Revolución Febrerista de 1936
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La revolución febrerista de 1936
28/May/2011
Por Victor Jacinto Flecha
La revolución febrerista supone un cambio radical en la estructura política del Paraguay. Fue derogada la Constitución Nacional vigente desde 1870, por un movimiento revolucionario dirigido por militares. Emergieron las FF.AA. como principales actores de la estructura política del Estado. Se implantó desde ese momento una forma de gobierno autoritario inaugurando la larga etapa de las dictaduras militares, vigente por más de medio siglo, hasta 1989.
El 17 de febrero de 1936 una sublevación militar derrocó al gobierno constitucional del Dr. Eusebio Ayala y nombró Jefe de Gobierno al Coronel Rafael Franco, a quien días antes el gobierno de Ayala había enviado al exilio. El movimiento revolucionario tuvo características similares a los múltiples golpes de estado que se habían dado en los 60 años previos. Sin embargo, fue el fin de la forma republicana del Estado desarrollada por más de medio siglo y el inicio de la mutación del poder público con la irrupción militar y su estructura en el ejercicio del poder de la República, sobre una base autoritaria con preeminencia del poder ejecutivo por sobre los otros poderes del Estado.
El golpe militar del 17 de febrero del 36 tuvo su origen en la Guerra del Chaco. La amplia movilización de la ciudadanía elevó de forma inusitada el nivel de participación e integración social de la población paraguaya y por primera vez, desde la guerra de la Triple Alianza (1864-1870), el paraguayo común volvió a sentirse actor del quehacer nacional. Luego del período de euforia por la victoria frente a Bolivia, el gobierno debía responder las expectativas de los soldados desmilitarizados que buscaban mejorar sus vidas. Si la guerra había posibilitado una integración nacional como nunca antes, el conflicto social generado por injusticias cuestionadas desde los años 20, fue también masivo y generalizado.
Las FF.AA., que demostraron capacidad y eficiencia en la guerra, internalizaron la idea de que ellas serían “el pilar fundamental de la patria” y las llamadas “providencialmente” a “instaurar un nuevo orden político”, contaban con el respaldo social de la Asociación de Ex-combatientes, con más de cien mil afiliados, en una población total del país, de menos un millón de habitantes. El “ejército en armas”, reza la Proclama del Ejército Libertador del 17 de febrero, se constituía en el “portavoz” y en el “vehículo de las transformaciones anheladas por las masas populares”. Esta “autoconstitución” de las FFAA, como ente político y gestor de la “vida misma de la Patria”, les permitió derogar la Constitución Nacional, disolver el Congreso Nacional y gobernar a través de Decretos -Ley, emitidos por la presidencia de la República.
El movimiento de febrero no tenía un modelo de país a construir. Las organizaciones que lo acompañaban eran, más bien, un vasto abanico de intereses sociales que reivindicaban la “la cuestión social” en el marco de una “ideología nacionalista”. El común rechazo a la política gubernamental liberal fue un elemento aglutinador entre los diferentes grupos mientras se trataba de destruir ese poder, pero no pudo ser un elemento suficiente para crear un espacio político diferente y una nueva forma de estado consensual.
Los primeros días del proceso revolucionario fueron entusiastas con la común idea de poner fin al régimen oligárquico gestado después de la derrota contra la Triple Alianza. Las organizaciones obreras, junto a sectores de izquierda lucharon por impulsar un carácter democrático y antiimperialista a la Revolución y su cabeza visible era el ministro de Educación, Anselmo Jover Peralta. Por su parte, el sector fascista había logrado ubicarse en puntos claves del gobierno – los ministerios del Interior, de Agricultura, la Policía de la Capital y la Intendencia Municipal de Asunción – apostaban hacia un Estado totalitario. El abanico gubernamental se completaba con el canciller Juan Stefanich, máximo líder de la “Liga Nacional Independiente”, que aspiraba a reformar el poder oligárquico, sin la transformación estructural de la sociedad.
Cuando el proceso reivindicativo de los obreros fue ingresando en los “feudos” capitalistas de los yerbales, fábricas de tanino y otras empresas de capital predominantemente anglo-argentino, éstos reaccionaron con una orquestada campaña que acusaba al gobierno paraguayo de comunista, por no reprimir al movimiento huelguístico. En este contexto el sector fascista logró hacer aprobar por el gobierno la
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