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La Vida Social En México En La época Colonial


Enviado por   •  30 de Julio de 2014  •  4.787 Palabras (20 Páginas)  •  417 Visitas

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La vida social de México en su época colonial

Los españoles trataron de organizar la Nueva España bajo las normas de la sociedad peninsular, mas la presencia de millones de aborígenes introdujo en la configuración de la sociedad novohispana variantes muy notables respecto del modelo original. Los primeros emigrantes a las Trece Colonias inglesas, o a las fundaciones españolas del Río de la Plata, trasladaron en alguna forma las instituciones sociales y hábitos metropolitanos, mas no así los llegados a México o al Perú, donde la presencia de otras instituciones y pueblos, algunos con avanzada organización política y social, ejerció muy honda influencia sobre los esquemas originales. Mas el factor diferencial no fue ese solamente. Además, y sobre todo, actuó el ayuntamiento sexual entre conquistadores y población aborigen, acelerador y generador de una serie de explosivas cargas. En la mayor parte del continente nació el mestizo de razas disímiles, fruto de dos culturas sin el más remoto contacto, y ese mestizo encontró y encuentra el modo de cobrar la cuenta contraída por sus remotos padres.

Sólo que la sociedad novohispana, aparte de configurarse sobre el hecho sine qua del ayuntamiento sexual hispano-aborigen, no se apartó en lo fundamental del modelo metropolitano, uno de cuyos rasgos diferenciales, la cerrada estratificación de la sociedad española, llegó a ser segunda raíz de luchas claves en la vida mexicana. En la sociedad española del siglo XVII, y aún acusadamente en la actual, la composición de la pirámide social gira en torno al origen de sus integrantes; esto con tal fuerza que aún hoy resulta excepcional que un Grande se avenga a considerar como su igual a un comerciante, industrial o simple "arribista" con recursos económicos suficientes para convivir en su círculo. Desde el siglo XVI, y hasta las guerras de independencia, las sociedades novohispanas plantearon las colisiones estructurales gestadas en la fusión del modelo peninsular con las realidades autóctonas, conflicto empeorado porque si bien en la Península el problema del origen social se remontaba comúnmente a la Edad Media y la guerra contra los sarracenos -las monarquías pagaban con títulos de nobleza y vasallos los servicios de sus guerreros más notables-, en la Nueva España, aunque también concedió la corte títulos por eso mismo (el primero fue el marquesado de Cortés), pronto se simplificó la cuestión del origen para reducirla al lugar de nacimiento, y las consecuencias del cambio no se hicieron esperar: si en España se ejercía y ejerce aún el derecho histórico para llevar un título, en México bastaba el hecho de haber nacido en España para asegurar la eminencia social. Mediante procedimiento tan sencillo se formó la pirámide social novohispana, con los españoles nacidos en España ubicados en su vértice, y debajo de ellos sus hijos, los criollos, y por supuesto las castas o razas mezcladas, aunque sin llegar a darse el caso de Ciudad Rodrigo -en la provincia de Salamanca-, donde los escudos nobiliarios, inclinados sobre la fachada de los palacios, aún definen el bastardo nacimiento de sus propietarios. Ciertamente la estratificación de la sociedad novohispana llevaba consigo la semilla de la guerra de Independencia, con tantos rasgos de guerra de castas en su versión de 1810.

Si en el territorio de la Nueva España convivían españoles peninsulares, españoles americanos o criollos, mestizos por la mezcla de aquéllos con los pobladores originales, y más tarde con los africanos traídos para trabajar en minas y trapiches, se explica que una generación después de la conquista el ejemplo de Cortés, al procrear a don Martín con doña Marina, se multiplicara infinitamente. De la creciente mezcla de sangres, ya en la segunda mitad del siglo XVI se conocían los siguientes tipos y subtipos:

De español y española, criollo.

De español e india, mestizo.

De mestizo y española, castizo.

De castizo y española, español.

De español y negra, mulato.

De mulato y española, morisco.

El salta-atrás tenía características de negro, si bien nacía de una familia blanca. Generalmente se creía que este fenómeno de atavismo se producía a la tercera o cuarta generación, de una abuela negra con un blanco. Y de ese sub-tipo continuaba la ordenación:

De salta-atrás e indio, chino.

De chino y mulata, lobo.

De lobo y mulata, jíbaro.

De jíbaro e india, albarrazado.

De albarrazado y negra, cambujo.

De cambujo e india, zambo o zambayo.

De negro y mulata, zambo-pireto.

De zambo y mulata, calpan-mulata.

De calpan-mulata y zamba, tente en el aire.

De tente en el aire y mulata, no te entiendo.

De no te entiendo e india, allí te estás.

Según Ernesto de la Torre Villar este cuadro "responde a la idea clasificadora y racionalista del siglo XVIII", y sólo funcionó realmente hasta su sexto tipo, o sea hasta el morisco o hijo de mulato y española.

De "larga y ridícula clasificación" la califica Riva Palacio, mediante adjetivos inadecuados, pues si su obvia extensión no ameritaba subrayarse, de ridícula nada tuvo salvo bajo el prisma del siglo XIX. Más que ridícula se antoja divertida, aunque juzgada desde el punto de vista de sus consecuencias no haya sido cosa de broma.

Importa subrayar, eso sí, que entre 1520 y 1700 nació el hombre de México, mayoritariamente indioespañol, que no entraba en los cálculos españoles, pues originalmente se previó sólo la existencia de dos repúblicas, la de indios y la de españoles, y con vista en ellas se legisló. Mas la gana de follar fue superior al cálculo, y el mestizo mexicano se reprodujo en cuanto el primer hombre blanco se acostó con una o varias indias sobre un petate cualquiera. Cortés puso la muestra al procrear dos hijos varones, uno mestizo y el otro criollo; ambos amados con igual intensidad, pues ambos recibieron el nombre de Martín, el de su padre. Pero que las consecuencias del largo e intenso follar anunciaban tormentas es patente en no pocos informes de los virreyes a la corona, sobre todo en dos de ellos. "Los mestizos van en aumento -escribía don Luis de Velasco al monarca-, y todos salen tan mal inclinados y tan osados para las maldades, que a éstos y a los negros se les ha de temer". Veinticinco años más tarde, don Martín Enríquez alertaba al monarca contra el peligro mestizo, hablando de los "cuasi-indios" como gente nada de fiar por su condición pleitista y escasa fidelidad al rey de las Españas. Es difícil precisar el número de mestizos al terminar el siglo XVI, quizás tantos o más que los españoles peninsulares, probablemente setenta u ochenta mil. Hacia 1545 su crecimiento demográfico

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