La Dinamica Del Capitalismo
Enviado por eddiem666 • 11 de Septiembre de 2012 • 23.126 Palabras (93 Páginas) • 698 Visitas
La dinámica del capitalismo
Fernand Braudel
I. Reflexionando acerca de la Vida Material y la Vida Económica
Comencé a pensar en Civilización material, eco¬nomía y capita¬lismo, obra larga y ambiciosa, hace ya muchos años, en 1950. El tema me había sido pro¬puesto en¬tonces o, mejor dicho, amistosamente im¬puesto, por Lucien Febvre, que acababa de sentar las bases de una colección de historia general, “Destins du Mon¬de”, de la cual tuve que asumir la difícil conti-nua¬ción tras la muerte de su director, en 1956. Lucien Febvre se proponía escribir, por su parte, Pensées et croyan¬ces d'Occident, du XV au XVIII siecles, libro que debía acom¬pañar y completar el mío, formando pareja con él, y que des¬graciadamente no se publi¬cará nunca. Mi obra se ha visto de¬finitivamente privada de este acom¬pañamiento.
Sin embargo, pese a limitarse en general al campo de la economía, esta obra me ha planteado numero¬sos problemas, de¬bido a la enorme cantidad de do¬cumentos que he tenido que ma¬nejar, a las contro¬versias que suscita el tema tratado —la economía, en sí, es evidente que no existe— y a las incesantes di¬ficultades que suscita una historiografía en constante evolución, ya que incorpora necesariamente, aunque con bas¬tante lentitud, de buen o mal grado, las demás ciencias huma¬nas. A esta historiografía en estado de perpetuo alumbra¬miento, que nunca es la misma de un ario para otro, sólo po¬demos seguirla corriendo y trastornando nuestros trabajos ha¬bituales, adaptán¬donos mejor o peor a exigencias y ruegos siempre distintos. Yo, por mi parte, siento siempre un gran pla¬cer cuando escucho este canto de sirenas. Y los años van pasando. Habré consagrado veinticinco años de mi vida a la historia del Mediterráneo, y casi veinte a la Civilización material. Sin duda es mucho, demasiado.
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La llamada historia económica, que se encuentra to¬davía en proceso de construcción, tropieza con una serie de prejui¬cios: no es la historia noble. La historia noble es el navío que construía Lucien Febvre: no se trataba de Jacob Fugger, sino de Martín Lutero o de Francois Rabelais. Sea o no sea noble, o menos no¬ble que otra, la historia económica no deja por ello de plantear todos los problemas inherentes a nuestro oficio: es la historia íntegra de los hombres, contem¬pla¬da desde cierto punto de vista. Es a la vez la histo¬ria de los que son considerados como sus grandes ac¬tores, por ejemplo: Jacques Coeur o John Law; la historia de los grandes aconte¬cimientos, la historia de la coyuntura y de las crisis y, fi¬nalmente, la historia ma¬siva y estructural que evoluciona lentamente a lo largo de amplios periodos. Y en esto reside precisa¬men¬te la dificultad, ya que, tratándose de cuatro si¬glos y del conjunto del mundo, ¿cómo podíamos or¬ganizar se¬me¬jante cúmulo de hechos y explicacio¬nes? Había que escoger. En lo que a mí respecta, he elegido los equilibrios y desequili¬brios profundos que se produ¬cen a largo plazo. Lo que me pa¬rece primor¬dial en la economía preindustrial es, en efecto, la co¬existencia de las rigideces, inercias y torpezas de una economía aún elemental con los movimientos limita¬dos y mino¬ri¬tarios, aunque vivos y poderosos, de un crecimiento mo¬derno. Por un lado, están los campe¬sinos en sus pue¬blos, que viven de forma casi autó¬noma, prácti¬camente autárquica; por otro, una eco¬nomía de mer¬cado y un capitalismo en expansión que se extienden como una mancha de aceite, se van for¬jando poco a poco y prefiguran ya este mismo mundo en el que vi¬vi¬mos. Hay, por lo tanto, al menos dos universos, dos géneros de vida que son ajenos uno al otro, y cuyas masas respectivas encuentran su explicación, sin em¬bargo, una gracias a la otra.
Quise empezar por las inercias, a primera vista una histo¬ria oscura y fuera de la conciencia clara de los hom¬bres, que en este juego son bastante más pasi¬vos que activos. Es lo que trato de explicar mejor o peor en el primer volumen de mi obra, que yo había pen-sado titular en 1967, con ocasión de su primera edición, Lo posible y lo imposible: los hombres frente a su vida cotidiana, título que cambié poco después por el de Las estructuras de lo cotidiano. ¡Pero qué más da el título! El objeto de la investigación está tan claro como el agua, si bien esta búsqueda resulta ale¬atoria, plagada de lagunas, trampas y posibles errores. En efecto, todos los términos resaltados —in¬cons¬ciente, cotidianeidad, estructu¬ras, profundi¬dad— re¬sultan oscuros por sí mismos. Y no puede tra¬tarse, en este caso, del inconsciente del psicoanáli¬sis, pese a que éste también entra en juego, pese a que quizás haya que descubrir un inconsciente co¬lectivo, cuya realidad tanto atormentó a Carl Gustav Jung. Pero es poco corriente que este tema tan am¬plio sea aborda¬do, a no ser en sus aspec¬tos laterales. Aún está espe¬rando a su historiador.
Me he ceñido, por mi parte, a unos criterios con¬cretos. He partido de lo cotidiano, de aquello que, en la vida, se hace cargo de nosotros sin que ni siquiera nos demos cuenta de ello: la costumbre —mejor di¬cho, la rutina—, mil ademanes que prosperan y se re¬matan por sí mismos y con respecto a los cuales a na¬die le es preciso tomar una decisión, que suceden sin que seamos plenamente conscientes de ellos. Creo que la humanidad se halla algo más que semisumer¬gida en lo coti¬diano. Innumerables gestos heredados, acumulados confusa¬mente, repetidos de manera in¬finita hasta nuestros días, nos ayudan a vivir, nos en-cierran y deciden por nosotros durante toda nuestra existencia. Son incitaciones, pulsiones, mode¬los, formas u obligaciones de actuar que se remontan a veces, y más a menudo de lo que suponemos, a la noche de los tiem¬pos. Un pasado multicelular, muy antiguo y muy vivo, desem¬boca en el tiempo pre¬sente al igual que el Amazonas vierte en el Atlántico la enorme masa de sus turbias aguas.
Todo esto es lo que he tratado de englobar con el cómodo nombre —aunque inexacto como todos los términos de signifi¬cado demasiado amplio— de vida material. No se trata, claro está, más que de una parte de la vida activa de los hombres, tan congénitamente inventores como rutinarios. Pero al prin¬cipio, repito, no me preocupé de precisar los límites o la naturaleza de esta vida más bien soportada que protagonizada. He querido ver y mostrar este conjunto de historia —generalmente mal apreciado— vivido de forma me¬diocre, y su-mergirme en él, familiarizarme con él.
Después de esto, y sólo entonces, habrá llegado el momento de salir del mismo. La impresión pro¬funda, inmediata, que se obtiene tras esta pesca submarina, es la de que nos encontra¬mos en unas aguas muy antiguas, en medio
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