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Leccion oratoria


Enviado por   •  1 de Septiembre de 2015  •  Documentos de Investigación  •  5.597 Palabras (23 Páginas)  •  281 Visitas

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VENGANZA DE ARIEL

* Zúñiga, Horacio. "Verbo peregrinante". Toluca, México. Talleres Linotipográficos del Estado de México 1939. En esta semana, procedente de Washington, en cuyo Capitolio, gracias al nobilísimo impulso de "El Universal", se prolongaron, por medio de los ímpetus del verbo hispánico, las inquietudes musicales de la Lengua, llega, ceñida la frente de laurel y bajo el éxtasis de la victoria, un joven mexicano, un representativo muchacho nuestro, cuyo discurso -¡gracia y fuerza al par, huracán y susurro, trueno y melodía!- despetaló la rosa de los vientos de los vientos con envergaduras de sus cóndores y sobre el gris cansancio de los cielos nórdicos, echó a volar los quetzales y los guacamayos de los suntuosos crepúsculos latinos.

¿Grecia en Macedonia? ¿Roma en Aquisgrán? ¿Atenas en Persépolis o en Bizancio? ¿El Partenón en Cartago? ¿El Foro en el corazón de Antioquía? ¿Ante los ojos de los mercaderes cosmopolitas, el maravilloso consorcio de fuerza, de belleza y de color, que triunfa en la perla adriática y se exalta en el milagro de Florencia, la ciudad que empuja el duomo de la Santa María de Brunelleschiy que, en la plaza maravillosa, al amparo de las logias ilustres, muestra la audacia del Perseo frente a la noble fuerza del David? ¿La mañana del Alejandría preludiada por la aurora helénica y amortajada con la noche de las pupilas de Cleopatra? ¿La Persia de los sasánida, en cuyas esplendideces salomónicas grita la locura dionisíaca y en cuyos derroches palatinos, se tuerce, es verdad, pero también se acusa, la devoción pagana de la forma, la pagana locura de la línea; la divina embriaguez báquica que trenza las guirnaldas ardientes de la danza lúbrica, en tomo de las gloriosas ancas de los sátiros? ¿O mejor aún, seria la elegante molicie asiática, floreciendo por igual en el África de los vándalos y en la España de los visigodos?-

El temblor arrebolado, poli rítmico, miliunanochesco, de nuestra lengua única, sería allá, en las mecánicas monotonías septentrionales, así como fue el Cairo de los fatimitas para las arenas africanas que ya habían visto, es cierto, el desfile de los milagros bajo el reinado de los Barcas y el poderío de los Ptolomeos, pero que aun no presenciaban el portento vivo de los increíbles ensueños de Scherhazada? ¿No sería por ventura esa visión caleidoscópica y rítmica, desplegada en imágenes y desgranada en músicas, ante los ojos y en los oídos de los hombres prácticos, como el alargamiento babilónico de la Córdoba de los abderramanes, que desdobló en la península ibérica las alca tifas de Damasco y pintó, en el más dulce rincón de España, el cromo resplandeciente de las riquezas de Bagdad? Su oración fue un pensamiento vestido con seda roja.

Dice un crítico americano y tenía el alegre tintinear de los cascabeles." ¿No es esto una corroboración de lo anterior? ¿Las púrpuras de los abasidas y de los omeyadas, no afirman sus excelencias y sugestiones, en esa impresión tan sinceramente escrita? ¿En la apreciación citada, no se perfila el resplandente temblor de las campanillas de plata que va sacudiendo el trote de los dromedarios? Mas aún, sobre la árida desolación de las tragedias nacionales, sobre el inmenso erial que nos ha dejado la muerte, después de los urgentes y reivindicadotes, aunque no por eso menos lúgubres y dolorosos, sacudimientos intestinos; sobre esa enorme extensión amarga y vacía, la procesión de la belleza invencible, el desfile de la armonía victoriosa, que es el patrimonio más alto de la raza, ¿no debe haber recordado, a nuestros fríos vecinos, el cortejo de la Reina de Saba a través de Palestina, o mejor aún, el largo cuento de las caravanas de Bassora, que, bajo el implacable ardor de los soles asiáticos, llevaban la frescura de los oasis en las aguas de las piedras preciosas y hasta conducían las sonrisas de las rosas en los sedosos cambiantes de las perlas?

