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De Amores, Odios Y Otras Bellaquerías


Enviado por   •  5 de Julio de 2014  •  2.107 Palabras (9 Páginas)  •  382 Visitas

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Notas de presentación a

“De amores, odios y otras bellaquerías”.

de Ana María Unhold.*

Por Olga Laura Migno

“Otra vez despertar sobresaltada… Mi corazón late desenfrenado. Un sudor frío y pegajoso empapa mi pijama. Se ha repetido el sueño angustiante de una y cien noches. Y lo más grave es que, al despertar, compruebo que aquella es también mi realidad”

Y el pasado vuelve.

De esta realidad, y de muchas otras, emergen los personajes de “De amores, odios y otras bellaquerías”.

Eyectados por la propia energía de sus sentimientos, se autosostienen indeclinablemente. En efecto, hay una fuerza rotunda que, solapada en algunos tramos y harto evidenciada en otros, sobrevuela esta prosa.

Para alguna rama de la crítica literaria, se trata de un nuevo realismo, desligado de crudezas estériles a la hora de maridar realidad con ficción.

Entramos en los cuentos que componen “De amores…” de la mano entonces de una ficcionalidad enmarcada en cuadros de sencilla realidad. Un ojo avisado nos dice, sin embargo, que a la vuelta de cualquier esquina, nos espera la perplejidad.

Así, el caso de la madre ante cuya presencia su hijo ha sido bestialmente asesinado. Ella satura a fuego lento el manjar de la venganza, para comerlo después como plato frío, tal como reza el dicho. Y en el concubinato del odio y las horas transcurridas, acumulados y potenciados por su sobre efecto, llegará a producirse el desenlace fatídico, pero tal vez no esperado en su totalidad.

Al igual que en el personaje del cuento de Isabel Allende, El huésped de la maestra, el paso del tiempo no es impedimento para abandonar esa causa primera. Por el contrario, pareciera que en esa sedimentación operada gracias al acontecer, la concreción del plan se vuelve muchísimo más sólida, más justificada y precisa.

El personaje, al igual que la maestra de Allende, está alojado en su dolor, es huésped de su propia reclusión, en un espacio tan amplio como lento en el transcurrir. No hay apuros.

La sordidez de los claustros carcelarios por los que la protagonista pasa, como visitante, antes de consumar su venganza; los momentos a los que se ve expuesta; las situaciones por las que atraviesa, tienen, como en otros cuentos de esta misma obra, ese desembarazo que la caracteriza.

Por momentos, pareciera que el personaje se abandona al pleno goce con el hombre que asesinó a su hijo, pero finalmente, con total contundencia se levanta , sórdidamente sostenida, la idea concebida desde el principio: la venganza.

Hay un desparpajo en la narración, que acerca así, en simples esbozos o en determinismos más explícitos, las notas imprescindibles para presentar un personaje. Todos los detalles sirven a la causa: acercarnos un mundo a veces distante, o hacernos tomar absoluta conciencia de lo que nos rodea, lo próximo y familiar.

La narradora hace un recorrido sin sinuosidades por todas las arterias habitables de la gran ciudad. Y así asoman las tonalidades más diversas.

A través de este personaje podría decirse que se condensan líneas emergentes de la condición femenina, tema este propicio para un apartado específico que no es posible abordar en esta instancia.

Las mujeres oscilan entre la complacencia total, como en el caso de Nancy, (personaje desdibujado en su índole que, falto de corporeidad, se deslíe en la inoperancia) y la frivolidad extrema de Clara, quien caprichosamente provoca la muerte del mulato Bartolo. Estos opuestos se enfrentan al vórtice de un thanatos tan desparejo como oclusivo, en el caso de Amira, enajenada y humillada.

“Mas todas sus armaduras caían ni bien lograba conciliar el sueño. Surgían en su mente aquellas estremecedoras imágenes que una y mil veces torturaron su tierna psiquis. Era esa aterrorizada niña asomándose a la ventana del apartamento en el barrio Los Laches, al oír disparos muy cercanos. Era la niña aferrada a la mano de su hermana, mirando atónita el cuerpo de su adorado papá, inmóvil en la calle, como un descalabrado muñeco en medio de un charco de sangre que se agigantaba arrastrado por la lluvia. En sus sueños una nube roja la envolvía despertándola sudorosa y agitada”.Aquella fatídica noche.( 35)

.

El submundo de la mendicidad arroja sus luces impensadas. La sordidez se repliega en un edificio abandonado a medio construir

Un largo y despreocupado silencio fue adueñándose del edificio abandonado. Sólo el sonido de grandes gotas de lluvia pegando en alguna superficie metálica ponía un ritmo ajeno al acompasado respirar de los durmientes y su perro. La ciudad había detenido sus rumores en esa aparente y sigilosa calma.(127) Amor entrañable

Un hombre y su perro sobrellevan una existencia de precariedad compartida. No hay una mirada desde un afuera ordenado y pulcro, sino una “ojeada” que se inmiscuye sin escándalos en el abordaje de lugares a veces tan poco ascépticos como carentes de todo esteticismo convencional. Y si decimos “ojeada” debiéramos agregar los otros sentidos. Es prosa que se huele, se toca, se escucha…

La presentaciones descarnadas (o pinturas) en medio de los distintos ambientes sugieren algo así como “aquí están”…

Al decir de Alexander Caro en su notas a esta obra, “tanto en la estructura misma de sus narraciones como en las propias formas de narrar, la literatura de Ana Unhold pertenece a la superación del realismo crudo que conserva, sin embargo, el elemento fantástico y mágico. Dicha superación se hace evidente en el contraste presente en sus cuentos, entre el tono indiferente de un narrador exterior que se limita a reconstruir los hechos con la mayor brevedad de palabras, con una objetividad impecable, y las mismas situaciones de absurdo que derriban dicha objetividad, creando empréstitos entre el narrador y los personajes, situaciones en las cuales sin embargo se perfila la vida íntima y verosímil de los mundos narrados en sus cuentos” (fin de cita)

Ocurre entonces que en esta independencia de los personajes, en este soltar de mano, caminan ellos en total soledad por las calles de cualquier ciudad. Y así,

el Pulgas, el perro, muere a manos de “dos figuras uniformadas”. Entonces la soledad del mendigo es la misma de la madre que ha perdido a su hijo Diego.

(…)Al atardecer de ese día y al siguiente, nadie podía comprender qué significado tenía la actitud de ese mendigo, sentado en el cordón de la calle 3ª abrazado al cadáver de un perro con manchas negras y blancas. Como las penas y las alegrías. (129) Amor entrañable.

En cuanto a los personajes masculinos en general, de fuerte catadura, en los que un exacerbado

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