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Cuento y chinventos Silvia Schujer


Enviado por   •  22 de Octubre de 2012  •  Reseña  •  1.202 Palabras (5 Páginas)  •  721 Visitas

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No es fácil adentrarse en la conciencia y el corazón de un adolescente y narrar desde su perspectiva con la verosimilitud que se requiere. Sin embargo, en su novela Las visitas la autora argentina Silvia Schujer (Buenos Aires, 1956) logra con gran acierto apropiarse de la voz y la conciencia narrativa de un muchacho de 12 años, quien le cuenta a su novia lo que significó para él crecer con un padre ausente y descubrir, después de los años, que éste no estaba de viaje como le habían hecho creer, sino preso.

El día que el niño va a entrar al colegio por primera vez, se entera de la verdad. Desde ese momento comienza su pesadilla, tanto frente a sus compañeros de estudios, a quienes les mantiene la ficción del viaje, como frente a su hermana, su madre y su tía, a las que no les perdona que le hayan mentido durante tanto tiempo.

A medida que van transcurriendo los días y los años y el joven se va acercando al momento presente de la escritura del libro, el tono, la mirada y las reflexiones van perdiendo la inocencia de la niñez y se van cargando de la complejidad de la perspectiva adolescente. Aparecen, además, el dolor y el resentimiento acumulados durante su infancia.

En este relato no importa tanto cómo sucedieron las cosas realmente, sino la manera como el joven va tejiendo su recuerdo. Con la capacidad selectiva de la memoria y con la parcialidad que da el afecto, el joven-narrador va creando una ficción que es su realidad. Es probable que la madre, la hermana o la tía hubieran contado la historia de una manera diferente. Aquí se siente el dolor y el trauma causados por un hecho tan difícil y por la incomunicación y las relaciones conflictivas con su familia.

La historia nos va siendo entregada poco a poco, pero no con la lógica objetiva de la sucesión de los hechos, sino como retazos, a medida que el niño recuerda, a la medida de la huella de sus traumas. Este es uno de los logros de la novela: el personaje se construye a través de su propia mirada. Y no sólo configura su propia conciencia, sino que reconstruye una realidad externa a partir de su más profunda interioridad. Por ejemplo, ese padre que conocemos en la narración no es un padre creado a priori por la autora, tampoco hay un narrador omnisciente que nos de más datos sobre él: es el padre que el niño conoció: casi un espejismo. Es la imagen paterna construida a pedazos a través de unos barrotes, de unas esporádicas visitas a la cárcel y, lo que es peor aún, de un silencio que oculta, de un velo que su madre, su tía y su hermana le han puesto a la verdad.

A través de la palabra del joven, en una aparente linealidad del relato, se estructuran varios planos: el primero está relacionado con el sentimiento y el resentimiento del niño y todas las reacciones contradictorias que tiene frente a situaciones que evidencian su interioridad perturbada: el miedo a ser descubierto por sus compañeros de colegio y ser tratado como hijo de un preso; la dificultad de manifestarle afecto a un padre de quien no sabe nada y quien conlleva la condición de delincuente; la rabia de ser compadecido por los vecinos; la necesidad de saber la verdad de la causa del encarcelamiento del padre, en fin, todos los tormentos internos acumulados durante más de seis años. El otro plano tiene que ver con la vida en casa: la madre, obligada a hacer pizzetas para vender y así poder sobrevivir; la tía solidaria que aporta comida y acompaña a la madre en su situación; Ernesto, quien poco a poco se va introduciendo en el hogar, intentando reemplazar al padre ausente; los conflictos de la hermana

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