“LOS VALORES EN UNA SOCIEDAD LIBRE Y PLURAL”
Enviado por lettilu • 25 de Octubre de 2015 • Documentos de Investigación • 3.697 Palabras (15 Páginas) • 623 Visitas
“LOS VALORES EN UNA SOCIEDAD LIBRE Y PLURAL”
La valoración es una “lectura” humana de la realidad. Juliana González
El tema de los valores se ha puesto de moda, hoy en todos lados habla de ellos, aunque nadie parece ponerse de acuerdo ni siquiera en su definición; lo mismo se escuchan discursos en los cuales se anuncia su disolución, como aquellos en los que se busca reafirmar de manera definitiva su carácter universal. Los valores aparecen en muy distintos ámbitos, más no en todos generan el mismo tipo de preocupación; respecto de los valores sociales, económicos, históricos, sólo por mencionar algunos, encontramos acuerdos más o menos generales en su definición y clasificación; por eso cuando se habla del problema de los valores, éste se circunscribe generalmente al ámbito de los valores morales, ahí es más difícil el consenso aunque también más urgente. De alguna manera intuimos que estos valores tienen para el hombre una dimensión más radical y por eso el pronunciarse respecto a ellos genera todo tipo de suspicacias.
Si a cualquier persona le preguntamos ¿qué son los valores?, seguramente no tendrá una respuesta a la mano. Todos reconocen sin dificultad cuáles son sus propios valores aunque no los puedan definir y si se les apura un poco los conciben como una especie de preferencias que orientan la vida. Aquí cabría señalar un hecho por demás revelador, con dificultad sabemos lo que significa el valor, pero valoramos; nos cuesta trabajo conceptuar lo que son los valores, aunque nada en realidad es tan cotidiano para cada uno como esta necesidad de sopesar, de considerar los distintos ángulos de un problema, por sencillo que parezca, antes de tomar una decisión, lo mismo se trate de qué ruta tomar para ir al trabajo o cómo plantear un proyecto de vida. Si ya de por sí toda decisión es difícil, lo es mucho más cuando entramos en el ámbito moral, porque ahí se trata no ya de elegir entre cosas sino de decidir qué tipo de persona queremos ser.
Los valores son connaturales a los seres humanos porque no somos indiferentes, nos vemos movidos efectivamente, no todo nos da lo mismo. Los valores manifiestan su injusticia incluso en el lenguaje mismo. Cuando consideramos que algo no está bien, inmediatamente expresamos “no se vale”, o cuando nos enfrentamos a una elección difícil solemos preguntarnos ¿qué vale más? o ¿vale la pena lo que estoy haciendo? Es decir los valores forman parte de la vida cotidiana, pero quizás a fuerza de tenerlos tan próximos se torna difícil reconocer su presencia y más todavía definir su esencia.
Los valores surgen de la relación peculiar que mantiene el hombre con la naturaleza, puesto que la necesidad de descubrir su propia esencia lo lleva a no conformarse con estar inmerso en ella, sino que busca entender el mundo que lo rodea. El hombre se hace preguntas sobre su entorno y sobre su propia condición interna, nombra, transforma, cuestiona, investiga, en una palabra humaniza la naturaleza, construyendo a partir de ella la cultura. Los valores entonces no los inventa el hombre de la nada, sino que surgen de este asombro frente a la realidad; al descubrir las características particulares de distintos elementos, la gran variedad que ofrecen las plantas y animales, el hombre se enfrenta a la necesidad de diferenciar y de elegir unas cosas y desechar otras en provecho de su propia subsistencia. El valorar empieza entonces como un acto
externo, como una mera necesidad de reconocer una realidad que exige del hombre una respuesta activa. En la medida en que el hombre voltea la mirada hacia su interior, hacia su propia condición, descubre los valores morales, a través de los cuales empieza a diferenciar las cualidades de las distintas acciones generadas por el individuo en función de su repercusión en la colectividad. Los valores morales se traducen entonces en la convicción de que no todo vale por igual, de que los seres humanos no podemos ser indiferentes ni frente a la naturaleza ni frente a los otros porque nuestra propia acción sobre el mundo genera significado.
El hombre es siempre, como afirma Ortega y Gasset, un proyecto, un quehacer marcado por su propia acción y decisión. El ser humano es acto y es potencia, es necesidad de ser y al mismo tiempo conciencia de no ser. El individuo debe elegir, valorar, diferenciar el rumbo de sus acciones reconociendo que su elección no es una mera elección de cosas, sino elección del propio ser; en esa elección radica la construcción de su carácter (éthos) y de su destino. Pero esa elección nunca es una elección solitaria, es una elección que compromete a otros porque “la realidad no se presenta como una variedad de objetos apetecibles, sino como un mundo transitado, como un complejo de rutas vitales”16 en las cuales y a través de las cuales se construye la dimensión humana del hombre. Desde esta perspectiva podemos entonces afirmar que los valores existen porque existe el hombre, pero van más allá de él como individuo, es decir los valores aspiran a trascender lo dado, lo particular, apuntan siempre a lo mejor y en este sentido se plantean con carácter universal y comunitario.
Si los valores forman parte esencial del entramado que constituye la realidad del hombre, ¿por qué entonces hoy se ponen en cuestionamiento?, ¿por qué incluso hay quienes se atreven a exclamar que ya no hay valores? ¿Por qué quienes defienden los valores tradicionales se sienten a veces rebasados por la realidad? La clave para entender la situación de los valores morales hoy quizás deberíamos buscarla en la aseveración de Fromm de que en el mundo moderno hemos cambiado el ser por el tener. El desarrollo económico, científico y tecnológico trajo consigo el olvido del ser; el espejismo del consumo que simula la posibilidad infinita de elecciones hizo que la libertad de ser fuera sustituida por la libertad de hacer que parece a simple vista más fácil, menos comprometida.
Vivimos, se dice, una crisis de valores, pero según hemos apuntado anteriormente los valores, como tales, no pueden estar en crisis en tanto que no existen como cosas en sí, sino como expresión de una relación hombre/mundo. Lo que está en crisis entonces, no son los valores sino el hombre mismo que se encuentra en un mundo donde las certidumbres más fundamentales parecen de pronto deshacerse frente a sus ojos. El hombre está amenazado por la capacidad de elección que se acrecienta exponencialmente y llega cada vez a ámbitos más privados y más desconocidos; entonces surge como reacción la indiferencia que aisla y deshumaniza, o el miedo a la libertad que esclaviza y enajena. En el fondo el hombre se descubre desprovisto de razones vitales. El progreso prometía hacer la vida más fácil, más amable, más divertida, pero nunca nos preguntamos a qué costo. La guerra, el hambre, la contaminación nos enfrentan a una realidad que no puede ser ignorada, los avances científicos no han sido suficientes para hacernos mejores, nos hemos fragmentado, exteriorizado, hemos olvidado la diánoia, la reflexión, la mirada interior que asegura
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