Hermanos Grimm
Enviado por bloo.654 • 17 de Marzo de 2014 • 1.493 Palabras (6 Páginas) • 470 Visitas
Índice:
• El príncipe rana
• El flautista de Hamelín
• Caperucita Roja
• La Cenicienta
• Rey Thrushbeard
• Pulgarcito
• Las aventuras de Pulgarcito
• Blancanieve y Rosaroja
• El agua de la vida
• La serpiente blanca
• Hansel y Gretel / La casita de chocolate
Juan mi erizo
• Piel de oso
• Las tres hilanderas
• Los siete cuervos
• Los seis cisnes
• El Enano Saltarín / Rumpelstilzchen
• El sastrecillo listo
• Verdezuela / Rapunzel
• La madrina Muerte
• Madre Nieve/ Frau Holle
• El pájaro dorado
• El gato con botas
• Hermanito Hermanita
• La historia de uno que hizo el viaje para saber lo que era el miedo
El Príncipe Rana – Hermanos Grimm
Hace muchos, muchos años vivía una princesa a quien le encantaban los objetos de oro. Su juguete preferido era una bolita de oro macizo. En los días calurosos, le gustaba sentarse junto a un viejo pozo para jugar con la bolita de oro. Cierto día, la bolita se le cayó en el pozo. Tan profundo era éste que la princesa no alcanzaba a ver el fondo.
—¡Ay, qué tristeza! La he perdido —se lamentó la princesa, y comenzó a llorar.
De repente, la princesa escuchó una voz.
—¿Qué te pasa, hermosa princesa? ¿Por qué lloras?
La princesa miró por todas partes, pero no vio a nadie.
—Aquí abajo —dijo la voz.
La princesa miró hacia abajo y vio una rana que salía del agua.
—Ah, ranita —dijo la princesa—. Si te interesa saberlo, estoy triste porque mi bolita de oro cayó en el pozo.
—Yo la podría sacar —dijo la rana—. Pero tendrías que darme algo a cambio.
La princesa sugirió lo siguiente:
—¿Qué te parecen mi perlas y mis joyas? O quizás mi corona de oro.
—¿Y qué puedo hacer yo con una corona? —dijo la rana—. Pero te ayudaré a encontrar la bolita si me prometes ser mi mejor amiga.
—Iría a cenar a tu castillo, y me quedaría a pasar la noche de vez en cuando —propuso la rana.
Aunque la princesa pensaba que aquello eran tonterías de la rana, accedió a ser su mejor amiga.
Enseguida, la rana se metió en el pozo y al poco tiempo salió con la bolita de oro en la boca.
La rana dejó la bolita de oro a los pies de la princesa. Ella la recogió rápidamente y, sin siquiera darle las gracias, se fue corriendo al castillo.
—¡Espera! —le dijo la rana—. ¡No puedo correr tan rápido!
Pero la princesa no le prestó atención.
La princesa se olvidó por completo de la rana. Al día siguiente, cuando estaba cenando con la familia real, escuchó un sonido bastante extraño en las escaleras de mármol del palacio.
Luego, escuchó una voz que dijo:
—Princesa, abre la puerta.
Llena de curiosidad, la princesa se levantó a abrir. Sin embargo, al ver a la rana toda mojada, le cerró la puerta en las narices. El rey comprendió que algo extraño estaba ocurriendo y preguntó:
—¿Algún gigante vino a buscarte?
—Es sólo una rana —contestó ella.
—¿Y qué quiere esa rana? —preguntó el rey.
Mientras la princesa le explicaba todo a su padre, la rana seguía golpeando la puerta.
—Déjame entrar, princesa —suplicó la rana—. ¿Ya no recuerdas lo que me prometiste en el pozo?
Entonces le dijo el rey:
—Hija, si hiciste una promesa, debes cumplirla. Déjala entrar.
A regañadientes, la princesa abrió la puerta. La rana la siguió hasta la mesa y pidió:
—Súbeme a la silla, junto a ti.
—Pero, ¿qué te has creído?
En ese momento, el rey miró con severidad a su hija y ella tuvo que acceder. Como la silla no era lo suficientemente alta, la rana le pidió a la princesa que la subiera a la mesa. Una vez allí, la rana dijo:
—Acércame tu plato, para comer contigo.
La princesa le acercó el plato a la rana, pero a ella se le quitó por completo el apetito. Una vez que la rana se sintió satisfecha dijo:
—Estoy cansada. Llévame a dormir a tu habitación.
La idea de compartir su habitación con aquella rana le resultaba tan desagradable a la princesa que se echó a llorar. Entonces, el rey le dijo:
—Llévala a tu habitación. No está bien darle la espalda a alguien que te prestó su ayuda en un momento de necesidad.
Sin otra alternativa, la princesa procedió a recoger la rana lentamente, sólo con dos dedos. Cuando llegó a su habitación, la puso en un rincón. Al poco tiempo, la rana saltó hasta el lado de la cama.
—Yo también estoy
...