PANORAMA DEL PENSAMIENTO ESPAÑOL EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX
Enviado por ivan79 • 21 de Febrero de 2012 • 2.903 Palabras (12 Páginas) • 959 Visitas
PANORAMA DEL PENSAMIENTO ESPAÑOL EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX Miguel Angel de la Cruz Vives
Catedrático de Filosofía
I.E.S. Arquitecto Peridis
Leganés (Madrid)
macruz@platea.pntic.mec.es
última actualización: 1-2-2002
o Introducción
o La enseñanza
o Las distintas corrientes de pensamiento
El tradicionalismo y la polémica sobre la tolerancia
El krausismo
Transición al positivismo
Recepción del pensamiento marxista y bakuninista
Confluencia del krausismo con el socialismo
o Personajes
o Bibliografía y enlaces
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© Miguel Angel de la Cruz Vives, 1999
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El siglo XIX es un siglo turbulento en lo social y en lo político y, por añadidura, en el plano del pensamiento. A lo largo de todo el siglo se va a entablar una dura batalla en todos los órdenes entre las fuerzas que querían modernizar el país y los que querían mantenerlo firme en sus añejas raíces. No éramos en esto los españoles diferentes al resto de los europeos, también escindidos entre las fuerzas progresistas y las tradicionalistas. La diferencia estriba más bien en la correlación de fuerzas entre ambas tendencias, pues mientras Francia o Inglaterra contaban ya con una burguesía firmemente asentada y puestas las bases de la revolución industrial, en España una burguesía débil fue desarrollándose a duras penas, abriéndose camino en un ambiente reaccionario, viendo frustradas sus esperanzas en un país casi analfabeto, apenas industrializado, en plena decadencia económica y social, que soñaba en un Imperio del que sólo quedaban los jirones.
La España del siglo XIX es el crisol en el que se formó la España del siglo XX, cuyo primer tercio es la prolongación y el estallido dramático de las fuerzas que fueran acumulándose durante tanto tiempo.
El intelectual español es un testigo espantado de los males de su patria: se siente como una planta trasplantada a tierra estéril que impide su crecimiento y desarrollo. Ve, impotente, la caída en el abismo, trata de respirar en un ambiente enrarecido, asomar la cabeza sobre la mediocridad, la incultura, la intolerancia, el despotismo y el inmovilismo.
En 1833, Mariano José de Larra escribía en El pobrecito hablador:
Yo, pobrecito de mí, yo Bachiller, yo batueco, y natural por consiguiente de este inculto país, cuya rusticidad pasa por proverbio de boca en boca, de región en región, yo hablador, y careciendo de toda persona dotada de chispa de razón con quien poder dilucidar y ventilar las cuestiones que a mi embotado entendimiento se le ofrecen y le embarazan, y tú cortesano y discreto!!! ¡Qué de motivos, querido Andrés, para escribirte!Ahí van, pues, esas mis incultas ideas, tales cuales son, mal o bien compaginadas, y derramándose a borbotones, como agua de cántaro mal tapado. "¿No se lee en este país porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee?"
Esa breve dudilla se me ofrece por hoy, y nada más. Terrible y triste cosa me parece escribir lo que no ha de ser leído; empero más ardua empresa se me figura a mí, inocente que soy, leer lo que no se ha escrito.
Y más adelante:
Mira aquél librero ricachón que cerca de tu casa tienes. Llégate a él y dile: ¿Por qué no emprende usted alguna obra de importancia? )Por qué no paga bien a los literatos para que le vendan sus manuscritos? -¡Ay, señor! te responderá. Ni hay literatos, ni manuscritos, ni quien los lea: no nos traen sino folletitos y novelicas de ciento al cuarto: luego tienen una vanidad y se dejan pedir. No señor, no. -¿Pero no se vende? -¿Vender? Ni un libro: ni regalados los quiere nadie; llena tengo la casa... Si fueran billetes para la ópera o los toros... [1]
Estas palabras de Fígaro podían ser suscritas por Clarín, cincuenta años más tarde, mientras escribía La Regenta.
Cincuenta años, medio siglo, y el mismo absurdo: ¿Para qué escribir en un país de analfabetos?
ÍNDICE
La enseñanza
La situación de la enseñanza en España a lo largo del siglo XIX no es ajena a este panorama desolador. El control que la Iglesia ejerce sobre la cultura y la educación, pese a los esfuerzos por eliminar o limitar el mismo por parte de los liberales, se mantiene durante todo el siglo. Aunque se producen varios intentos de reforma educativa, la alianza de la Iglesia con los sectores conservadores e integristas vinieron a frenar las aspiraciones de la burguesía a una enseñanza laica, que sirviera de cauce para llevar al Estado su ideología progresista y democrática.
Desde la caída del absolutismo, hombres como Manuel José Quintana , Pablo Montesino o Antonio Gil y Zárate van a intentar dar un giro a la política educativa. Pablo Montesino inspiró, en 1834, una instrucción para el régimen y gobierno de las escuelas primarias y se dedicó a la creación de escuelas siguiendo el método Pestalozzi en Guadalajara, Alcoy y Madrid. Quintana y Montesino son los inspiradores de la creación de las primeras escuelas normales, la primera de las cuales se inaugura en Madrid en 1839. A Gil y Zárate, con quien colaboran Quintana y José de la Revilla se debe el plan de 1845, que intenta la absorción, regulación y dirección de la enseñanza por parte del Estado [2] , mediante una reglamentación tan estricta de la enseñanza media y universitaria que no logra convencer ni a tirios ni a troyanos: para los liberales y los radicales de izquierda el plan supone un control excesivo del Estado y una limitación de la libertad de pensamiento, para los clericales, estas medidas favorecían la secularización de la enseñanza. El plan de 1845 nacía, pues, herido de muerte.
Tras un breve período de secularización, la firma del Concordato con la Santa Sede en 1851 devuelve la enseñanza al dominio eclesiástico. La Iglesia asume la función de vigilante de la ortodoxia en todos los niveles de la educación, como pone de manifiesto el artículo 31 del Concordato:
...Su Majestad y su real gobierno dispensarán asimismo su poderoso patrocinio y apoyo a los obispos en los casos que lo pidan, principalmente cuando hayan de oponerse a la malignidad de los hombres que intenten pervertir los ánimos de los fieles y corromper sus costumbres, o cuando hubiera de impedirse la publicación, introducción o circulación
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