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Liberalismo autoritario. Las contradicciones del sistema político mexicano.


Enviado por   •  3 de Octubre de 2013  •  Tesis  •  1.801 Palabras (8 Páginas)  •  610 Visitas

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Meyer, Lorenzo

"Liberalismo autoritario. Las contradicciones del sistema político mexicano."

Ed. Océano de México, Primera edición, 1995, México

El neoliberalismo

En los países centrales, el neoliberalismo surgió como una visión de la economía, la sociedad y el indivicluo, que proponía el abandono, por ineficientcs, corruptos y corruptores, del Estado interventor y del Estado de bienestar. La nueva política proponía reducir la presencia gubernamental en la vida cotidiana para devolver al mercado su vitalidad, su capacidad de distribuir los recursos de acuerdo con la eficacia y la productividad de Los diferentes actores económicos.

La contradicción entre el socialismo como utopía y el socialismo como realidad resultó tan enorme que el segundo simplemente se vino abajo y el primero quedó seriamente afectado. En los textos de los clásicos, el era el camino hacia la auténtica sociedad justa y libre. En la realidad ese resultó, por un lado, stalinismo, maoísmo, titoísmo, castrismo o polpotismo, y por el otro, algo tan cercano al que simplemente se confundió con él, como los gobiernos socialistas de Francia o España.

Pues bien, lo mismo le está sucediendo al neoliberalismo: el teórico ­el de la lógica impecable del mercado como la forma más efectiva de producir riqueza y distribuir costos y beneficios­ ha resultado bastante distinto del nealiberalismo que efectivamente ha existido: thatcherismo, reaganismo o salinismo.

En el sexenio de Miguel de la Madrid, desde 1985 para ser exactos, un puñado de jóvenes economistas, partidarios de desplazar al Estado por el mercado, maniobraron con habilidad y lograron arrebatar el poder a los políticos tradicionales. El supuesto derecho de mando de estos economistas o tecnócratas no provino de las urnas o de algo semejante ­las elecciones de 1988 carecieron de credibilidad y las de 1994 de equidad­ sino de su supuesta capacidad para conocer y manipular las variables económicas.

Ya en el poder, los tecnócratas-políticos se dijeron portadores de una ideología que presentaron como ciencia distinta y superior a la que había fracasado bajo el neopopulismo locuaz o frívolo de Luis Echeverría y de José López Portillo, y en ella fincaron su legitimidad. Se trató de una ideología manufacturada en las grandes universidades norteamericanas, notablemente en la de Chicago, que estaba siendo puesta en práctica en la Gran Bretaña de Margaret Thatcher y en el de Estados Unidos de Ronald Reagan, y que logró derrotar económicamente a la hoy desaparecida Unión Soviética. El proyecto de esos nuevos líderes mexicanos era la reintroducción de la lógica del mercado en un sistema económico ineficiente, dominado por un gobierno obeso, por los intereses corporativos y corruptos de sindicatos, organizaciones ejidales y patronales, y por industriales y comerciantes parasitarios, protegidos de la competencia externa. Desde la perspectiva de estos economistas encabezados por Carlos Salinas de Gortari, la lógica de la oferta y la demanda globales era la vía más eficiente en la asiguación de los recursos escasos; era la única forma de superar el subdesarrollo e introducir a México al selecto grupo de los países triunfadores. Por ello, la gran meta del grupo salinista fue lograr la integración de México a la economía más fuerte del mundo mediante un tratado de libre comercio con Estados Unidos.

Para no repetir la triste historia de Mijail Gorbachov en la Unión Soviética ­que por reformar políticamente un viejo sistema estatista y autoritario destruyó tanto al sistema como al país­, los tecnócratas decidieron que el camino adecuado era una modernización selectiva: transformar la economía, pero preservar y usar a fondo los instrumentos políticos heredados: autoritarios, antidemocráticos y premodernos. Fue así como el salinismo dio forma a algo que se puede llamar autoritarismo de mercado.

En esta ambiciosa empresa, contó con el apoyo incondicional de los factores de poder norteamericanos, de Europa occidental y de Japón. Igualmente forjó una sólida alianza con el PAN, los antiguos maoístas, la iglesia católica de Juan Pablo II y, sobre todo, con la banca y un puñado de empresarios mexicanos a los que, a cambio de un apoyo político efectivo, se les dieron todas las facilidades para acumular sumas fantásticas de capital que pronto pasieron a 24 de ellos en la lista de los megamillonarios del mundo.

Este cambio afectó profundamente todo el tejido de la sociedad, pero el costo lo pagaron sobre todo aquellos que tenían menos instrumentos políticos para defender su posición y que no estaban en condiciones de resistir el embate directo de la competencia externa: los marginados, los indígenas, el sector agrícola de temporal, los micro, pequeños y medianos empresarios e incluso algunos de los grandes; los sindicatos, y una clase media consumista y muy dependiente de las actividades burocráticas. Para imponer el cambio y controlar las inevitables reacciones en contra, el supuesto nealiberalismo económico se hizo acompañar y apoyar del autoritarismo tradicional, cuyos dos grandes pilares eran el presidencialismo sin límites y el partido de Estado; es decir, el antiliberalismo político.

Por un tiempo, la osadía del proyecto modernizador de la tecnocracia ­rapidez y profundidad­ deslumbró a propios y extraños, y el éxito nacional e internacional pareció acompañar a los arquitectos del nuevo modelo económico. Pero, finalmente, la contradicción básica entre los principios que guiaban el proyecto impidió que los afectados tuvieran canales de expresión institucionales y adecuados. Esta presión social sin salida y la imposibilidad del autoritarismo de detectar los errores estructurales a tiempo

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