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El Diablo De Los Numeros


Enviado por   •  6 de Junio de 2012  •  2.038 Palabras (9 Páginas)  •  742 Visitas

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Capítulo 3

La tercera noche

A Robert no le importaba que el diablo de los números le asediara en sueños de vez en cuando. ¡Al contrario! Sin duda el anciano era un sabelotodo, y sus ataques de ira no resultaban especial-mente atractivos. Nunca se podía saber cuándo se hincharía y le gritaría a uno, con la cabeza enrojecida. Pero todo eso seguía siendo mejor, mucho mejor, que ser engullido por un pez viscoso o que resbalar más y más hacia un agujero negro.

Además, Robert se había propuesto demostrar al diablo de los números, si es que volvía, que él no se acababa de caer de una higuera. Había que darle a ese tipo en las narices, pensó Robert antes de dormirse. Sabe Dios qué se había creído, él y sus ceros. En realidad, él mismo no era mucho más que un cero: ¡un simple fantasma de los sueños! Sólo había que despertar... y desaparecía.

Pero, para darle en las narices, Robert tenía que empezar por soñar con el diablo de los números, y para soñar con él tenía que dormirse. Se dio cuenta de que no era tan fácil. Estaba despierto dando vueltas en la cama. Nunca le había ocurrido antes.

-¿Por qué das tantas vueltas? -preguntó el diablo de los números. Robert vio que su cama estaba en una cueva.

El anciano estaba sentado ante él, haciendo girar su bastón en el aire.

-¡En pie, Robert! -dijo-. ¡Hoy vamos a dividir!

-¿Es preciso? -preguntó Robert-. Por lo menos podrías haber esperado a que me durmiera. Además, no soporto las divisiones.

-¿Por qué no?

-Mira, cuando se trata de sumar, restar o multiplicar, salen todas las cuentas. Sólo al dividir no. Entonces suele quedar algún resto; me parece una pesadez.

-La pregunta es cuándo.

-¿Cuándo qué? -preguntó Robert.

-Cuándo queda un resto y cuándo no -le explicó el diablo de los números-. Ese es el punto de partida. A algunos números se les ve en la cara que se les puede dividir sin que quede resto.

-Está claro -dijo Robert-. Los números pares siempre salen cuando se les divide entre dos.

-¡No hay problema! Y los números de la tabla del tres también se pueden dividir fácilmente:

etc. Es igual que al multiplicar, sólo que al revés:

y

»Para eso no me hace falta ningún diablo de los números, puedo hacerlo solo.

Hubiera sido mejor para Robert no decir eso. De un tirón el anciano lo sacó de la cama. Le temblaba el bigote, se le empezó a enrojecer la nariz, y su cabeza pareció hincharse.

-¡No tienes ni idea! -gritó-. ¡Sólo porque te has aprendido de memoria la tabla de multiplicar te crees que sabes algo! ¡No sabes ni una castaña!

Ya vuelve a empezar, pensó Robert. Primero me saca de la cama y luego se enfada porque no me apetece dividir no sé qué números.

-Me acerco por pura bondad a este principiante para enseñarle algo, y en cuanto abro la boca se pone descarado.

-¿A esto llamas tú ser bondadoso? -le preguntó Robert.

A Robert le hubiera gustado salir corriendo. Pero ¿cómo se sale de un sueño? Miró a su alrededor en la cueva, pero no pudo hallar una salida en ningún sitio.

Le hubiera gustado salir corriendo. Pero ¿cómo se sale de un sueño? Miró a su alrededor y no pudo encontrar la salida de la cueva.

-¿Adónde quieres ir?

-Fuera de aquí.

-¡Si sales corriendo ahora no volverás a verme! -amenazó el diablo de los números. Por lo que a mí concierne, puedes aburrirte a muerte con tu es-timado señor Bockel y comer trenzas hasta ponerte malo.

Robert pensó: el más listo cede.

-Perdona -dijo-: no lo dije con mala intención.

-Pues mejor.

La ira del anciano se calmó tan rápido como había venido.

-Diecinueve -murmuró-. Prueba con el 19. Intenta dividirlo en partes iguales de forma que no quede nada.

Robert reflexionó.

-Eso sólo se puede hacer de una manera -dijo al fin-. Lo dividiré en diecinueve partes iguales.

-Eso no vale -respondió el diablo de los números.

-O lo dividiré entre cero.

-Eso no vale en ningún caso.

-¿Y por qué no vale?

-Porque está prohibido. Dividir por cero está estrictamente prohibido.

-¿Y si aun así lo hago?

-¡Entonces las Matemáticas saltarían en pedazos! -el diablo de los números empezaba a excitarse otra vez. Pero, por suerte, se controló y dijo-: Reflexiona. ¿Qué debería salir si divides 19 entre cero?

-No lo sé. Quizá cien o cero o cualquier número intermedio.

-Antes has dicho que no había más que hacerlo al revés, entonces era con el tres:

así que

»Ahora prueba con el 19 y con el cero.

Robert calculó.

-19 entre cero... digamos, 190.

-¿Y viceversa?

-190 por cero... 190 por cero... es cero.

-¿Lo ves? Da igual el número que escojas, siempre saldrá cero y nunca 19. ¿Qué se deduce de ello? Que no puedes dividir entre cero ningún número, porque sólo saldría una idiotez.

-Está bien -dijo Robert-, lo dejaré. Pero ¿qué hago entonces con el 19? Da igual entre lo que lo divida, entre 2, entre 3, entre 4, 5, 6, 7, 8... siempre queda resto.

-Ven aquí -dijo el anciano a Robert-, voy a contarte una cosa.

Robert se inclinó hacia él, tan cerca que el bigote del anciano le hizo cosquillas en el oído, y el diablo de los números le susurró un secreto:

-Tienes que saber que existen números, absolutamente normales, que se pueden dividir; y luego están los otros, aquellos con los que eso no funciona. Yo los prefiero. ¿Y sabes por qué? Porque son números de primera. Los matemáticos llevan mil años rompiéndose la cabeza con ellos. Son unos números maravillosos. Por ejemplo el once, el trece o el diecisiete.

Robert se sorprendió, porque de repente el diablo de los números parecía extasiado, como si estuviera disolviendo en la boca una golosina.

-Y ahora por favor, dime, querido Robert: ¿cuáles son los dos primeros números

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