Cincuenta Sombras
Enviado por rakejimga20 • 6 de Mayo de 2014 • 1.809 Palabras (8 Páginas) • 249 Visitas
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e miro en el espejo y frunzo el ceño, frustrada. Qué asco de pelo. No hay manera con él. Y maldita sea Katherine Kavanagh, que se ha puesto enferma y me ha
metido en este lío. Tendría que estar estudiando para los exámenes finales, que son la semana que viene, pero aquí estoy, intentando hacer algo con mi pelo.
No debo meterme en la cama con el pelo mojado. No debo meterme en la cama con el pelo mojado. Recito varias veces este mantra mientras intento una vez
más controlarlo con el cepillo. Me desespero, pongo los ojos en blanco, después observo a la chica pálida, de pelo castaño y ojos azules exageradamente grandes
que me mira, y me rindo. Mi única opción es recogerme este pelo rebelde en una coleta y confiar en estar medio presentable.
Kate es mi compañera de piso, y ha tenido que pillar un resfriado precisamente hoy. Por eso no puede ir a la entrevista que había concertado para la revista de la
facultad con un megaempresario del que yo nunca había oído hablar. Así que va a tocarme a mí. Tengo que estudiar para los exámenes finales, tengo que terminar un
trabajo y se suponía que a eso iba a dedicarme esta tarde, pero no. Lo que voy a hacer esta tarde es conducir más de doscientos kilómetros hasta el centro de
Seattle para reunirme con el enigmático presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc. Como empresario excepcional y principal mecenas de nuestra universidad, su
tiempo es extraordinariamente valioso —mucho más que el mío—, pero ha concedido una entrevista a Kate. Un bombazo, según ella. Malditas sean sus actividades
extraacadémicas.
Kate está acurrucada en el sofá del salón.
—Ana, lo siento. Tardé nueve meses en conseguir esta entrevista. Si pido que me cambien el día, tendré que esperar otros seis meses, y para entonces las dos
estaremos graduadas. Soy la responsable de la revista, así que no puedo echarlo todo a perder. Por favor… —me suplica Kate con voz ronca por el resfriado.
¿Cómo lo hace? Incluso enferma está guapísima, realmente atractiva, con su pelo rubio rojizo perfectamente peinado y sus brillantes ojos verdes, aunque ahora
los tiene rojos y llorosos. Paso por alto la inoportuna punzada de lástima que me inspira.
—Claro que iré, Kate. Vuelve a la cama. ¿Quieres una aspirina o un paracetamol?
—Un paracetamol, por favor. Aquí tienes las preguntas y la grabadora. Solo tienes que apretar aquí. Y toma notas. Luego ya lo transcribiré todo.
—No sé nada de él —murmuro intentando en vano reprimir el pánico, que es cada vez mayor.
—Te harás una idea por las preguntas. Sal ya. El viaje es largo. No quiero que llegues tarde.
—Vale, me voy. Vuelve a la cama. Te he preparado una sopa para que te la calientes después.
La miro con cariño. Solo haría algo así por ti, Kate.
—Sí, lo haré. Suerte. Y gracias, Ana. Me has salvado la vida, para variar.
Cojo el bolso, le lanzo una sonrisa y me dirijo al coche. No puedo creerme que me haya dejado convencer, pero Kate es capaz de convencer a cualquiera de lo
que sea. Será una excelente periodista. Sabe expresarse y discutir, es fuerte, convincente y guapa. Y es mi mejor amiga.
Apenas hay tráfico cuando salgo de Vancouver, Washington, en dirección a la interestatal 5. Es temprano y no tengo que estar en Seattle hasta las dos del mediodía.
Por suerte, Kate me ha dejado su Mercedes CLK. No tengo nada claro que pudiera llegar a tiempo con Wanda, mi viejo Volkswagen Escarabajo. Conducir el
Mercedes es muy agradable. Piso con fuerza el acelerador, y los kilómetros pasan volando.
Me dirijo a la sede principal de la multinacional del señor Grey, un enorme edificio de veinte plantas, una fantasía arquitectónica, todo él de vidrio y acero, y con
las palabras GREY HOUSE en un discreto tono metálico en las puertas acristaladas de la entrada. Son las dos menos cuarto cuando llego. Entro en el inmenso —y
francamente intimidante— vestíbulo de vidrio, acero y piedra blanca, muy aliviada por no haber llegado tarde.
Desde el otro lado de un sólido mostrador de piedra me sonríe amablemente una chica rubia, atractiva y muy arreglada. Lleva la americana gris oscura y la falda
blanca más elegantes que he visto jamás. Está impecable.
—Vengo a ver al señor Grey. Anastasia Steele, de parte de Katherine Kavanagh.
—Discúlpeme un momento, señorita Steel —me dice alzando las cejas.
Espero tímidamente frente a ella. Empiezo a pensar que debería haberme puesto una americana de vestir de Kate en lugar de mi chaqueta azul marino. He hecho
un esfuerzo y me he puesto la única falda que tengo, mis cómodas botas marrones hasta la rodilla y un jersey azul. Para mí ya es ir elegante. Me paso por detrás de
la oreja un mechón de pelo que se me ha soltado de la coleta fingiendo no sentirme intimidada.
—Sí, tiene cita con la señorita Kavanagh. Firme aquí, por favor, señorita Steel. El último ascensor de la derecha, planta 20.
Me sonríe amablemente, sin duda divertida, mientras firmo.
Me tiende un pase de seguridad que tiene impresa la palabra VISITANTE. No puedo evitar sonreír. Es obvio que solo estoy de visita. Desentono completamente.
No pasa nada, suspiro para mis adentros. Le doy las gracias y me dirijo hacia los ascensores, más allá de los dos vigilantes, ambos mucho más elegantes que yo con
su traje negro de corte perfecto.
El ascensor me traslada a la planta 20 a una velocidad de vértigo. Las puertas se abren y salgo a otro gran vestíbulo, también de vidrio, acero y piedra blanca. Me
acerco a otro mostrador de piedra y me saluda otra chica rubia vestida impecablemente de blanco y negro.
—Señorita Steele, ¿puede esperar aquí, por favor? —me pregunta señalándome una zona de asientos de
...