yucatán, sino que también su celo religioso le llevó a la quema de un gran número de libros mayas cuya destrucción, sumadas a otras, ha supuesto una pérdida irreparable del conocimiento de la alta cultura maya.

El descubrimiento de las grandes ciudades mayas ha sido lento y penoso, quedando aún todo un mundo por destapar (ver fig. 2). En 1576 Diego de Palacio descubrió la bella ciudad maya de Copán y, no fue sino hasta 1696 cuando el padre Avendaño, extraviado, llegó a las ruinas de Tikal, una de las más grandiosas ciudades del maya clásico. Más tarde, en 1746, el cura de Solís descubre Palenque. Las capitales mayas del período de máximo apogeo de esta civilización precolombina, aún en ruinas y cubiertas por una espesa vegetación eran, a pesar de su grandiosidad, un vago reflejo de una alta civilización cuyo fin tuvo lugar cientos de años antes de su primer contacto con los españoles.

Fig. 2: La pirámide del Adivino en Uxmal (México), del período postclásico.

Muy lentamente, los mayas han ido revelándonos algunos de sus secretos, aunque son muchos los que se han ido con ellos, también los referentes a sus conocimientos astronómicos sobre los que, curiosamente, sabemos mucho más de lo que podríamos imaginar a la vista de la relativamente escasa documentación epigráfica que ha sobrevivido. Entre los secretos desvelados destaca, para nosotros, uno sobre todos: el calendario. En las siguientes líneas trataremos de describir de la forma más sencilla posible el sistema calendárico maya, el más perfecto de su tiempo, y uno de los legados más sobresalientes de la civilización maya.

El padre Bernardino de Sahagún en su Historia de las cosas de Nueva España, refiriéndose a los toltecas, otra de las culturas mesoamericanas cuyos conocimientos astronómicos habría que buscar en los antiguos mayas, llegó a escribir:

Eran tan hábiles en la astrología natural los dichos tultecas, que ellos fueron los primeros que tuvieron cuenta y la compusieron de los días que tiene el año, y las noches, y sus horas, y la diferencia de tiempos y que conocían y sabían muy bien los que eran sanos y los que eran dañosos, lo cual dejaron ellos compuestos por veinte figuras o caracteres (...) y eran tan entendidos y sabios, que conocían las estrellas de los cielos, y les tenían puestos nombres, y sabían sus influencias y calidades, y sabían los movimientos de los cielos, y esto por las estrellas.

Como señala M. Rivera, el calendario maya es la suma paradigmática de la cosmovisión prehispánica, un sistema de organización intelectual del mundo y un compendio de leyes sobre su funcionamiento y manifestaciones. El calendario maya, basado en una estructura matemática de precisión cuya forma más visible es la rueda calendárica (ver fig. 3), permitía situar en el tiempo no sólo las ceremonias religiosas y sociales que se producían cada año sino, también, señalar en el tiempo acontecimientos históricos o naturales de especial importancia.

Fig. 3: Representación de la rueda calendárica que combinaba los calendarios Tzolkin (rueda pequeña) y Haab (rueda Grande)

Gracias a textos como el Popol Vuh conocemos la concepción maya de la creación y del inicio del tiempo. Este libro, escrito en lengua quiché maya pero en carácteres latinos, debió ser confeccionado probablemente por varios sacerdotes o iniciados de la religión maya que quisieron asegurar en la escritura una parte de su cultura que, transmitida oralmente, comenzaba a perderse. La fortuna quiso que este texto se conservase durante más de 150 años en la biblioteca de la iglesia de Santo Tomás de Chichicastenango

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