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El Gatopardo


Enviado por   •  11 de Noviembre de 2013  •  25.634 Palabras (103 Páginas)  •  317 Visitas

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GIUSEPPE TOMASI DI LAMPEDUSA

EL

GATOPARDO

Traducción de Fernando Gutiérrez

Edición electrónica: Julio 2013

http://www.laeditorialvirtual.com.ar

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ÍNDICE

Nota del Traductor

Prólogo de la edición italiana.

Capítulo 1 - Mayo 1860

Capítulo 2 - Agosto 1860

Capítulo 3 - Octubre 1860

Capítulo 4 - Noviembre 1860

Capítulo 5 - Febrero 1861

Capítulo 6 - Noviembre 1862

Capítulo 7 - Julio 1883

Capítulo 8 - Mayo 1910

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NOTA DEL TRADUCTOR

Aunque los protagonistas de esta novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa sean el príncipe siciliano Fabrizio de Salina y sus familiares, el verdadero personaje central de la obra es, justamente, elgattopardo que, como emblema, figura en el escudo del príncipe y se hace centro de las virtudes y defectos de su linaje. Unas y otros son, en todo momento, gattopardescos, palabra con la que se definen muchas cosas, y que responden, como verá el lector, a una actitud ante la vida y la muerte, ante los hombres y las cosas.

Por esta razón y por la no menos importante de la eufonía he castellanizado la palabra (gatopardo) y así figurará en esta versión y no en su correcta traducción castellana, que hubiera sido «leopardo jaspeado».

El gatopardo — es decir, el leopardo jaspeado (felis marmorata, leopardus marmoratus) — es una especie de pantera de tamaño aproximado al gato casero. Por si el lector quiere saber algo más añadiré estos datos: es de pelaje amarillo de arcilla, más claro en el vientre y con dos fajas longitudinales negras que parten de la frente y se reúnen en una raya única más allá de la cabeza, siguen así por la espalda y se separan de nuevo en la parte posterior. Tiene también otras fajas oblicuas desde la nuca hasta el vientre, que, además, presenta tres líneas de manchas redondas de un color pardo oscuro. Vive en Java y Malaca y se dice que es fácil de domesticar, lo que acaso esté un poco en contradicción con el espíritu de los Salina que lo tomaron como divisa.

PRÓLOGO DE LA EDICIÓN ITALIANA

La primera y última vez que vi a Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa, fue en el verano de 1954, en San Pellegrino Terme, con motivo de una reunión literaria organizada en la pequeña ville d'eaulombarda, por iniciativa de Giuseppe Ravegnani y el Municipio local. El propósito de la reunión, animada con la intervención de la Televisión y un grupo de reporteros gráficos, era éste: una docena de los más ilustres escritores italianos contemporáneos presentaría al público (bastante desmirriado) de los veraneantes, un número correspondiente de «esperanzas» de las últimas y penúltimas promociones literarias.

No es éste lugar de contar ce por be cómo se desarrolló la reunión, ni de hacer un balance siquiera tardío de sus trabajos. De todos modos, no resultó inútil. Efectivamente, en San Pellegrino, Eugenio Montale nos dio la primera noticia de la existencia de un nuevo, auténtico poeta: el barón Lucio Piccolo, de Capo d'Orlando (Mesina). Las poesías de Piccolo, precedidas por el mismo escrito que Montale leyó entonces ante nosotros, figuran ahora en la colección Specchio, de Mondadori. Sé que no digo nada extraordinario afirmando que representan lo mejor que en estos últimos años ha aparecido en Italia en el campo de la lírica pura. ¿Qué más?

Lucio Piccolo resultó la verdadera revelación de la reunión. De más de cincuenta años, distraído y timidísimo como un muchacho, sorprendió y encantó a todos, viejos y jóvenes, su gentileza, su trato de gran señor, su absoluta falta de histrionismo, incluso la elegancia un poco démodée de sus oscuros trajes sicilianos. Había venido de Sicilia en tren, acompañado de un primo mayor que él y de un criado. Convengamos en que esto era ya suficiente para excitar a una tribu de literatos en medias vacaciones. Ni que decir tiene que sobre Piccolo, su primo y su criado (un extraño trío que no se escindía nunca: el criado, bronceado y robusto como un macero, ni un solo instante les quitó a los otros dos la vista de encima...), durante el día y medio que permanecimos en San Pellegrino, convirgieron la curiosidad, el asombro y la simpatía generales.

El propio Lucio Piccolo me dijo el nombre y título de su primo: Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa. Era un caballero alto, corpulento, taciturno, de rostro pálido, con esa palidez grisácea de los meridionales de piel oscura. Por el gabán cuidadosamente abotonado, por el ala del sombrero caída sobre los ojos, por el nudoso bastón en que, al caminar, se apoyaba pesadamente, uno, a primera vista, lo habría tomado, ¡yo qué sé!, por un general de la reserva o algo semejante. Era mayor que Lucio Piccolo, como ya he dicho: frisaría los sesenta. Paseaba al lado de su primo por las callejas que rodean elKursaal, o asistía, en el salón interior del Kursaal, a los trabajos de la reunión, silencioso siempre, siempre con el mismo rictus amargo en los labios. Cuando me presentaron a él, se limitó a inclinarse brevemente sin decir nada.

Transcurrieron cinco años sin que hubiese sabido nada más del príncipe de Lampedusa. Hasta que en la primavera pasada, una querida amiga mía napolitana que vive en Roma, habiendo oído decir que yo estaba preparando una colección de libros, tuvo la buena idea de telefonearme. Tenía algo para mí, me dijo: una novela. Se la había mandado tiempo atrás, desde Sicilia, un amigo suyo. La leyó y le pareció muy interesante, y como había tenido noticia de mi nueva actitud editorial, se sentía muy contenta poniéndola a mi disposición.

— ¿De quién es? — le pregunté.

— Pues no lo sé. Pero creo que no será difícil saberlo.

Poco después tuve en mis manos el original mecanografiado. No llevaba firma alguna. Pero apenas hube saboreado el delicioso fraseo del incipit , estuve seguro de una cosa: se trataba de una obra seria, la obra de un verdadero escritor. Era suficiente. Luego, la lectura completa de la novela, que apuré en poco tiempo, no hizo

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