Dedico este libro al Maestro Espiritual José Marcelli Nolli. Gracias por ayudarme a conseguir la libertad con sus enseñanzas y su ejemplo. A Lourdes Silva por su dedicación y trabajo.
Enviado por PaoOla Fuuentez Velazqueez • 9 de Marzo de 2016 • Documentos de Investigación • 36.063 Palabras (145 Páginas) • 353 Visitas
Juan Carlos Roca
“El águila que quería ser Águila”
Dedicatoria
Dedico este libro al Maestro Espiritual José Marcelli Nolli. Gracias por ayudarme a conseguir la libertad con sus enseñanzas y su ejemplo. A Lourdes Silva por su dedicación y trabajo.
JUCARO
Introducción
Todos en nuestro interior poseemos un águila real capaz de llegar a las cimas más altas, aunque pocos son capaces de descubrirla.
Con mis mejores propósitos, te deseo que alcances todas las metas que seas capaz de soñar.
JUAN CARLOS ROCA
CAPÍTULO 1
El Sueño de dos Águilas
Perseo y Casiopea
Bajo un cielo totalmente despejado, una pareja de águilas reales volaban sobre una elevada y escarpada montaña. En silencio, ambas recorrían palmo a palmo una y otra vez todo su territorio. Aprovechaban una corriente de aire caliente para subir lentamente en espiral, hacia donde ninguna otra ave jamás había sido capaz de llegar. Ambas, extendían de par en par en par las plumas de sus alas y con el mínimo esfuerzo las movían para ascender hasta los lugares más altos de la montaña, desde donde podían observar la cuenca del inmenso río que cruzaba de un lado a otro el verde valle. Desde abajo se podía ver la majestuosidad con que ambas se deslizaban en el aire, y transmitían una sensación de total libertad a cualquiera que las mirara.
Esa mañana, un sol radiante iluminaba cada lugar del valle y de la montaña en la que se encontraban volando, lo que les hacia más fácil visualizar y elegir sus presas. De repente, en pleno vuelo, se les podía ver en una imagen completamente sublime cómo iban de un lugar a otro con el mínimo esfuerzo. En ocasiones, abrían sus alas extendiendo en su totalidad sus plumas para elevarse en espiral y en otras, se les veía plegar las alas ligeramente para después dejarse caer en picado sobre sus sorprendidas pesas en las que, la mayoría de las veces, ni siquiera les daba tiempo de darse cuenta que iban a ser atacadas. Las dos aves siempre trabajaban en equipo, usando todo tipo de estrategias para cazar y así poder alimentarse. Por un lado, se podía ver a Casiopea, el águila hembra, cómo despistaba a una oveja mientras que Perseo, el macho, se dedicaba a cazar a un cordero; o bien, simplemente, entre los dos asustaban a un venado para obligarle a correr desconcertado hacia un acantilado, haciéndole caer irremediablemente al vacío. A lo que enseguida, y sin perder un instante, una de las dos se abalanzaba hacia la presa como una bala cayendo en picado rasgando el aire, sintiendo sobre su cara la fuerza
del viento y aprehendiéndola con sus potentes garras en plena caída. Ambas se encontraban en la cima de la cadena alimenticia, sin tener de que preocuparse, disfrutando del placer que eso les proporcionaba gozando la libertad y la tranquilidad delas alturas, así como del poder que su realeza les otorgaba sobre los campos y ríos del valle. Esa misma mañana, emocionadas comenzaron a preparar el lugar donde, en un futuro muy cercano, criarían a sus polluelos. Habían elegido las ramas de un árbol más alto de una escarpada montaña, para prevenir de esa forma el ataque de cualquier depredador que pudiera atentar sobre la vida de sus inofensivas crías. Las dos trabajaban afanosamente durante todo el día en la construcción del nido, acomodando sobre las escasas ramas del árbol, que le servía de soporte, todo lo que encontraban a su alrededor. Casiopea, por primera vez, sintió el despertar de su instinto maternal y se dejó llevar por él. Llena de emoción, iba a poner sus primeros huevos; los cuales pensaba que más adelante se convertirían en majestuosas águilas. En el nido, la hembra acomodaba las ramas sin cesar, para preparar de la mejor manera lo que sería su hogar durante los siguientes meses.
Por otro lado Perseo, el águila macho, también manifiesta su instinto paternal y ayudaba a su compañera a recolectar ramas , hojas, plumas, barro y todo lo que hiciera falta para crear un hogar cómodo para sus próximos herederos, que en un futuro no muy lejano posiblemente le ayudaría a recorrer el territorio que desde hacía mucho tiempo había defendido como un verdadero rey de las alturas. Durante el día, Perseo continuaba disfrutando de su vuela una y otra vez, mostrando cada una de sus habilidades con complejas y exhibiciones; el águila real desplegaba totalmente sus alas como un símbolo de libertad, al mismo tiempo que elevaba su pico mostrando de esa forma su poderoso pecho de color castaño. Perseo se sentía orgulloso tanto de su pareja como de sí mismo; por lo que volaba emocionado por el hecho de saber que pronto tendrían sus dos primeros hijos, y emitía un fuerte chillido que se escuchaba en todo el valle. Al margen del vuelo de Perseo, Casiopea ponía sus dos primeros huevos y pensaba en sus dos primeras crías, por lo que se sentía del todo realizada. Desde el nido, asomaba su cabeza esperando que llegara su pareja, para mostrarle los dos huevos que acababa de poner.
Casiopea, por un lado exhausta y por el otro dichosa, se dedicaba a empollar a sus crías para darles el calor necesario y así poder aguantar hasta el momento de su nacimiento. A lo lejos, Casiopea podía observar a su compañero, que durante los dos últimos años le había acompañado a todos sus vuelos. Perseo, se acercaba ahora con sumo cuidado junto a Casiopea dándole el alimento para que le aportara la suficiente energía para encubar los huevos. Después de darle su comida, Perseo se acomodó con cariño junto a Casiopea y acarició su cabeza con su robusto y curvado pico. Las dos, acurrucadas, hablaban durante toda la noche sobre el futuro de sus dos herederos. Al igual que le sucede a la mayoría de las parejas, las dos águilas se sentían felices de ser padres. -¡Serán dos hermosas águilas! –exclamó Casiopea- entusiasmada y orgullosa, mirando los huevos recién puestos al mismo tiempo que Perseo se acercaba. -Les enseñaré a cazar y cada uno de mis secretos –continuó diciendo con orgullo Perseo- aprenderán a desplegar sus alas con habilidad y a moverlas de gorma ágil y precisa, para que se
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