LA REINA ISABEL
Enviado por Cathypazar • 4 de Diciembre de 2013 • 607 Palabras (3 Páginas) • 373 Visitas
La trama gira entrono a la muerte de una prostituta conocida como “Reina Isabel” y muy famosa por los mineros de las Salitreras del desierto de Atacama, en el Norte grande de Chile. Pero no solamente eso, sino, que el autor evoca las vivencias de los mismos mineros y como sus hogares quedaban abandonados y se convertían en verdaderos pueblos Fantasmas cuando cerraban las salitreras.
El estilo literario
Hernán Rivera nos presenta el libro con un lenguaje lleno de jerga popular criolla y otras especias que aderezan el mágico lugar de la pampa Chilena. Un relato cargado de adjetivos y comparaciones que permiten al lector , incluso, sentir el calor sofocante de vivir en las oficinas salitreras. Es precisamente ese lenguaje popular el que dibuja mas de una sonrisa o una mueca de asco, tomemos al caso dos ejemplos que no puedo dejar de mencionar en este análisis de IMM :
Cuando a la Pan con Queso se le ocurrio preguntarle un día, por qué él no se aprovechaba de ellas como lo hacían en los demás camarotes cada vez que se emborrachaban, el Poeta Mesana, muy digno él, muy ofendido además, le contesto que le perdonara un poco, pero su preciosa pajarilla no era ningún ave carroñera. Que primero tendrían que verse en el lamentable estado en que quedaban tiradas las niñitas. El triste cuadrito que hacían cuando, borrachas como tencas, con el rostro anegado en charcos de babas y vómitos, y lastimosamente orinadas algunas, roncaban sumidas en un miasma tibio y pestilente que no era
sino un irredento áurea de vahos, eructos y pedos de cadaveres en proceso de descomposición. “Seria como cabalgar sobre yeguas reventadas”, sentenció el Poeta Mesana. “Y eso, criaturita de Dios, no va ni con mi estilo ni con mi fama de jinete cosaco”.
Era enero en la pampa, el calor hacia humear las calaminas calientes y el cuerpo de la finada - una matrona mas bien entradita en carnes- reventó en pleno velorio. Por las junturas del cajon comenzó a escurrir un liquido aceitoso y una pestilencia insoportable traspazó cada una de las casas de calamina de la corrida. Los deudos y las vecinas, trataban de contrarestar el hedor irrespirable con fragancias de perfumes y aguas de colonia que rociaban a grades chorros sobre el ataúd. En uan escaramuza urgente tuvieron que trasladar el cadaver al trote a la iglesia y de ahí rápdmente al cementerio. En la Iglesia, el ataúd gote
aba como clepsidra nauseabunda formando en el piso una oleaginosa charca pestilente; la gentese cubria la boca y las narices con pañuelos embebidos en sales aromáticas y el cura alcanzo a decir una misa rápida antes de salir corriendo por la puerta lateral a devolver violentamente violentamente en el patio de la capilla. Los que cargaron el ataúd, embozados en sus pañuelos al estilo de los bandidos del oeste, reclamaban que era como llevar un cajón lleno de agua, pues el zangoloteo
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