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La Democracia Y La Libertad


Enviado por   •  13 de Noviembre de 2012  •  2.089 Palabras (9 Páginas)  •  1.336 Visitas

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I. La importancia de la libertad y la democracia como valores de la política

1. LA RELACIÓN ENTRE LIBERTAD Y DEMOCRACIA. PREMISAS BÁSICAS

Contra lo que pudiera pensarse, la relación entre libertad y democracia no siempre ha gozado de las mejores condiciones para su manifestación y desarrollo dentro de nuestras sociedades a lo largo de la historia. Incluso conviene reiterar que en ciertos contextos y épocas, como ya se indicó en la introducción, ambos valores se han contrapuesto o negado entre sí. Resulta importante indicar que, pese a los esfuerzos emprendidos desde diversas ideologías para seguir manteniendo una separación u oposición doctrinaria entre ambos conceptos, sea por cuestiones de interés, jerarquía o campos de acción, conviene decir que dicho antagonismo conceptual es altamente pernicioso y estéril.

Por el contrario, es menester afirmar que dentro de las instituciones políticas modernas la materialización de gobiernos representativos y participativos sería imposible si no se contara con la interacción que generan, por una parte, las capacidades racionales de elección y decisión abiertas que definen al valor de la libertad; o, por otra, estuvieran ausentes las condiciones procedimentales que permiten garantizar el ejercicio de la voluntad humana en su cometido de satisfacer sus necesidades de una manera justa y sin afectar a las demás personas, tal y como se puede entender, en primera instancia, un concepto ético de la democracia.

Más que verlos como conceptos separados es posible indicar que la relación entre libertad y democracia, aunque multidimensional en sus alcances, se caracteriza por una creciente interdependencia y síntesis. Esto es, pensar a la libertad fuera de un contexto institucional de naturaleza democrática; o viceversa, pensar a la democracia sin un contexto mínimo de libertades que la apoyen, hace que se desdibuje en buena medida cualquier defensa de la civilización y la modernidad, por cuanto que la libertad y la democracia son puntos de referencia para todo individuo y sociedad en la constitución y expresión de sus acciones más elementales.

Quienes se han obstinado en ver a la libertad y la democracia como valores opuestos asumen, dentro de la historia de las ideas políticas, que la libertad es un elemento natural e intrínseco a la condición humana, mientras que la democracia es, acaso, uno de los tantos medios organizativos "artificiales" de que se dispone para ordenar la administración de los asuntos públicos y privados. Dicha oposición llega al nivel de manifestar que la libertad puede verse amenazada por una excesiva demanda de homogeneidad e igualdad. La libertad se reivindica a sí misma como un derecho permanente a la diferencia, la innovación y el cambio, que permanece dentro de los individuos y sociedades, por lo que introducir métodos de asignación de recursos y de justicia basados únicamente en la mera medida de la igualdad termina por destruir las capacidades creativas y de conservación de las sociedades, si bien dependiendo de las circunstancias y los actores involucrados.

En este orden de ideas, la libertad se convierte en el principio sustantivo de la convivencia, mientras que la democracia es un factor adjetivo en el desarrollo de la misma. La libertad debe ser ejercida a efecto de explotar plenamente todas las capacidades humanas, por lo que cualquier intento por manipular sus contenidos deviene en su negación. Sin embargo, en reiteradas ocasiones se ha constatado que la supresión de la libertad, en aras de una idea generalizante de la democracia, tal como ha acontecido en las experiencias comunistas o fascistas, termina por cancelar no sólo a la primera, sino también a la segunda.

Lo anterior marca una notable diferencia entre las experiencias clásicas de la antigüedad, la Edad Media y la modernidad, en tanto que la primera privilegiaba una presencia individual de la libertad en detrimento de la democracia, como ocurrió en Grecia y Roma (es importante resaltar que los grandes pensadores clásicos, como Platón, Aristóteles o Cicerón, colocaron siempre a la democracia en los peldaños más bajos de las formas de gobierno legítimas, por considerarla una fuente muy proclive a la inestabilidad y la alteración del poder mediante las guerras civiles).

Por su parte, la concepción moderna de la libertad -imperante a partir del Renacimiento y consolidada con la Revolución Francesa- trató de imponer un valor esencialmente democrático a dicho principio, con una percepción igualitarista y republicana que permitiera fijar un contexto social homogéneo para los individuos gracias a la naciente actividad de los Estados-nación. Debido a esta importante revolución, acaecida en los siglos XVI a 81 XVIII, las sociedades modernas pudieron crear una práctica de la libertad capaz de trascender el pluralismo limitado de las cerradas corporaciones de la Edad Media, cuyas ideas de libertad y derechos estaban reducidas a los espacios que les eran otorgados por parte de los monarcas absolutos para el ejercicio privilegiado de los mismos (movimiento que se identificaría con autores que van desde San Agustín, Santo Tomás de Aquino y Nicolás de Cusa, y llega hasta el siglo XVII con autores como el inglés Robert Filmer y el francés J.B. Bossuet). Estos resquicios de libertad operaban, aunque sin comprometer prácticas decisorias de corte democrático, y sólo eran válidos para ciertos grupos como las iglesias, la milicia o los gremios, quienes ejercían dichos privilegios otorgados sobre el resto de la sociedad y, en ocasiones, podían hacerlo incluso frente al propio poder político, provocando, entonces, que las ideas de libertad y democracia se colocasen en un contexto excepcional y, por tanto, se mantuvieran constantemente acotadas a efecto de no poner en riesgo a las propias instituciones del poder.

En las concepciones antigua y medieval de la libertad se sacrifica el ideal colectivo de la sociedad en aras de una sumisión absoluta al poder monárquico, mientras que en la moderna se procura alentar el factor de la diversidad y la tolerancia mediante un entorno de igualdad electiva que haga de la libertad un verdadero "bien común": un derecho que vuelva accesible y ejercitable para todos los individuos la posibilidad de gobernar dentro de un nuevo modelo de organización política dominado por el imperio anónimo de las leyes. Todo individuo tiene igual posibilidad de regir los asuntos de la república; todo individuo tiene igual derecho a elegir.

Las posturas greco-romana y medieval de la libertad generalmente terminan por asumir el valor de una sociedad política excluyente, mismo que se expresa en el principio de que no todas las personas podían ser vistas como ciudadanos, es decir, como sujetos con plenos derechos

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