La Casa 1028
Enviado por dany.mercedes • 1 de Abril de 2013 • 1.673 Palabras (7 Páginas) • 405 Visitas
La tradición de la casa No. 1028
En la calle Chile, casi frente a las Escribanías, existe una casa con la arquitectura característica de la época colonial. Lleva el No. 1028 (hoy edificio Guerrero) y ni el transcurso de muchísimos años ni otros fenómenos de la naturaleza, han logrado herir su solidez.
Vive allí, esa casa anciana en pleno Quito, enseñando todavía el viejo portón remachado con gruesos clavos de artísticas cabezas; sus paredes anchas, el zaguán empedrado a la rústica; los corredores espaciosos y protegidos por gruesos pilares de piedra; el patio y con abundancia de sol como era costumbre en aquellos buenos tiempos. Cuando se la ve por primera vez, tiene algo que atrae la atención, cuando se charla sobre ella con viejos inquilinos, se apodera del que pregunta una curiosidad intensa y hasta rara, porque luego de satisfecha, quedan gravitando en el cerebro remembranzas de aparecidos y de fantasmas provocadores de sustos y hechos miedosos.
Dicen que en las noches de conjunción, se oyen aún pasos lentos que arrastran cadenas; gemidos prolongados como de seres agobiados por agudas dolencias; inclusive el bufido sordo y hueco como de un toro agónico, y otros ruidos extraños venidos de ultratumba. Dicen también que un fuerte temblor, abrió en la fachada una grieta ancha que produjo temores en sus propietarios; pero que poco tiempo después, otro movimiento terráqueo, compuso el desplome y desapareció la grieta, quedando la pared en sitio normal.
Estos fenómenos se atribuyen a un hecho espeluznante sucedido en una época perdida en el trayecto de muchísimos años, tal vez de siglos.
Los ricos propietarios de la casa
Eran propietarios de aquella casa, Don Ramón N. y Doña Isabel N.; descendientes ambos de nobles familias quiteñas, cuyos apellidos no es necesario determinarlos para el objeto de este relato.
Poseían varias haciendas cuyos rendimientos les permitía vivir con lujo y riqueza.
Pero lo que más apreciaban, era su única hija que la Providencia les había concedido en veinte años de feliz matrimonio. Se llamaba Bella Aurora, coincidiendo su nombre con sus virtudes y su hermosura.
Sus padres ponían especial cuidado en que nada le falte, ni tenga la menor contrariedad. Su alcoba estaba arreglada con extraordinario lujo. Cubrían las paredes costosos tapices y cuadros valiosos. En el marco de las puertas y ventanas, colgaban cortinas de finísimos rasos de seda, aborlonados con gruesos cordones de oro. Y luego, sobre la mullida alfombra del piso estaban regados caprichosamente cojines con artísticos y llamativos bordados. Y muebles de caoba de admirable acabado y en fin mucha riqueza por todas partes. En el ropero tenía innumerables vestidos, que eran frecuentemente renovados por habilísimas costureras. Sus joyas eran verdaderas maravillas de oro y pedrería, talladas por maestros en el arte de orfebrería. De tal manera se habían empeñado Don Ramón y doña Isabel en rodear a su hija de riquezas y comodidades, que si la riqueza es suficiente para hacer feliz a un ser humano, Bella Aurora debía ser mil veces feliz.
Un sueño horrible
Sin embargo, el semblante de Bella Aurora no manifestaba tanta felicidad y con frecuencia más bien, delataba alguna tristeza por ignorados motivos.
Una circunstancia inesperada agravó la intranquilidad inexplicada de Bella Aurora. Una noche que al parecer dormía risueñamente en su alcoba, al dar las doce, despertó sobresaltada, y arrojándose de su lecho, empezó a dar gritos angustiosos, de manera que la numerosa servidumbre acudió presurosa a cerciorarse si no le había ocurrido algún accidente fatal.
Y trabajo costó conseguir que la muchacha recobrara su serenidad y al fin hablara refiriendo lo sucedido. Mas sólo aplacó su espanto cuando acudieron a consolarla Don Ramón y su esposa.
Entonces pudo hablar con angustioso ánimo.
Refirió, pues, que había visto en sueños una opulenta corrida de toros, que se celebraba con delirante entusiasmo y que cuando ella veía tranquilamente las incidencias del popular regocijo, súbitamente un toro negro con frente blanca, que había hecho derroche de ferocidad, se presentó frente al embarrerado donde ella estaba, y con voz de trueno le ordenó: Bella Aurora, baja! Y como presa de espanto, se resistiera a obedecerle, la bestia subió fácilmente al tablado, mugió de rabia y luego de romperle su ropaje de seda y sus joyas con su áspera lengua, hundió cruelmente sus afilados cuernos hasta atravesarle el corazón, arrancándole un terrible grito de dolor, despertándose en ese momento, para llamar a sus sirvientes.
La niña contó el sueño tan a lo vivo, que los que la escuchaban, se santiguaron con devoción, mirando luego por todas partes como si temiera que seres extraños invadieran el regio aposento. Inclusive Don Ramón y doña Isabel, no pudieron disimular su preocupación por el raro sueño de su hija.
Con todo, la tranquilizaron y para librarle de temores, resolvieron terminar la noche junto a ella, para abrumarla de caricias, mientras asome la luz del nuevo día.
Una gran corrida de toros.
Era una tarde despejada y alegre. La que hoy es Plaza de la Independencia, presentaba un aspecto de fiesta.
En los balcones de las casas se había colocado nutridas banderas de diferentes colores. Alrededor de
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