La Educación Prohibida

‘La educación prohibida’: un libelo contra la escuela pública

El reciente y largamente anticipado estreno del film "La educación prohibida" tuvo pronto eco en los medios de comunicación y en la comunidad educativa. Plagada de clichés y falacias de todo tipo, y contaminada con propuestas tanto o más aberrantes y dogmáticas que las que dice criticar, la película se constituye en un desembozado ataque a la educación pública bajo el pretexto de querer mejorarla.

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A primera vista, la propuesta de “La educación prohibida” es presentar soluciones alternativas para remediar los males del modelo educativo basado en la instrucción sistemática, universal y obligatoria que llevan adelante todas las naciones del planeta. ¡Menuda tarea! Pero ya desde las primeras escenas puede advertirse que la representación que se hace de ese modelo es absolutamente sesgada y se apoya en estereotipos de una estrechez rayana con el ridículo.

Los profesores son invariablemente autoritarios, agresivos e insultantes; todos los alumnos se aburren soberanamente y da lo mismo que sean varones o mujeres, grandes o pequeños: la escuela siempre está en su contra. Ya el primero de una larguísima lista de entrevistados descerraja un lapidario “después de 12 años en la escuela no aprenden a leer comprensivamente, ni las operaciones matemáticas”.

Durante casi dos horas y media, lo que se presenta en los papeles como una obra “documental” prueba ser un libelo destinado a agredir a millones de educadores sin darles el más mínimo derecho a réplica, sin abrir al menos un resquicio para que alguna voz exprese una que otra objeción hacia lo que se muestra y se dice.

La tesis del film es que la escuela no sirve para nada, que destruye la creatividad, mata la curiosidad, instruye sobre asuntos irrelevantes, y somete a los niños y a los jóvenes a las peores torturas intelectuales y morales. Y no es que esas cosas no sucedan. El problema es que “La educación prohibida” da a entender que así son todas las escuelas, por medio de una deshilvanada historia de alumnos y profesores plagada de exageraciones, ingenuidades y generalizaciones, amén de pésimamente actuada.

El film incluye una síntesis histórica que sólo refleja el costado favorable a su tesis: en Atenas no había escuelas, la educación en Esparta estaba basada en la crueldad y el sufrimiento, el Despotismo Ilustrado creó un sistema opresivo y clasista, la escuela prusiana condujo al nazismo, y la Revolución Industrial aplicó el taylorismo a la instrucción pública. No hay una sola mención a Comenio, a Locke ni a Rousseau. Para los guionistas de este panfleto pseudolibertario no existió un Thomas Paine combatiendo el absolutismo y su educación doctrinaria; ni un Horace Mann, para quien un gobierno republicano sin medios dirigidos a la educación universal era “el más crudo y absurdo experimento jamás intentado por el hombre”. Nada se nos dice de un Gabino Barreda, un Giner de los Ríos o un Bertrand Russell, defensores incansables de la libertad de cátedra y declarados enemigos de la introducción en las escuelas de dogmas religiosos, políticos o morales. Y mucho menos se dice, por supuesto, de los millones y millones de educadores

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