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El Prado


Enviado por   •  19 de Octubre de 2023  •  Documentos de Investigación  •  1.840 Palabras (8 Páginas)  •  123 Visitas

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El Prado

We are such stuff as dreams are made on, and our little life is rounded with a sleep. The Tempest, IV, 1

El recuerdo es tan claro como una idea propia lo es para la mente: inconfundible e incapaz de ser alterado por los sesgos que invaden el juicio. Pasó el 7 de diciembre, mientras mi madre estaba en uno de sus muchos viajes de trabajo, la soledad que invadía la casa era agobiante y más aún con el amargo invierno que tocó ese año. Después del almuerzo y una siesta, a falta de algo que hacer, resolví salir a caminar por los prados, con la tenue esperanza de que no hayan sido invadidos por el frío tajante; además, no me hacía bien vigilar la casa a todas horas.

Al llegar, me percaté de que, en efecto, el panorama era desolador y deprimente; aún así, era mejor que mirar las mismas medidas de casa. Camine por el suelo ondulado hasta que escuche una risa, una peculiar y dulce risa. Me volteé por donde venía y vi a una chica jugando con su perro. Su cabello era largo y liso, capaz de librarse del reposo con el más mínimo movimiento; sus manos parecían tener una suavidad y uniformidad capaz de deslizar cualquier superficie que las rozara; y sus ojos tenían un cierto espíritu rebelde, mientras que sus pupilas eran capaces de hacer perder a cualquier hombre que las contemple en su infinita y misteriosa profundidad por toda la eternidad.

Le ofrecí mi abrigo, ya que solo llevaba encima una sudadera amarilla y pantalones azules. Me respondió que no lo necesitaba, ya que no sentía frío. Inmediatamente después, le pregunté si quería tomar un café en mi casa y respondió: "Desde luego". Su belleza junto con su particular carácter manso y ascético me atrajo hacia ella de una forma tan aprisa que tuve que ojear mi reloj innumerables veces para no ahogarme en mis lascivos pensamientos.

Ella insistió que vayamos a tomar el café en la terraza del edificio para admirar la amplia vista de los prados que se tenía a esa altura. Le pregunté: "¿Cómo te llamo?" Y ella respondió: "Me da igual, aunque me gustaría cualquier nombre que empiece con la letra 'f". La respuesta me pareció tan maravillosa que se me escapó una pequeña risa. Ella me preguntó por qué me reía y le respondí: "No sabes cuánto me maravilla que ahora soy capaz de llamar a una persona con una belleza asaz espléndida y encantadora por cualquier nombre que mi inextricable imaginación produzca que empiece con la letra 'f': la letra más suave y placentera de pronunciar para mis tímidos labios". Ella respondió con tono bromista y alegre: "Me agradas"; y soltó una pequeña risa melosa y despreocupada.

Después de acabar su café, dijo: "Oh, mi valiente y armado caballero. Déjenos peregrinar por los prados congelados y los bosques que inquietantes lucen a estas horas para vivir por siempre una vida de aventuras y desdichas juntos, como el libro y el papel, o la sangre y la piel. Dios sabe que os ofrezco mi alma y mi cuerpo a usted y únicamente a usted, mi señor. Os ruego que vele y cuide de ellas." Y le respondí: "Oh, no se llene usted con inquietud, mi bella y joven Fátima. Pues mientras usted esté en mis brazos, ningún demonio o espíritu maligno os pondrá las manos encima. Vuestra belleza, delicadeza y naturaleza no serán perturbadas por nadie. Vayamos, pues, a peregrinar por los peligrosos prados, pero no os preocupéis, ya que mientras usted esté montada en mi noble corcel, estará usted segura."

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El Prado

Así pues, nos adentramos más en los prados. En el camino alcancé a notar el lugar exacto en donde la

  1. por primera vez. El recordarla ahí y verla apoyada en mi hombro mientras yo sujetaba los manillares de la bicicleta en la que ella se sentaba hizo imposible que sintiera un placentero orgullo y un éxtasis que no había logrado sentir hasta antes de conocerla.

Ya más adentrados en el prado, empezó a cantar una canción que no había escuchado nunca, pero estoy seguro que con su armoniosa y melodiosa voz superaba en gran medida a la original. Me pareció surrealista el hecho de que el albur me haya permitido liberarme de los confines de casa y conseguido una mujer como ninguna otra en un solo día. Parecía que, por esta vez, la contingencia de un dichoso futuro brillaba con más fuerza que la de la tenue luz que había sido hasta ahora.

Cuando llegamos al pueblo que estaba al otro lado de la ciudad, no se podía percibir ningún atisbo del lado por donde vinimos. Era seco y verde. Antes de poder apreciarlo con profundidad, ella dijo: "Acaso deberíamos buscar un hotel cerca para pasar la noche." Entonces, empezamos a buscar uno adentrándonos más por las desoladas calles que nos rodeaban. Ya eran las 7 de la noche y pensé que no habría ningún hotel abierto cerca de nosotros. Casi enseguida de haberlo pensado, apareció un hotel de tres estrellas llamado "El Prado". Entramos. Nos dieron la llave del cuarto. Y entramos al cuarto 43. No teníamos nada encima, así que nos pusimos a ver la televisión. Ella dijo que tenía hambre. Comimos miel con tortitas en el suelo, ya que ella insistió en que fingiéramos tener un picnic.

Empezamos a hablar sobre nuestras vidas mientras comíamos. Ella me dijo que tenía un hermano mayor llamado Hipnos, el cual trabajaba como espeleólogo. Yo le hablé sobre cuánto extrañaba a mi madre que se pasaba trabajando todo el tiempo y cuán solitario me sentía cuidando la casa sin nadie con quien hablar. Ella dijo: "Oh, mi señor, no se preocupe usted. Yo estoy aquí para libraros de vuestras penas y dolores, y quereros por la eternidad porque mientras usted y el mundo respire, yo también lo…" Antes de que acabara, me arroje a sus melosos labios para besarla; sin embargo, me extrañó que sus labios se sintieran húmedos y secos a la vez, casi tan volubles como el agua, pero tan áridos como la tierra. A pesar de eso, se sintió como si al fin hubiera alcanzado la cima de la montaña de los sueños; como si mi voluntad finalmente se estuviera manifestando y diera un significado a mi vida. Al terminar de besarla, me dijo en un lenguaje muy extraño que me amaba: "seni seviyorum"; sin embargo, me pareció haber escuchado esas mismas palabras dichas por mi madre hace mucho tiempo. Me paré y le dije: "Oh, mi amada. El amor que siento por usted es inconmensurable e inconcebible. Y para demostrároslo, quisiera hacer sonar en vuestros puntiagudos oídos el soneto 43 de Shakespeare, que es casi tan bello como usted."

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