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Camino De Perfección, Pío Baroja


Enviado por   •  11 de Noviembre de 2012  •  4.000 Palabras (16 Páginas)  •  725 Visitas

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Protocolo: Camino de Perfección, Pío Baroja

La obra, que consta de LX capítulos intitulados, tiene una estructura lineal, en consonancia con el tema del "camino espiritual", al que responde su contenido. El elemento de unidad es el personaje del protagonista, Fernando Ossorio.

No obstante, si atendemos a quién es el narrador, podemos hablar de tres puntos de vista en la novela, aunque también en perfecta adecuación de fondo y forma.

Los dos primeros capítulos son narrados en primera persona por un antiguo compañero de Fernando en la Facultad de Medicina de Madrid. Es la narración objetivada de un testigo que ha conocido personalmente al protagonista.

De un modo casi insensible este amigo de Fernando se va diluyendo en un narrador impersonal y omnisciente, que conoce el alma de Fernando mejor que Fernando mismo. A cargo de este narrador corre el relato hasta que al comenzar el capítulo XLVI el lector sufre un sobresalto al leer: ¿Fue manuscrito o colección de cartas? No sé; después de todo ¿qué importa? En el cuaderno de donde yo copio esto, la narración continúa, sólo que el narrador parece ser en las páginas siguientes el mismo personaje. Esta incursión directa del autor en la novela da paso a los capítulos en los que es Fernando Ossorio quien, en primera persona, cuenta la última etapa de su camino de perfección. Los tres últimos capítulos de la novela, que vienen a constituir un epílogo, aunque no se le llame así, están de nuevo en boca del narrador omnisciente que relató la mayor parte de la historia.

Fernando Ossorio es un estudiante de Medicina "extraño y digno de observación".

Era un muchacho alto, moreno, silencioso, de ojos intranquilos y expresión melancólica", que pronto se manifiesta como un inadaptado, a causa de la herencia y de la educación que ha recibido. Niño precoz, "a los ocho años dibujaba y tocaba el piano (...) todos se hacían lenguas de mi talento menos mis padres, que no me querían.

Educado desde los diez años en casa de un abuelo "volteriano convencido, de esos que creen que la religión es una mala farsa", se encontraba combatido entre las ideas de éste y las de su nodriza, fanática como nadie, a la que quería más que a su madre.

Cuando Fernando está terminando el bachillerato muere su abuelo y lo envían, interno, al colegio de los Escolapios de la "levítica" ciudad de Yécora. Vuelve a Madrid cuando muere su padre, y a los dieciocho años empieza sus estudios universitarios. Cuando Fernando relata estos antecedentes al amigo que narra los primeros capítulos, concluye que "gracias a mi educación han hecho de mí un degenerado".

Pero, por otra parte, está la herencia familiar: la influencia histérica se marca con facilidad en mi familia. La hermana de mi padre, loca; un primo, suicida; un hermano de mi madre, imbécil en un manicomio; un tío, alcoholizado. Es tremendo, tremendo.

Descrito como poseedor de una especial sensibilidad, que raya en lo anormal, que le inclina hacia lo artístico y lo religioso, todos los rasgos que aparecen en la novela lo señalan como un neurótico que a veces sentía un aurea epiléptica, era sonámbulo, tenía una imaginación excitada, y el miedo había sido "un huésped continuo de su alma.

Después de abandonar la carrera de Medicina y de dedicarse, sin éxito, a la pintura, se ve dueño de cierta fortuna por el fallecimiento de un pariente a quien no conocía, y aunque la herencia de su tío-abuelo le daba medios para vivir con cierta independencia, como no tenía deseos ni voluntad, ni fuerza para nada, se dejó llevar por la corriente y se trasladó a vivir con dos tías suyas solteras, a la calle del Sacramento.

Las relaciones que mantiene durante tres meses con una de sus tías, Laura, son "de un erotismo bestial", en palabras del propio narrador, y dan lugar a varios capítulos inconvenientes.

Después de esa temporada la situación de Fernando es aún más lamentable, si cabe. Íntimamente su miedo era creer que los fenómenos que experimentaba eran única y exclusivamente síntomas de locura o de anemia cerebral.

Al mismo tiempo sentía una gran opresión en la columna vertebral, y vértigos y zumbidos, y la tierra le parecía como si estuviera algodonada.

Un día que encontró a un antiguo condiscípulo suyo, le explicó lo que tenía y le pregunto después:

_ ¿qué haría yo?

_ Sal de Madrid.

_ ¿Adónde?

_ A cualquier parte. Por los caminos, a pie, por donde tengas que sufrir incomodidades, molestias, dolores...

Así es como, en el capítulo IX, Fernando inicia su camino de perfección. El itinerario, desde que sale de Madrid por la carretera de Fuencarral, pasa por Colmenar, Manzanares, Rascafría, El Paular, Cercedilla y Segovia. Ahí se detiene algún tiempo y, después de visitar La Granja, regresa desde Segovia a Madrid por Torrelodones, Las Rozas y Aravaca. Entra por Puerta de Hierro, atraviesa el Paseo de los Melancólicos, "que pasa por entre el Campo del Moro y la Casa de Campo" y, sin detenerse en la capital, se dirige desde ella a Illescas, y de ahí a Toledo. Pasa en esta ciudad dos meses y, una vez que la abandona, se dirige por Castillejo y Albacete a Yécora, trasunto de Yecla, como en la novela de Azorín. En Yécora pasa algún tiempo y desde ella hace una escapada a Marisparza. Luego abandona Yécora con los cómicos de una compañía, de los que se escabulle en un tren que se dirige a Alicante. No llegará a esta ciudad pues antes se baja en la estación de un pueblo encantador, desde donde decide ir a visitar a un tío suyo médico en un pueblo de la provincia de Castellón. Allí transcurren los últimos capítulos de la novela: se enamora de su prima Dolores, con la cual se casa, y culmina su itinerario espiritual con la adquisición de la paz, que describe como la costumbre adquirida de vivir en el campo, el amor a la tierra, la aparición enérgica del deseo de poseer y poco a poco la reintegración vigorosa de todos los instintos, naturales, salvajes.

Pero si acabamos de señalar el itinerario externo de Fernando Ossorio, el verdadero "camino de perfección" es el que recorre interiormente el protagonista. Lo que ocurre en cada uno de los lugares citados carecería de importancia por sí mismo, si no constituyera una pincelada en el retrato moral de Fernando y en su camino interior. En éste no se observa, de todos modos, una evolución paulatina. La transformación se produce de un modo casi súbito al final de la obra.

Si al comienzo del camino a Fernando le parecía su vida una cosa vaga y sin objeto, todavía estando en El Paular afirma: mi cabeza es una guarida de pensamientos vagos, que no sé de dónde brotan. Más adelante,

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