Tlaloc.
Enviado por esmedodo • 14 de Septiembre de 2014 • Ensayo • 778 Palabras (4 Páginas) • 236 Visitas
Tláloc era una deidad de la lluvia, cuyo nombre proviene del náhuatl tlaloctli, "Néctar de la tierra". Entre los zapotecos y totonacos se le llamaba Cocijo, en la Mixteca era convocado como Tzhui; los tarascos lo conocían bajo el nombre de Chupi-Tirípeme; y los mayas lo adoraban como Chaac. Este dios mesoamericano del agua y la agricultura se representa con una máscara compuesta por dos serpientes torcidas entre sí formando la nariz; sus cuerpos se enroscan alrededor de los ojos, y las colas conforman los bigotes. Se asocia al color azul del agua, bebida que alimenta a la madre tierra, y origina el nacimiento de la sensual vegetación; se relaciona con el verde del jade; y se encuentra unido a las nubes tempestuosas que están en el cielo, de las cuales emergerá el rayo. El dios de los mantenimientos -necesarios para la vida del hombre que habita en el paraíso terrenal- es ayudado por cuatro tlaloques que se encuentran en los puntos cardinales, quienes portan bastones y cántaros, de los que brota la lluvia.
La historia comenzó a 33.5 km de la Ciudad de México, en San Miguel Coatlinchán (del náhuatl cóatl, serpiente; in, prefijo posesivo de tercera persona del plural; y, chantli, hogar: "la casa de las serpientes", en el actual municipio de Texcoco, Estado de México. En 1889, José María Velasco pintó un monolito que se encontraba en las cercanías del pueblo -en la cañada de Santa Clara- pensando que era Chalchiuhtlicue. En 1903, Leopoldo Batres afirmó que se trataba de Tláloc. Años más tarde, Jorge Acosta, en un oficio de 1958, lo llamó simplemente "monolito". Para 1964 se decidió trasladarlo a la Ciudad de México, para enmarcar al entonces recién constituido Museo Nacional de Antropología. Pero para la comunidad de Coatlinchán, la historia comienza desde sus abuelos, quienes convivían familiarmente, inmersos en leyendas alrededor de la cañada del agua...
El traslado de la gran roca
Un día, vino personal del Gobierno a platicar con los delegados y maestros, pues querían llevarse el ídolo a la ciudad. Aunque la comunidad no estaba totalmente de acuerdo, se llegó a un arreglo. Días más tarde comenzaron a agrandar el camino de la carretera a la cañada del agua; desenterraron al colosal monolito hasta liberarlo; lo amarraron con cables de metal a una estructura que lo sostendría, para luego colocarlo sobre una plataforma. Los habitantes, aún incrédulos, amenazaba al personal que llevaba a cabo la movilización.
Renacieron las leyendas "si lo tocan se volverán piedra"; "si lo mueven algo malo va a pasar"; "no la muevan, es el tapón del mar". Otros comentaban: "dicen que en el tiempo de don Porfirio pensaban meter el tren para llevárselo, pero no lo hicieron ¡cómo se lo van a llevar ahora!"
A las tres de la mañana del 16 de abril de 1964, el enorme monolito de siete metros de alto, con
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