El Teatro Isabelino
Enviado por soemelero • 19 de Marzo de 2012 • 1.979 Palabras (8 Páginas) • 1.162 Visitas
El teatro isabelino es un concepto literario -aunque básicamente se aplica al teatro- con el que se hace referencia, principalmente, al conjunto de obras dramáticas escritas y representadas en Inglaterra durante el reinado de Isabel I, que se alargó desde 1558 hasta 1603. Muchos estudiosos, no obstante, alargan este segmento temporal a los reinados de Jacobo I (hasta 1625) e incluso de Carlos I (hasta 1642) dada la manifiesta continuidad de temática y estilo que mostró el teatro inglés durante esas etapas, y que se vio finalmente truncada con la llegada de la Guerra civil y la clausura de los teatros en ese mismo año. En Inglaterra, el siglo XVI trajo el conocimiento y el rechazo del teatro humanista, con la intención de complacer no solo a una minoría de hombres cultos, sino a un amplio público popular.
Antes del florecimiento del teatro nacional inglés se advierten dos tendencias predominantes: una de tipo popular, que trataba asuntos religiosos y morales (morality plays, miracle plays) y otra culta, inspiradas en el teatro latino (Plauto y Terencio) y la comedia humanística del renacimiento que se realizaban en los palacios de los nobles.
La consolidación del teatro nacional del siglo XVI se desarrollará mediante una fusión de lo popular y lo culto atendiendo a una temática basada en asuntos históricos, que desarrollan la grandeza nacional y los hechos dramáticos y cómicos extraídos de la vida cotidiana. Entre los autores más destacados están Thomas Kyd, que escribió La tragedia española, una obra especialmente sangrienta que inspiró enormemente a Shakespeare, en particular, en Hamlet y El rey Lear, y Christopher Marlowe, autor de varias obras extraordinarias como El judío de Malta, Eduardo II, Tamerlán el grande y, sobre todo, La trágica historia del doctor Fausto, basado en una leyenda germánica e iniciador de un personaje, Fausto, capaz de vencer sus limitaciones para lograr un objetivo, aunque para ello tenga que debatirse entre las normas religiosas y la afirmación de su individualidad.
En el teatro isabelino no se respetará la preceptiva aristotélica: las tres unidades (acción, tiempo y lugar) serán quebrantadas por la utilización de varias localizaciones y tiempos; no se evitará la aparición de los desagradable, sino que la crueldad y lo sanguinario serán elementos diferenciadores de este teatro, tomando como ejemplo las tragedias de Séneca y se mezclará lo trágico y lo cómico en una misma obra. En cuanto al estilo se siguió una naturalidad llena de ingenio construida a través de la gracia y la hondura en el juego de palabras y se consagró el verso blanco, que imita bastante fielmente el verso latino senequista, liberando al diálogo dramático de la artificiosidad de la rima, mientras se conserva la regularidad de los cinco pies del verso. Esta agilidad del verso confiere a la poesía la espontaneidad de la conversación y la naturalidad del recitado.
A finales del siglo XVI, las compañías de actores comenzaron a establecerse y a profesionalizarse. Durante el reinado de Isabel I de Inglaterra, se construyeron en Londres los primeros teatros públicos y estables. Aconteció un extraordinario florecimiento de autores y compañías que actuaban tanto ante autoridades como para el público corriente en teatros construidos como The Globe o The Blackaffairs. Mientras que el drama renacentista italiano se desarrollaba como una forma de arte elitista, el teatro isabelino resultaba un gran contenedor que fascinaba a todas las clases, haciendo así de "nivelador" social. Acudir al teatro público era una costumbre muy arraigada en la época. Por esto todos los dramas debían satisfacer gustos diversos: los del soldado que deseaba ver guerra y duelos, la mujer que buscaba amor y sentimiento, la del abogado que se interesaba por la filosofía moral y el derecho, y así con todos. Incluso el lenguaje teatral refleja esta exigencia, enriqueciéndose con registros muy variados y adquiriendo gran flexibilidad de expresión.
Era un teatro que funcionaba por compañías privadas y formadas por actores, que pagaban a los autores para interpretar su obra y a otros actores secundarios. Algunos alquilaban el teatro y otros eran propietarios del mismo. Cada compañía tenía un aristócrata, que era una especie de apoderado moral. Sólo la protección acordada por el grupo de actores con príncipes y reyes -si el actor vestía su librea no podía ser de hecho arrestado - pudo salvar a Shakespeare y a muchos de sus compañeros de las condenas de impiedad lanzadas por la municipalidad puritana, ya que aunque el teatro era un espectáculo que congregaba a gran afluencia de público las autoridades religiosas vigilaban la moralidad de estas representaciones que se celebraban a las afueras de la ciudad.
Los edificios que daban cabida a la representación eran construcciones de forma octogonal o circular, hechos de madera, con un patio central a cielo abierto y galerías circundantes. Tenían aproximadamente 25 metros de diámetro exterior y unos diez de altura. El escenario consistía en un tablado dominado por un balcón o galería a la que dio fama varias escenas de Romeo y Julieta. Además, contaba con un proscenio para los monólogos y los exteriores y el fondo era utilizado para los interiores. Una sencilla tela servía de fondo y el cambio de situación se señalaba con un mero elemento indicador, así una rama equivalía a un bosque y un trono a un palacio. La enorme sencillez del decorado dio al texto una importancia primordial. Además, las posibilidades de los dramaturgos se hicieron infinitas, puesto que no dependían de los cambios de los decorados para situar épocas o lugares diversos. La ausencia de los efectos especiales refinaba la capacidad gestual, mímica y verbal de los actores, que sabían crear con maestría lugares y mundos invisibles.
Lógicamente, el principal autor y máximo representante del teatro isabelino fue William Shakespeare, si bien no fue el primero de la larga ristra de dramaturgos que brillaron en esta época.
William Shakespeare supo sacarle todo el provecho posible a la influencia dramática anterior (Kyd, Marlowe) y, con ella, llevar el teatro de su época
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