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San Agustin- La Ciudad De Dios


Enviado por   •  3 de Septiembre de 2013  •  2.868 Palabras (12 Páginas)  •  675 Visitas

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Agustín, nació el 13 de noviembre del 354 d.C. en Tagaste, Numidia (actual Souk-Ahras, Argelia). Su padre, Patricio, era pagano (más tarde convertido al cristianismo) y su madre, Mónica, era una devota cristiana que dedicó toda su vida a la conversión de su hijo, siendo posteriormente canonizada por la Iglesia católica. Agustín se educó en las ciudades norteafricanas de Tagaste, Madaura y Cartago, que en la época en la que él vivía pertenecían al dominio romano. Entre sus 15 y 30 años de edad vivió con una mujer cartaginesa cuyo nombre se desconoce, con la que en el año 372 tuvo un hijo llamado Adeodatus, que en latín quiere decir "regalo de Dios". Ya a su edad adulta, Agustín leería "Hortensius", de Cicerón, y se convertiría en un ardiente buscador de la verdad, estudiando varias corrientes filosóficas antes de ingresar a la Iglesia. Durante nueve años de su vida, se adhirió al maniqueísmo (una filosofía dualista de Persia que pensaba la realidad bajo un conflicto entre el bien y el mal), pero el maniqueísmo lo decepcionó y se lanzó al escepticismo.

"LA CIUDAD DE DIOS"

(Libro I)

CAPITULO PRIMERO

Hijos de esta misma ciudad son los enemigos contra quienes hemos de defender la Ciudad de Dios, no obstante que muchos, abjurando sus errores, vienen a ser buenos ciudadanos; pero la mayor parte la manifiestan un odio inexorable y eficaz, mostrándose tan ingratos y desconocidos a los evidentes beneficios del Redentor, que en la actualidad no podrían mover contra ella sus maldicientes lenguas si cuando huían el cuello de la segur vengadora de su contrario no hallaran la vida, con que tanto se ensoberbecen, en sus sagrados templos. Por ventura, ¿no persiguen el nombre de Cristo los mismos romanos a quienes, por respeto y reverencia a este gran Dios, perdonaron la vida los bárbaros? Testigos son de esta verdad las capillas de los mártires y las basílicas de los Apóstoles, que en la devastación de Roma acogieron dentro de sí a los que precipitadamente, y temerosos de perder sus vidas, en la fuga ponían sus esperanzas, en cuyo número se comprendieron no sólo los gentiles, sino también los cristianos

CAPITULO II

Que jamás ha habido guerra en que los vencedores perdonasen a los vencidos por respeto y amor a los dioses de éstos

Y supuesto que están escritas en los anales del mundo y en los fastos de los antiguos tantas guerras acaecidas antes y después de la fundación y restablecimiento de Roma y su Imperio, lean y manifiesten estos insensatos un solo pasaje, una sola línea, donde se diga que los gentiles hayan tomado alguna ciudad en que los vencedores perdonasen a los que se habían acogido (como lugar de refugio) a los templos de sus dioses. Pongan patente un solo lugar donde se. refiera que en alguna ocasión mandó un capitán bárbaro, entrando por asalto y a fuerza de armas en una plaza, que no molestasen ni hiciesen mal a todos aquellos que se hallasen en tal o tal templo. ¿Por ventura, no vio Eneas a Príamo violando con su sangre las aras que él mismo había consagrado? Diómedes y Ulises, degollando las guardias del alcázar y torre del homenaje, ¿no arrebataron el sagrado Paladión, atreviéndose a profanar con sus sangrientas manos las virginales vendas de la diosa?

CAPITULO III

Cuán imprudentes fueron los romanos en creer que los dioses Penates, que no pudieron guardar a Troya, les habían de aprovechar a ellos

Y ved aquí demostrado a qué especie de dioses encomendaron los romanos la conservación de su ciudad: ¡oh error sobremanera lastimoso! Enójanse con nosotros porque referimos la inútil protección que les prestan sus dioses, y no se irritan de sus escritores (autores de tantas patrañas), que, para entenderlos y comprenderlos, aprontaron su dinero, teniendo a aquellos que se los leían por muy dignos de ser honrados con salario público y otros honores. Digo, pues, que en Virgilio, donde estudian los niños, se hallan todas estas ficciones, y leyendo un poeta tan famoso como sabio, en los primeros años de la pubertad, no se les puede olvidar tan fácilmente, según la sentencia de Horacio, "que el olor que una vez se pega a una vasija nueva le dura después para siempreé. Introduce, pues, Virgilio a Juno, enojada y contraria de los troyanos, que dice a Eolo, rey de los vientos, procurando irritarle contra ellos: "Una gente enemiga mía va navegando por el mar Tirreno, y lleva consigo a Italia Troya y sus dioses vencidos"; ¿y es posible que unos hombres prudentes y circunspectos encomendasen la guarda de su ciudad de Roma a estos dioses vencidos, sólo con el objeto de que ella jamás fuese entrada de sus enemigos? Pero a esta objeción terminante contestarán alegando que expresiones tan enérgicas y coléricas las dijo Juno como mujer airada y resentida, no sabiendo lo que raciocinaba.

CAPITULO IV

Cómo el asilo de Juno, lugar privilegiado que había en Troya para los delincuentes, no libró a ninguno de la furia de los griegos, y cómo los templos de los Apóstoles ampararon del furor de los bárbaros a todos los que se acogieron a ellos

La misma Troya, como dije, madre del pueblo romano, en los lugares consagrados a sus dioses no pudo amparar a los suyos ni librarlos del fuego y cuchillo de los griegos, siendo así que era nación que adoraba unos mismos dioses; por el contrario, pusieron en el asilo y templo de Juno Phenix, y al bravo Ulises para guarda del botín. Aquí depositaban las preciosas alhajas de Troya, que conducían de todas partes, las que extraían de los templos que incendiaron, las mesas de los dioses, los tazones de oro macizo y las ropas que robaban; alrededor estaban los niños y sus medrosas madres, en una prolongada fila, observando el rigor del saqueo. En efecto: eligieron un templo consagrado a la deidad de Juno, no con el ánimo de que de él no se pudiesen extraer los cautivos, sino para que dentro de él fuesen encerrados con mayor seguridad. Compara, pues, ahora aquel asilo y lugar privilegiado, no ya dedicado a un dios ordinario o de la turba común, sino consagrado a la hermana y mujer del mismo Júpiter y reina de todas las deidades, con las iglesias de nuestros Santos Apóstoles, y observa si puede formarse paralelo entre unos y otros asilos. En Troya los vencedores conducían como en triunfo los despojos y presas que habían robado de los templos abrasados y de las estatuas y tesoros de los dioses, con ánimo de distribuir el botín entre todos y no de comunicarlo o restituirlo a los miserables vencidos; pero en Roma volvían con reverencia y decoro las alhajas, que, hurtadas en diversos lugares, averiguaban pertenecer a los templos y santas capillas. En Troya los vencidos

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