Vilar
Enviado por • 14 de Enero de 2015 • Informe • 2.785 Palabras (12 Páginas) • 193 Visitas
PENSAR HISTÓRICAMENTE*
Es muy emocionante para mí tomar la palabra aquí, en esta Ávila a la que tanto
quiso don Claudio. Pero la institución que me ha honrado con su invitación no fue
fundada por don Claudio como un lugar en el que se hablara de él. Es muy
comprensible que quienes le han conocido y querido estén tentados de hacerlo. Me
agradaría evocar ampliamente su prodigiosa erudición, su capacidad de síntesis, su
genio polémico, su sentido del honor como hombre público, su don de comunicación, su
calurosa amistad.
No voy a pretender por ello que su concepción de la historia y la mía fuesen
coincidentes. Recuerdo una sesión del Ateneo Iberoamericano de París, en la que don
Claudio abordó una definición del método de la historia. Yo me encontraba en la
primera fila del auditorio. En cada una de sus frases había una clara alusión a lo que nos
separaba. Él no me nombraba, pero yo seguía su mirada. Fue muy divertido y, pocas
horas después, alrededor de una bien servida mesa, rehicimos juntos el itinerario de su
“monodiálogo”, preguntándonos cuántos oyentes habrían podido captar el carácter
alusivo. Comprobábamos así hasta qué punto dos historiadores de vocación y de oficio
pueden tener serias discrepancias sobre los métodos e incluso sobre el principio de su
disciplina, y sin embargo sentirse solidarios, parientes cercanos, frente a las
pretensiones históricas de tal o cual construcción literaria, frente a toda ciencia
ahistórica de la sociedad, o frente a esos “especialistas en ideas generales”, como decía
Unamuno de los filósofos, que creen hacer malabarismos con “conceptos”, cuando en
realidad sólo los hacen con palabras.
Es de esta referencia a la historia como modo de pensar de lo que querría
hablarles, sobre todo para señalar los peligros de una no-referencia (o de falsas
referencias) a “la historia”. Quizás resulte agresivo, aunque nunca hacia historiadores
dignos de ese nombre. Sólo para reivindicar un “historicismo”.
Permítanme otro recuerdo personal (ya saben ustedes que las personas mayores
los prodigan). Me lleva a Atenas, en los años 60. Eran ya las dos o las tres de la mañana.
Desde las nueve de la noche anterior, un debate sin descanso tenía lugar entre
“intelectuales” griegos y franceses. Ya no recuerdo qué es lo que yo había dicho cuando
de pronto Nikos Poulantzas, a quien me acababan de presentar, tendiendo hacia mí un
índice acusador, me interpeló con voz tronante: “¡Pero cae usted en el historicismo!”
“¿Que caigo en el historicismo?”, exclamé un poco humorísticamente. ¿Cómo
podría “caer” en él? Yo nado en él, vivo en él, respiro en él. ¡Pensar al margen de la
historia me resultaría tan imposible como a un pez vivir fuera del agua! Comprendo que
un filósofo (siempre más o menos teólogo) mire el mundo “sub specie aeternitatis”, y
que un agente de cambio viva bajo el signo del corto plazo. Pero querer pensar la
sociedad, e incluso la naturaleza, y pretender disertar sobre ellas, exige una referencia
continua a las dimensiones temporales. Tiempo de las galaxias y tiempo de las
glaciaciones, tiempo de los mundos humanos cerrados y tiempo de las relaciones
generalizadas, tiempo del arado y tiempo del tractor, tiempo de la diligencia y tiempo
del supersónico, tiempo de la esclavitud y tiempo del trabajo asalariado, tiempo de los
clanes y tiempo de los imperios, tiempo de la punta de lanza y tiempo del submarino
* “Penser historiquement”, conferencia de clausura de los cursos de verano de la Fundación Sánchez-
Albornoz, Ávila, 30 de julio de 1987. Traducción: Arón Cohen (del original en francés proporcionado por
el autor), publicada en el volumen: Pierre Vilar, Memoria, historia e historiadores, Granada/Valencia,
Editorial Universidad de Granada-Publicacions Universitat de València, 2004, págs. 67-122. Una primera
traducción al castellano fue publicada en México, dentro del volumen: Pierre Vilar, Pensar la historia,
págs. 20-52.
atómico: todo análisis que se encierre en la lógica de uno de estos tiempos o que les
suponga una lógica común corre un gran riesgo de confundirse, y de confundirnos.
Añadamos que estas temporalidades no marcan del mismo modo a todos los
espacios terrestres ni a todas las masas humanas a la vez. “Pensar históricamente”
(¡aunque sea “caer en el historicismo”!) significa situar, medir y datar, continuamente.
¡En la medida de lo posible, desde luego! Pero, para un determinado saber, nada es tan
necesario como tener conciencia de sus propios límites. Lo olvidan con frecuencia
saberes orgullosos de situarse fuera de la historia. En los últimos tiempos, me han
llevado a meditar sobre estos temas un acontecimiento significativo, algunos encuentros
profesionales o institucionales y algunas lecturas. Estas serán mis referencias.
*
* *
Comencemos por el acontecimiento. Estoy pensando en el “proceso Barbie” que
se ha desarrollado en Lyón entre el 11 de mayo y el 4 de julio últimos. Desconozco el
lugar que se ha reservado a este proceso en la información española. Pero sé que el
cincuentenario de 1936 provocó confrontaciones de la misma naturaleza entre
actualidad e historia. El diario Le Monde elaboró un “dossier” (informes e
investigaciones) sobre el “proceso Barbie”: lo tituló Dossier para la historia. Querría
plantear una primera cuestión a partir de este título.
El “proceso Barbie” consistió en juzgar, según las reglas del derecho civil
francés, ante un jurado popular reunido en sala de lo criminal, a un hombre de 75 años,
Klaus Barbie, que, en 1942 (cuando tenía 30) había dirigido en Lyón la policía militar
(y política) nazi. Hizo torturar hasta la muerte al responsable de la resistencia francesa a
la ocupación, Jean Moulin; pero torturó también (a veces personalmente) a simples
sospechosos. He hizo deportar hacia los campos de exterminio, cuya existencia y cuyos
fines conocía y aprobaba, a varios convoyes de judíos, incluido uno de 41 niños de
edades comprendidas entre los tres y los trece años; ¡ninguno de ellos regresó!
Buscado como “criminal de guerra” en Alemania, Barbie fue reclutado allí, a
finales de los años 40, por los servicios de información americanos,
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