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Frankenstein y Rosseau


Enviado por   •  18 de Agosto de 2015  •  Ensayo  •  2.695 Palabras (11 Páginas)  •  682 Visitas

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Frankenstein y Rousseau: la desmitificación del conocimiento

Mary W. Shelley concibió en 1818 la novela que, enmarcada en la tradición gótica, no sólo inauguró el género de la ciencia ficción,  sino que logró explorar y problematizar múltiples cuestionamientos definitivos para el acercamiento a la condición humana, entre ellos su naturaleza, la moral que lo rige y la relación que establece con Dios.  Esta exploración es lograda en Frankenstein a través de la discusión con diversos textos y presupuestos de la época.

Las páginas siguientes desarrollan la relación y el diálogo constante que establece la obra en cuestión con los planteamientos filosóficos acerca del carácter y la esencia humana propuestos por Jean Jaques Rousseau. Lo anterior con el fin de exponer cómo a través del arduo trabajo de dichos postulados Frankenstein logra no sólo una maravillosa exposición de éstos, sino la  encarnación de un  fuerte cuestionamiento a las bases sobre las que se erige el pensamiento  de su tiempo y al rumbo que ha tomado la condición humana.

El hombre en Rousseau: la oposición entre naturaleza y sociedad

Detrás de la conocida cita “El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe” hay un extensísimo trabajo que examina la esencia humana; este estudio termina por proponer una dicotomía irresoluble: la naturaleza del hombre y la vida en sociedad que éste se ve obligado a aceptar. Hay entonces en la concepción de Rousseau un antagonismo definitivo entre el hombre natural y el hombre social o histórico. El primero es comprendido como un estadio idílico, mientras que el segundo es considerado  una degeneración de esa condición ideal.

Tanto en El contrato social como en Emilio, o de la educación, Rousseau propone y desarrolla, tras concluir que el regreso al pasado natural del hombre es una imposibilidad, un convenio entre la naturaleza del hombre y la sociedad, esto con el fin de armonizar la convivencia humana. Sin embargo, este acuerdo implica el sacrificio de múltiples características del hombre natural: realmente la contradicción entre la naturaleza y la sociedad no se resuelve, simplemente se concilia. Hay en la propuesta de Rousseau una entrañable nostalgia por aquel estado natural que no podrá ser alcanzado de nuevo. Este tratado, aunque útil, no podrá devolver al hombre la tranquilidad y el equilibrio perdidos.

Rousseau caracteriza al hombre natural como un ser bueno y feliz, cuyas necesidades se reducen a las meramente físicas, éstas son básicas y de fácil resolución, pues están a su alcance, responden únicamente a impulsos instintivos. En este estado el hombre vive en paz y armonía con la naturaleza, es igual a sus semejantes. No se pregunta por su condición, ni intenta ir más allá de lo que le ha sido dado, está libre de preocupaciones.                                   Este ser idílico contrasta radicalmente con el hombre social, al cual se Rousseau se refiere como un ser agobiado por la desdicha  que ha perdido su bondad original. El hombre social se rige por una serie de deseos y pasiones que pretenden superar las limitaciones que se le han impuesto; esta transgresión contra sus propios límites termina por llenarlo de angustia y desesperación, despertando en él sentimientos como la envidia, el egoísmo, la rabia y el odio.

La descripción anterior, aunque ilustra sobre las características del estado natural y social del hombre, aclarando sus radicales diferencias, no responde al porqué de esta transición. ¿Qué lleva al hombre a pasar de aquel primer estado caracterizado por la placidez y la calma a ese segundo lleno de agitación y angustia?, ¿qué permite este cambio?, ¿por qué resulta imposible el retorno a aquel estadio lleno de paz y serenidad?

El monstruo de Frankenstein: la transición del hombre natural al hombre social

Todo sale perfecto de manos del autor de la naturaleza, en las manos del hombre todo degenera.                                                                                                                                   Jean Jaques Rousseau, Emilio, o de la educación.

Mary Shelley logra contestar estas preguntas magistralmente desde la ficción, lo hace a través de la elaboración de un personaje que vive esta transición, que experimenta tanto el estado natural, como el estado social.

La criatura creada por Víctor Frankenstein encarna la transición entre los dos estados propuestos por Rousseau. Tras la salida de la habitación de su creador, el monstruo se instala en el campo, allí transcurrirá su infancia. Lo que domina sus primeros años son las sensaciones: ve, huele y escucha. En esta etapa sólo percibe, no tiene ideas. El lenguaje le es ajeno, sólo es capaz de formular sonidos inarticulados. Responde a necesidades básicas e instintivas que puede resolver fácilmente con lo que le ha sido dispuesto: si tiene sed bebe del arroyo, si siente hambre come unas cuantas bayas, si necesita un refugio para protegerse del frío lo construye con los maderos que encuentra a su alrededor. Hay en este punto un equilibrio entre sus necesidades y sus facultades para satisfacerlas.

El monstruo se conforma con existir, se contenta con ser lo que es, no se pregunta (porque no tiene la capacidad) por su condición, simplemente la acepta. Ignora todo respecto al funcionamiento del mundo, es inocente. Lleva, en este estado, un modo de vida tranquilo y simple.                                                                                                                                           Este estado, sin embargo, dura muy poco. El monstruo no tarda en tener contacto con sus vecinos. Este encuentro es definitivo, pues marca el paso del estado natural al social.

El contacto con sus vecinos es el que lleva al monstruo a desarrollar el lenguaje, y es justamente esta aparición la que le posibilita el paso al estado social. El lenguaje le permite pensar el mundo, categorizarlo, calificarlo, establecer diferencias y preguntarse por su condición. Rápidamente la criatura comprende el funcionamiento del globo terráqueo y, con ello, su propia condición, ahora comprende que las categorías que rigen el mundo que habita lo rechazan: se comprende a sí mismo como una abominación de la tierra. Ahora es consciente de su condición.

El rápido progreso intelectual que experimenta lo lleva prontamente a la lectura: Las vidas paralelas, Las penas del joven Werther y El paraíso perdido le revelan infinidad de ideas y pensamientos. La lectura representa una forma de conocimiento, ésta despierta en él múltiples preguntas: ¿Quién es?, ¿de dónde viene?, ¿por qué está solo? En este momento una intensa sed de saber se apodera de él, siente que no descansará hasta que encuentre respuesta a sus preguntas. Es la lectura de la libreta de apuntes de su creador la que lo inscribe completamente en el estado social del hombre. El monstruo, en este punto, se hace consciente de su desgracia: “Cuantas más cosas aprendía, más aumentaba mi desesperación” (Shelley 119). El desarrollo del lenguaje y la aproximación al conocimiento le permitieron comprender su condición, entender la desdicha que, desde su nacimiento, marcaba su existencia. Sin embargo, esta conciencia de su condición, entendimiento y conocimiento no le trajeron más que dolor y sufrimiento.

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