La locura en Chile (siglo XIX)
Enviado por Ghlent • 6 de Septiembre de 2015 • Ensayo • 2.040 Palabras (9 Páginas) • 239 Visitas
La locura en Chile (siglo XIX)
Chile, antes de ser políticamente tal, pasó por una época conocida como Colonia comprendida entre los años 1598 a 1810. En aquel entonces la psiquiatría no era ni una proto-ciencia y la locura era considerada un malestar del alma o una posesión demoniaca en casos más graves. Después de 1810, comenzó una trabajo de ordenamiento con el objetivo de convertir el nuevo Chile independiente en un lugar idóneo. Y fueron los locos unos de los afectados por este trabajo; tenían que ser limpiados de las calles para poder dar una visión más sana. No podían simplemente echarlos, así que trataron de contenerlos. Por ello es que el siglo XIX es una centuria ideal sobre la cual trabajar, porque se trató de cambiar el estilo con el que se trataba a quienes no tenían cordura. Sin embargo, este escrito busca demostrar que no fue más que un cambio aparente, sin ser distinto en fondo y con una forma similar.
Durante los tiempos en los que las tierras pertenecían a España, a los locos se les manejaba de acuerdo a un criterio de comportamiento. Estaban los furiosos, se les buscaba apaciguar a base de golpes, privarles de comida y darles duchas frías, de no funcionar los encadenaban a un muro. Estaban los deprimidos, reprimidos, ocultos en una habitación, alejados de la familia y sus relacionados. Y los tranquilos, que por no representar un peligro podían al menos rondar por la casa. Claro, estas distinciones eran si no había dinero para más. Aquellos que “pertenecían” a una familia de mayor estatus eran enviados a Lima, a su olvido en alguna loquería.
¿Cambió esto más adelante? ¿con un Chile independiente, con las ideas de ilustración, con una mejor tecnología? No realmente. A comienzos del siglo XIX el loco era parte de los caminos, se le arrestaba si cometía un delito, quedaba en el recuerdo de los habitantes de la zona como aquel sujeto que actuaba sin sentido o erraba de ciudad en ciudad si mantenía el suficiente uso de razón para hacerlo. Pero ya para cuando abrió la Casa de Orates, única en su especie en lo que irá del siglo, regresó el encierro. Y junto a él, unas condiciones no mejores que las precedentes. Así se puede dar a notar en el siguiente fragmento de una carta:
«
Santiago Julio 21 de 1916
Sr
Urrejola
Respetable Señor: Me hallo muy pobre de salud y desearía que Ud. Hiciera todo lo posible pa sacarme cuanto antes de esta.
Existe en esta gran esclavitud y el crimen como le dije a Ud., creo que es debido a Villar y se supone ó creo que le han presentado sumarios falsos al Presidente de la República y no solamente sumarios falsos y creo que tienen hombres honrados muertos en el juzgado del crimen y debido á esto, creo que me tienen a mí pa sacrificarme, pa asi librarse ó alargar la vida[…]
En días pasados le pedí ropa al Sr. Gazzana […] y las prendas que recibí […] fueron:
1 par de zapatos
½ docena de par de calcetines
1 pantalón y
10 [ilegible] pero lo que me hace mucha falta son calzoncillos muy gruesos y camisetas muy gruesas porque siento mucha frialdad en las piernas y como le digo estoy muy pobre de salud en esta […]
atte y Suyo
Benjamín Astudillo».
Cualquiera que leyera esto podría notar aunque sea una leve locura, pero lo importante está en algunas palabras claves como lo son “gran esclavitud”, “pobre de salud” y “frialdad”. El hombre solo quería dejar el lugar, o al menos tener algo con lo que abrigarse. En esta y en otras cartas del libro escrito a pie de pagina, es posible encontrar más que delirios de los pacientes. Seguían siendo sujetos encadenados a un lugar, a merced de la temperatura ambiental; desde la creación del establecimiento en 1852 a más de medio siglo después, no importa cuánto invirtieron en el lugar, seguía manteniendo la misma naturaleza.
Ahora, uno podría decir que era un proceso, que el cambio comienza con la intención, y en el siglo XIX comenzó la transformación. Reconocieron la precariedad de la primera edificación y construyeron otra en 1858. El personal que la componía eran filántropos y vecinos que lo sentían como un deber cívico y religioso. Y en el cambio de edificio llegó un médico, Ramón Elguero, el cual veía las cosas de una manera más científica y pensaba que los trastornos sí tenían una solución (más allá de exorcismos o algún milagro). Llegaron más especialistas con el paso del tiempo: William Benham, médico inglés, y Carlos Sazié, becado en Europa, por dar ejemplos; ellos se quejaban con la administración, proponían mejoras: y con el tiempo las obtuvieron.
Una historia muy bonita si es descrita de esa manera. No es mentira, el conocimiento que venía de afuera de Chile promovía las modificaciones… Modificaciones en lo que es la psiquiatría, pero el tema a tratar aquí es sobre las personas. Como se dijo anteriormente, aún a comienzos del siglo XX habían defectos en la estabilidad física de ellas; y en el siglo XIX, que es el contexto principal de este texto, el panorama no es para nada agradable.
«El 4 de enero de 1859, El diario El Comercio de Valparaíso titulaba:
“En uno de estos dias, pasando por el cuartel de policia, nos llamo la atención el ruido sordo de una cadena que se arrastraba por el suelo y los gritos descompasados
Que daba un hombre, al parecer privado de su razon.
Entramos al cuartel y tratamos de indagar el orijen de esos gritos. Se nos dijo que era un pobre loco que habia perdido el juicio, a causa de entregarse con esceso a la bebida, y que habia sido conducido al cuartel por andar causando desordenes en la calle; que estando ahí, suelto y libre de prisiones, fue necesario colocarlo en la barra, de cabeza, en donde se enfurecido, dando gritos desesperados, rompiendo sus vestidos, y arrastrando por el suelo la barra que despedazaba su cuello. Esto es una crueldad que estamos seguros que el sr. Comandante niño no ha tenido la menor noticia, porque su buen corazon se habria indignado de tanta inhumanidad. Este infeliz se encuentra ahora en la cárcel pública de esta ciudad, a donde ha sido trasladado por orden del Sr. Intendente.
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