Mi Cuidad Rota
Enviado por keilakatherine • 20 de Noviembre de 2013 • 1.451 Palabras (6 Páginas) • 259 Visitas
Antes del terremoto del 19 de septiembre ya nos había devastado el desas¬tre económico de 1982, cuando, como dijera el secretario de hacienda de entonces: nos quedamos sin dinero en caja. López Portillo dejó al país en una pésima situación económica, el sexenio de Miguel de la Madrid fue "de apretarse el cinturón", pero en serio. Con una inflación desbocada, la inflación llegó al 152 por ciento... Para el 85 ya era evidente que su go¬bierno era gris, y él, un inepto. Durante los días del sismo, mientras tantas personas permanecían atrapadas entre los escombros y decenas de miles no eran otra cosa que damnificados, los organismos financieros internacio¬nales le exigían a México el pago de los intereses de la deuda. Así como hubo solidaridad, hubo mezquindad, y nuestro presidente no mostró firme¬za ni nada, hasta los empresarios pedían la moratoria. En la tragedia, el go¬bierno reiteró su incapacidad. Simplemente se paralizó, no hizo nada, ni el señor presidente ni nuestro regente don Ramón Aguirre, quien no cantaba mal, literalmente, las rancheras.
No querían ver las cosas, sólo escuchar lo que les convenía, por eso pri¬mero dijo que no requeríamos ayuda y luego tuvo que cambiar de opinión. La ayuda internacional fue impresionante, llegó un momento en el que aterrizaba un avión de ayuda cada dieciocho minutos. En Argentina y en Uruguay se organizaron los que habían vivido aquí como refugiados polí¬ticos y se solidarizaron con el pueblo mexicano, en un acto verdaderamente hermoso. Los refugiados guatemaltecos que México había ayudado respon¬dieron igualmente, y a pesar de que eran gente pobre mandaron lo que tenían. ¡Qué diferencia con algunos funcionarios mexicanos! En aquellos tiempos había un chiste del secretario de Desarrollo Urbano y Ecología, quien había sido tiempo atrás contratista de la torre del Hospital Juárez que se cayó y de otras que también se derrumbaron, se apellidaba Carrillo Arenas y decían que los derrumbes habían sido porque "en sus construcciones usaba Carrillo arena en lugar de cemento". Y si bien hubo actos delictivos y corruptelas en esos días, vistos en su conjunto, fueron las excepciones y no la regla. Bui¬tres hay en cualquier desgracia, eso es inevitable, pero lo inexplicable son las actitudes del gobierno: se supone que cuando hay un desastre en el país, el ejército pone en práctica el Plan DN-m para ayudar a la población civil.
En 1985 nunca quedó muy claro por qué al frente de las tareas de auxilio se puso a civiles y no a militares, si los preparados son los militares. Creo que fue un gran error.
Hay muchos mitos detrás del terremoto, como la acusación a los judíos de haber provocado la desgracia de las costureras. Nadie habla de los ju¬díos que se unieron a los grupos de rescate. También hubo muchas quejas de los brigadistas extranjeros sobre las autoridades mexicanas, el señor Ramón Aguirre simplemente los corrió. Supongo que el gobierno no quería "quedar mal'" con los extranjeros y que los vieran en acción. Hubo mucho desor¬den: las autoridades civiles, sin experiencia, sin conocimiento del asunto, eran las que dirigían y pues fue un desastre sobre el desastre. El gobierno pagó cara su ineptitud: en 1988 se le fue encima la gran movilización del neocardenismo; después, en 1994, se tuvo que ciudadanizar a los órganos electorales para darle credibilidad a las elecciones y ya en 2000 se produjo la llamada "alternancia". Fueron quince años de un proceso acelerado de aprendizaje para los mexicanos. Ahora ya somos muy escépticos, dicen que la muía no era arisca...
El 85 fue muy valioso porque en unos cuantos días la población tomó el control de la ciudad y lo hizo muy bien. Hemos vivido tantos años de crisis económica que somos una sociedad muy lesionada, se han extre¬mado las diferencias sociales, han crecido los rencores, y eso no es nada sano. Hace veinte años vimos que sí podemos convivir. Esa disposición de ayudarse unos a otros es una lección: quiere decir que este país aún tiene salvación, hay una reserva inmensa de solidaridad a la que le temen los go¬biernos, y en lugar de aprovechar esa energía social, la reprime sin dejar que se despliegue con toda su fuerza. Tenemos que aprender a no esperar nada de papá-gobierno, en el 85 demostramos que somos capaces de resol¬ver problemas. Nadie más lo hará.
Vivimos un terremoto en
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