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Virtudes.


Enviado por   •  21 de Mayo de 2013  •  Informe  •  453 Palabras (2 Páginas)  •  310 Visitas

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ningún afán de provocar y con la intención de aligerar la «trascendencia» de nuestra disciplina, podríamos empezar a hablar de la Historia en la enseñanza Primaria y Secundaria afirmando que ésta no parece imprescindible. Y no es que nos apuntemos, por supuesto, al juicio de P. Valéry (véase nota 13). La prueba que se puede aducir para argumentar esta afirmación es que, sin duda, muchísimas personas ignoran hoy tanto las habilidades intelectuales del historiador o historiadora como los hechos y conceptos considerados sustanciales y estructurantes de la Historia. Y el grado de éxito económico o social, o bien el estado de bienestar o felicidad de la mayoría de estas personas no parecen depender en modo alguno de su conocimiento histórico. Dicho sea de paso" para redituar nuestra disciplina en un plano de humildad e igualdad de perspectivas a otros tipos de conocimiento e intentar obviar los tonos dramáticos de majestuosidad con que se suele defender su presencia en los planes de estudio. Una vez dicho esto, afirmamos a continuación, con mayor convicción aún si cabe, que la Historia es o puede ser muy útil en a enseñanza Primaria y Secundaria. Y se pueden aducir muchos motivos para justificarla que van más allá de la simple defensa corporativa de los profesionales que imparten su docencia.

De momento, nos complaceremos en sugerir que la misma Historia que ahora se ofrece quizás no esté a la altura de las perspectivas iniciales con que se ilusionan los profesores y profesoras de Historia, pero no es inútil, por más que tanto su enseñanza como su aprendizaje dejen hoy mucho que desear. De momento, creemos que la Historia en la escuela de hoy proporciona un fundamento del espacio del mundo habitado actual y una cierta densidad o relieve sociotemporal de lo que observamos. Por lo menos para bastantes de nuestras alumnas y alumnos. M. P. Palmarini cuenta una divertida anéctodota que nos parece especialmente ilustrativa de esta utilidad de la Historia y que no resistimos la tentación de resumir aquí.1

En un viaje en tren de París a Roma, dicho autor fue compañero de viaje de una pareja acomodada de norteamericanos que se dirigían a Jerusalén y que se habían visto obligados de tomar el tren merced a una huelga de controladores aéreos de París. Aparte la suprema ignorancia del espacio que atravesaban (ignoraban si habían de entrar al país del Este, si pasaban por Dinamarca, etc., ¡en el trayecto de París a Roma!) manifestaron una absoluta ausencia de sentido mínimo de «relieve» histórico. Habían de pasar forzosamente dos días en Roma y le preguntaron a Palmarini qué debían ver. Querían, por supuesto, visitar San Pedro del Vaticano, puesto que eran catóIicos, y querían asimismo contemplar el Coliseo. Cuenta el autor

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