Pero hay algo más significativos todavía: el crítico estadounidense concluye su juicio con estas palabras: "Cota, para terminar, abrió los brazos y formó la cruz, como si elevara una plegaria, y luego se recogió, como si crismara su frente con el agua bendita de un ruinoso y olvidado santuario a la orilla del camino".

¿Puede pedirse símbolo más perfecto de una raza que a una a las milagrerías policromitas y a los portentos musicales, el más puro, el más hondo y a veces, el más trágico misticismo? ¿No está allí, en el discurso y el ademán de ese muchacho (acaso por ser nuestro discípulo, tan comprensivamente estimado), no está en las síntesis de su mímica -palabra que dibuja-, y de su palabra dibujo que habla-, no está allí la cristalización más completa de un pueblo que hasta en sus danzas religiosas -ioh epopeyas rútilas y rítmicas de los Huehuenches de la Virgen Morena y de los danzarines votivos del Señor de Chalma!-, por encima del arrebato de la fe, más allá de los transportes arcangélicos, hace tremar y esplender como una vívida floración del alma o como mágica transfiguración del suilimiento, la locura de los penachos en cuyos iris tornasoles tiembla la fiesta de los jardines; mientras los labios, jardines de músicas al par, vuelcan su devoción en cánticos que suben, y bajan, y ondulan, y serpentean, y corren, y saltan, y vibran, en fin, y coruscan incansablemente, hasta acabar prosternados en el reclinatorio del silencio, bajo las miradas húmedas de los cristos agonizantes y al amparo taumaturgo de las vírgenes misericordiosa? ¡Raza que mata y reza; raza que canta y ora; raza que en las raigambres autóctonas conjuga la furia de Huitzilopoxtli con el sacrificio de Quetzalcoatl y que es, de ese modo, serpiente de tinieblas y pájaros de arreboles; raza que echa a volar sus ímpetus en el águila y que cincela sus esperanzas en el colibrí; raza que, a través del hierro de los conquistadores y el nardo de los misioneros, se injerta en las llanuras castellanas y en las vegas andaluzas, hasta trenzar con las sombras de Toledo las luces de Sevilla y hasta poner, en las edificaciones de sus sueños, junto a las masas lúgubres y enormes de San Jerónimo de Yuste y San Lorenzo del Escorial, el orgullo alado de las Giraldas, los delirios eurítmicos de las Alambras y los orfébricos encajes de las mezquitas! Raza así, de oros y obsidianas; de pumas y neblíes; de Popocatépetls y Xochimilcos; de ciudadelas teotihuacanas y palacios del Palenque; raza que retuerce su angustia para trocarla en canto y que afina su desesperación para filtrarla en savias de dalias y zempoalxochiles (las dos flores aborígenes y hermanas); raza, en fin, que posee la suprema virtud estética, don de los grandes ,pueblos, y la sublime hondura mística, presea de las más remotas civilizaciones, no podía ni debía haber tenido en el país de las grandes pero torpes realizaciones materiales (la felicidad como fin, el progreso mecánico como medio) mejor representante que el joven y veqemente estudiante mexicano, en cuyo discurso, basado en la tesis histórico-dinámico-estética (aunque en esta ocasión no cíclica) de Spengler, se exaltó la modalidad y la finalidad de nuestra idiosincracia latina; la característica de nuestra misión racial; el ananké de nuestro destino; el móvil de nuestra mentalidad y nuestro esfuerzo que más allá de la civilización, que es sólo adaptación material del planeta a las necesidades más pajas de la especie, busca la cultura; es decir, la asimilación quinta esencial del cosmos, a través de la conciencia, como quiere Max Scheller; la adaptación del espíritu al universo, en función trascedental de pensamiento y acción, como insinúan Euken, Wundt, y Fitchte; o la superación humana de la naturaleza, al amparo de la más fuerte voluntad iluminada con la más alta razón y la virtud plena, como han soñado todos los grandes veedores desde Zaratustra hasta Renán, y desde Aristóteles hasta Reclús.

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