POSTRIMERIAS DEL SIGLO XIX
Enviado por MAGGLO • 20 de Mayo de 2013 • 1.231 Palabras (5 Páginas) • 503 Visitas
EN LAS POSTRIMERÍAS DEL SIGLO XX
El concilio Vaticano II formuló en sus documentos un importante programa de renovación cristiana, que nada tiene que ver con los abusos cometidos en nombre de un pretendido «espíritu conciliar». Hoy el mundo sufre una profunda crisis de valores espirituales, a la que han contribuido el afán de bienestar de la sociedad de consumo, la pérdida del sentido sobrenatural de la vida y un reduccionismo religioso que contempla al Cristianismo y ala Iglesia bajo una óptica primordialmente terrena. La Iglesia ha de ser ahora la defensa de valores tan esenciales como el derecho a la vida, la dignidad del hombre y la unidad de la familia. En la nueva humanidad de finales del siglo xx, el Cristianismo aparece —al igual que en sus comienzos— como la religión de los discípulos de Jesucristo que, con ayuda de la Gracia, tratan de corresponder a su vocación de cristianos.
1. «Promover el incremento de la fe católica y una saludable renovación de las costumbres del pueblo cristiano, y adaptar la disciplina eclesiástica a las condiciones de nuestro tiempo»: tales eran, según la bula de convocatoria, los fines que había de perseguir el concilio Vaticano II. Abierto por Juan XXIII el 11 de octubre de 1962, tan sólo el primer período de sesiones tuvo lugar en vida de este pontífice. Su sucesor, Pablo VI (21-VI-1963/6-VIII-1978), gobernó la Iglesia durante las tres etapas ulteriores celebradas en los tres años siguientes, hasta la clausura del concilio, el 8 de diciembre de 1965. El concilio desarrolló una ingente labor, plasmada en documentos de diverso tipo Constituciones dogmáticas, Decretos, Declaraciones y una Constitución pastoral —la Gaudium et Spes— sobre la Iglesia en el mundo actual. No hizo el concilio Vaticano II ninguna definición dogmática, por lo que sus enseñanzas no tienen la prerrogativa de la infalibilidad; pero constituyen actos del Magisterio solemne de la Iglesia y exigen por tanto de los fieles una adhesión interna y externa.
2. El concilio Vaticano II trazó un importante programa de renovación cristiana, capaz de reportar grandes bienes a la Iglesia. Pero en torno a la época de su celebración afloró a la superficie una profunda crisis en la vida eclesial, traducida en un sinfín de abusos cometidos en nombre de un pretendido «espíritu conciliar», que nada tiene que ver con el genuino espíritu del concilio ni con la letra de sus documentos. Sin descender a detalles acerca de un pasado todavía reciente, bastará con decir que en la sociedad eclesiástica se produjo entonces una violenta explosión «neo-modernista», no limitada como el Modernismo de principios de siglo a reducidos ambientes clericales europeos, sino de extensión y alcance prácticamente universales. El eclipse de la virtud teologal de la fe y la pérdida del sentido trascendente de la vida del hombre parecen ser las raíces últimas de esta crisis, uno de cuyos principales intentos ha sido la tergiversación de la naturaleza de la Redención y, en consecuencia, de la misión de la Iglesia en el mundo. Para esos sedicentes innovadores, la Redención no tendría como primordial finalidad la salvación eterna del hombre, rotas las ataduras del pecado, sino la liberación de la humanidad de opresiones y servidumbres terrenas. La misión de la Iglesia habría de ser, por tanto, de preferente orden temporal: la lucha contra las estructuras injustas de la sociedad y las desigualdades entre personas, pueblos y clases sociales,
3. En tierras del llamado «mundo libre», el desarrollo económico producido tras el período de la posguerra hizo surgir en los países más ricos una nueva «sociedad de bienestar», que ha demostrado tener una sorprendente capacidad de disolución del espíritu cristiano. El vértigo del consumismo ha difundido entre
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