Bola De Sebo
Enviado por sa270301 • 12 de Octubre de 2014 • 2.087 Palabras (9 Páginas) • 257 Visitas
RESUMEN DE LA OBRA "BOLA DE SEBO
- Guy de Maupassant -
Arguento de "Bola de cebo", libro de Guy de Maupassant.
Esta narración está ambientada en la guerra de 1870 y nos cuenta las peripecias de un grupo de personas que viajan en diligencia de Rouen a Le Havre, huyendo de los invasores prusianos.
La ciudad de Rouen ha quedado sin protección, pues, los últimos soldados franceses que la protegían, han tenido que huir ante la superioridad del ejército invasor.
Los vecinos, en sus habitaciones en penumbra, sentían el enloquecimiento que provocan los cataclismos, los grandes trastornos homicidas de la tierra, contra los cuales resultan inútiles prudencia y fuerza.
Esa misma sensación reaparece siempre que se altera el orden establecido, siempre que la seguridad ya no existe, siempre que todo lo que protegían las leyes de los hombres o de la naturaleza se encuentra a merced de la brutalidad inconsciente y feroz.
Un temblor de tierra que aplasta bajo las casas derruidas a un pueblo entero; el río desbordado que arrastra campesinos ahogados con los cadáveres de los bueyes y las vigas arrancadas de los tejados, o un ejército glorioso que extermina a quienes se defienden, se lleva prisioneros a los demás, saquea en nombre del sable y da gracias a Dios al son del cañón, son otros tantos azotes espantosos que desconciertan toda creencia en la justicia eterna, toda la confianza que nos han inculcado en la protección del cielo y la razón del hombre.
A cada puerta llamaban pequeños destacamentos, luego desaparecían en las casas.
Era la ocupación después de la invasión. Comenzaba para los vencidos la obligación de mostrarse amables con los vencedores”.
Como la ciudad de El Havre, estaba ocupada por el ejército francés, muchos habitantes de Rouen tratan de huir, para lo cual deben contactar con alguna autoridad invasora para que les otorgue un salvoconducto.
En algunos casos había que pagar considerables sumas para lograr el tan preciado permiso, pero en otros, bastaba la amistad de algún oficial alemán para conseguir una autorización de salida del general en jefe.
Uno de estos grupos de fugitivos se reunieron a las cuatro y media de la madrugada en el patio del Hotel de Normandía, donde debían abordar un coche que los llevaría a Rouen.
Cuando el coche partió iban en él diez personas.
El señor y la señora Loiseau, mayoristas de vino, el señor Carré-Lamadon y su esposa, gran comerciante algodonero, el conde y la condesa Hubert de Bréville, quienes llevaban uno de los más antiguos y nobles apellidos de Normandía; dos monjas que desgranaban largos rosarios mascullando padrenuestros y avemarías; un hombre, muy conocido por el nombre de Cornudert, terror de la gente respetable y una mujer llamada Elisabeth Rousset, célebre por su gordura precoz que le había valido el sobrenombre de Bola de Sebo.
En cuanto fue reconocida por las mujeres honestas que iban en el coche, las palabras “prostituta” y “vergüenza pública”, fueron bisbiseadas tan fuertemente, que Bola de Sebo alzó la cabeza.
Las horas fueron pasando y el hambre fue apoderándose de todos los viajeros, que vanamente trataban de divisar alguna taberna para comer, pues, ninguno de ellos, a excepción de Bola de Sebo, había previsto proveerse de alimentos.
Todos se miraban como reprochándose aquella negligencia que era como un azote a sus vacíos estómagos. Por fin, cuando se encontraban en el centro de una interminable llanura, sin un solo pueblo a la vista, Bola de Sebo, agachándose vivamente, retiró de debajo de la banqueta un gran cesto cubierto con una servilleta blanca.
En él tenía dos pollos enteros, golosinas, patés y un gran número de alimentos para un viaje de tres días, con el fin de no depender de la comida de las posadas. Mientras Bola de Sebo comía, el desprecio de las señoras hacia la voluminosa muchacha se volvió feroz, con ganas de matarla, o de arrojarla del coche, a la nieve, a ella, su cubilete, su cesto y sus provisiones.
El primero en aceptar la invitación de Bola de Sebo fue Loiseau, luego las monjas, después Cornudet y luego todos los ahí presentes, quienes parecieron olvidarse de los prejuicios hacia la muchacha; el hambre había hecho añicos todos los escrúpulos habidos y por haber.
Las bocas se abrían y cerraban sin cesar, tragaban, masticaban, engullían ferozmente, en un concierto de placer y satisfacción. Pronto, ayudados por los vinos de Bola de Sebo, los viajeros comenzaron a contar historias para hacer más llevadero el tedioso viaje.
Así se enteraron de que Bola de Sebo era mujer de armas de tomar, y bien que lo había demostrado cuando en Rouen le tuvieron que arrancar de las manos el cuello de un prusiano de casco puntiagudo, que había osado alojarse prepotentemente en su casa. Todos los presentes la miraron con cierto recelo, mientras le miraban sus mantecosas manos.
Caída la noche el cesto se hallaba vacío; entre los diez lo habían agotado sin dificultad, lamentando que no fuera mayor. Después de catorce horas de viaje llegaron a Tótes donde se hospedaron en el Hotel del Comercio. Allí fueron interrogados por un oficial alemán quien verificó sus identidades y sus permisos respectivos.
Antes de la hora de comida, el posadero mandó llamar a Bola de Sebo para informarle que el oficial alemán quería verla en su ofician; ella se negó, pero ante la presión que ejercieron los demás tuvo que acceder.
Mientras cenaban, la esposa del posadero se la pasó despotricando de los prusianos de quienes decía que no hacían más que comer patatas y cerdo y que eran unos asquerosos que se cagaban en cualquier parte. Aquella noche mientras todos dormían.
Cornudet trató vanamente de ganarse los favores de bola de Sebo, a quien su pudor patriótico de ramera, no le permitía dejarse acariciar cerca del enemigo. Como habían decidido salir a las ocho de la mañana, todos se reunieron en la cocina; pero el coche se hallaba en el centro del patio del hotel sin cochero y sin caballos.
Después de buscarlo
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