Leyes De La Educación
Enviado por Roaa • 11 de Septiembre de 2014 • 1.904 Palabras (8 Páginas) • 243 Visitas
Las leyes de la educación son las primeras que recibimos. Y como son ellas las que nos preparan a la ciudadanía, cada familia en particular debe ser gobernada con el mismo plan de la gran familia que las comprende a todas.
Si el pueblo, en general, tiene un principio, las partes que lo componen, esto es, las familias, lo tendrán también. Luego las leyes de la educación no pueden ser las mismas, sino diferentes en cada forma de gobierno: en las monarquías tendrán por regla el honor; en las Repúblicas tendrán la virtud por norma; en el despotismo su objeto será el temor.
En las monarquías, no es en las escuelas públicas donde recibe la infancia la principal educación; puede decirse que ésta empieza cuando al salir de la escuela se entra en el mundo, verdadera escuela de lo que se llama honor, ese maestro universal que a todas partes debe conducirnos.
Es en el mundo donde se ve y se oye decir estas tres cosas: Que ha de haber nobleza en las virtudes, franqueza en las costumbres, finura en los modales.
Las virtudes que la sociedad nos muestra no son tanto las que debemos a los demás como las que nos debemos a nosotros mismos; no son tanto las que nos asemejan a nuestros conciudadanos como las que de ellos nos distinguen. No se miran las acciones de los hombres por buenas sino por bellas; no por justas, sino por grandes; no por razonables, sino por extraordinarias.
En cuanto el honor ve en ellas algo de nobles, él es el juez que las halla legítimas o el sofista que las justifica.
Permite la galantería cuando se une a la idea de los sentimientos del corazón, o a la idea de conquista, y esta es la razón por la cual las costumbres no son jamás tan puras en las monarquías como en las repúblicas.
También permite la astucia, cuando se junta a la idea de la grandeza del ingenio o de la grandeza del asunto, como en la política; hay en políticas ardides y habilidades que no ofenden al honor.
No prohíbe la adulación cuando persigue un objeto grande, sino cuando es hija de la bajeza del adulador.
Respecto a las costumbres, ya he dicho que la educación de las monarquías les da cierta franqueza. Gusta la verdad en los discursos; pero ¿es por amor a la verdad? nada de eso. Gusta, porque el hombre acostumbrado a decirla parece más franco, más libre, más osado. En efecto, un hombre así parece atenerse a las cosas y no a la manera como otro las recibe.
Esto es lo que hace que se recomiende esta clase de franqueza tanto como se desprecia la del pueblo, que no tiene por objeto sino la simple verdad.
La educación en las monarquías exige cierta política en los modales. Y se comprende bien: los hombres nacidos para vivir juntos, han nacido también para agradarse; y el que no observara las conveniencias usuales entre las personas con quien vive, se desacreditaría completamente y se incapacitaría para alternar.
Pero no suele ser de tan pura fuente de donde la finura se origina. Se origina del deseo de distinguirse, del anhelo de brillar. Somos pulidos por orgullo; nos lisonjea tener modales políticos, los cuales prueban que no hemos vivido entre gentes ordinarias.
En las monarquías, la finura está en la corte como naturalizada. Un hombre excesivamente grande hace a los demás pequeños, de ahí las consideraciones que se guardan todos entre sí; de eso nace la política, lisonjera para todo el mundo, pues hace entender a cada uno que se está en la corte o que se es digno de estar.
El ambiente de la corte consiste en desprenderse de la grandeza propia y adquirir una grandeza prestada. Esta última satisface más a un cortesano que la suya propia. Le da cierta modestia superior que se extiende a distancia, modestia que disminuye a proporción que se aleja de la fuente.
Se encuentra en la corte una delicadeza de gusto para todo, que proviene del uso continuo de las superfluidades inherentes a una gran fortuna, de la variedad y abuso de los placeres, de la multiplicidad y aún confusión de caprichos, los cuales son siempre bien recibidos cuando son agradables.
Por todas estas cosas, la educación cortesana, llamémosla así, tiende a formar lo que se llama un hombre correcto, fino y pulido, con todas las virtudes exigibles en esta forma de gobierno (la monarquía moderada).
El honor, que en esta clase de gobierno se mezcla en todo y se encuentra en todas partes, entra por consecuencia en todas las maneras de pensar y de sentir e influye hasta en los principios.
Ese honor extravagante hace que las virtudes no sean como él las quiere; introduce reglas suyas en todo y para todo; extiende o limita nuestros deberes según su fantasía, lo mismo los de orígen religioso que los de orden político o moral
En la monarquía no hay nada como las leyes; la religión y el honor prescriben tan terminantemente la sumisión al príncipe y la ciega obediencia a lo que él mande, pero el mismo honor le dicta al príncipe y nos dice a todos que un monarca no debe mandarnos nunca un acto que nos deshonre, puesto que, deshonrados, estaríamos incapacitados para su servicio.
En las monarquías, la educación procura únicamente elevar el corazón; en los estados despóticos, tiende a rebajarlo; es menester que sea servil. La educación servil es un bien en los estados despóticos, aun para el mando, ya que nadie es tirano sin ser a la vez esclavo.
La obediencia ciega supone crasa ignorancia, lo mismo en quien la admite que en el que la impone. El que exige una obediencia extremada no tiene que discurrir ni qué dudar: le basta con querer.
En los estados despóticos es cada casa un reino aparte, un imperio separado. La educación que consiste principalmente en vivir con los demás, resulta en consecuencia muy limitada: se reduce a infundir miedo y a enseñar nociones elementales de religión.
El saber sería muy peligroso, la emulación funesta; en cuanto a las virtudes, ya dijo Aristóteles que no cree que puedan tener ninguna los esclavos; lo que limita aún más la educación en esta clase de gobierno.
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En diciembre de 1992 se reformó de nueva cuenta el artículo tercero constitucional, en algunos puntos centrales que se refieren al debate político-educativo en México. En relación al texto
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