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La Guerra Del Opio


Enviado por   •  7 de Enero de 2014  •  2.026 Palabras (9 Páginas)  •  299 Visitas

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GUIÓN GRUPO 5: “China en el siglo XIX: la rebelión de Taiping”

(BLOQUE I – Introducción – El mundo chino)

A mediados del siglo XIX, China se vio convulsionada por una serie de revueltas y rebeliones que amenazaron la continuidad de la dinastía que venía gobernando desde hacía 200 años: la dinastía extranjera manchú de los Qing.

La lucha para restaurar la tradicional dinastía Ming se había organizado, en un principio, en sociedades secretas y diferentes grupos de carácter religioso. La rebelión de los Taiping, en ese tiempo agitado, se presentaba como el mayor exponente de los alcances de los problemas económico-políticos y de la gran avanzada del imperialismo occidental. Este movimiento, basado en una peculiar amalgama entre el cristianismo protestante y las creencias religiosas chinas tradicionales, unió a campesinos, principales partícipes de estas revueltas, y otros grupos sociales afectados por la crisis. Al igual que durante toda la historia china, los diferentes focos de revuelta desestabilizaron a la dinastía que caería definitivamente en 1911.

La China del siglo XIX era el resultado de una construcción histórica y una tradición que se remontaba a más de dos mil años de antigüedad, en los que se había consolidado una estructura socio-política centralizada y autocrática. El estado se sustentaba en una gran maquinaria burocrática, que ejercía el control y la dominación sobre una población cada vez más densa. Desde el año 1644 los manchúes, pueblos del norte de china que cohabitaban en la misma geografía, lograron tomar el poder imperial. El fin de los Ming, dinastía propiamente china, no supuso el fin del sistema imperial, sino la continuidad del mismo con una nueva dinastía que gobernaría hasta principios del siglo XX,... la de los Qing.

Presentación del capítulo: “China en el siglo XIX: la rebelión de Taiping”

El imperio representaba la unidad de un vasto estado fragmentado. Esta segmentación se manifestaba tanto en el aspecto económico, como en lo cultural. China era un conglomerado de diversos pueblos que a lo largo de su historia habían sido reunidos bajo la protección de la autoridad del emperador. Económicamente se dividía en unidades regionales más o menos autónomas, basadas en un régimen agrícola que se combinaba con una importante actividad comercial apoyada en una amplia red de mercados locales e interregionales. Al tratarse de una economía netamente agraria, la diferenciación social se determinaba según la posesión de tierras. Para ese entonces los campesinos representaban el 80% de la población total. Se agrupaban en aldeas de varios cientos de familias que poseían o alquilaban las tierras que trabajaban. Sólo la mitad de ellos eran propietarios de sus tierras. Por otro lado, la clase acomodada basaba su condición de privilegio no sólo en su carácter terrateniente, sino también en su participación al servicio del estado. Ellos eran los únicos que tenían los medios para acceder a la educación y, por ende, podían realizar carrera para convertirse en funcionarios imperiales. Según la estudiosa Theda Skocpol, en su libro Los estados y las revoluciones sociales: “Los ingresos de los funcionarios, así como los pagos recibidos por organizar y administrar los asuntos de la comunidad local, aportaban mayores ganancias que las que podían conseguirse mediante la simple propiedad de la tierra. En última instancia, la riqueza así recaudada era reinvertida parcialmente en tierras y en usura, completando así el ciclo de interdependencia entre el estado imperial y la sociedad agraria basada en la propiedad privada, fragmentada y estratificada, y el comercio localizado (…). La clase agraria dominante dependía del apoyo administrativo/militar de las oportunidades de empleo del estado imperial. Y las dinastías reinantes dependían de las clases locales dominantes para extender su control y apropiarse recursos de la inmensa y complicada expansión agraria que formaba China”.

El sistema económico, por tanto, se correspondía perfectamente con las relaciones de dominación existentes. La clase dominante poseía un exclusivo monopolio sobre la actividad pública estatal. Este sistema, a su vez, era reforzado por la religión oficial, que era el confucianismo de Estado. Administrado por el emperador y sus funcionarios letrados, el culto oficial intentaba cohesionar la conciencia colectiva para otorgarle fundamento y legalidad al sistema autocrático imperial. La unidad de tan vasto y heterogéneo imperio requería del respaldo de una doctrina consistente. Regulado por la clase privilegiada, los ritos eran monopolizados por el Estado, excluyendo la participación popular. El pueblo, de este modo, intentó dar respuesta a sus inquietudes espirituales , no plenamente satisfechas por el culto oficial, a través de lo que se suele llamar “religión popular”. Ésta englobaba una serie de elementos religiosos heterogéneos que iban del confucianismo, el taoísmo y el budismo hasta el maniqueísmo y sustratos de la religión antigua. Sin embargo, hablar de China y su religión es siempre un tema que reviste una gran complejidad, porque es difícil ver la adhesión de un chino a una religión en particular. La relación que existe entre un chino y la religión está dada por una base primitiva sobre la cual se han superpuesto las religiones nacionales y las importadas. Las primeras formas de religión que surgieron en China están relacionadas con el culto de los antepasados y de las fuerzas de la naturaleza, a las que se les atribuía un espíritu propio. Esta particular cosmovisión dio origen a las dos religiones más importantes y tradicionalmente concebidas como propiamente chinas: el confucionismo y el taoísmo. De las religiones que vinieron desde el exterior encontramos el budismo, el Islam y el cristianismo.

El confucionismo ha sido considerado por muchos como una religión, sin embargo los mismos chinos no lo ven así, porque Confucio no propone la creencia en ningún dios, sino que sólo instaura una serie de normas sociales. Estas reglas morales en las que debe basarse la vida de cada persona están dadas por las cinco relaciones sociales: la del Gobernante y el súbdito, la del padre y el hijo, la del hermano mayor y el menor, la del marido y su mujer,

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