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La teoría de la selección natural


Enviado por   •  29 de Octubre de 2012  •  Reseña  •  1.476 Palabras (6 Páginas)  •  447 Visitas

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Cuando estaba como naturalista a bordo del Beagle, buque de la marina

real, me impresionaron mucho ciertos hechos que se presentan en la distribución

geográfica de los seres orgánicos que viven en América del Sur

y en las relaciones geológicas entre los habitantes actuales y los pasados

de aquel continente. Estos hechos, como se verá en los últimos capítulos

de este libro, parecían dar alguna luz sobre el origen de las especies, este

misterio de los misterios, como lo ha llamado uno de nuestros mayores

filósofos. A mi regreso al hogar ocurrióseme en 1837 que acaso se podría

llegar a descifrar algo de esta cuestión acumulando pacientemente y reflexionando

sobre toda clase de hechos que pudiesen tener quizá alguna

relación con ella. Después de cinco años de trabajo me permití discurrir

especulativamente sobre esta materia y redacté unas breves notas; éstas

las amplié en 1844, formando un bosquejo de las conclusiones que entonces

me parecían probables. Desde este período hasta el día de hoy me he

dedicado invariablemente al mismo asunto; espero que se me puede excusar

el que entre en estos detalles personales, que los doy para mostrar

que no me he precipitado al decidirme.

Mi obra está ahora (1859) casi terminada; pero como el completarla me

llevará aún muchos años y mi salud dista de ser robusta, he sido instado,

para que publicase este resumen. Me ha movido, especialmente a hacerlo

el que míster Wallace, que está actualmente estudiando la historia natural

del Archipiélago Malayo, ha llegado casi exactamente a las mismas

conclusiones generales a que he llegado yo sobre el origen de las especies.

En 1858: me envió una Memoria sobre este asunto, con ruego de que

la transmitiese a sir Charles Lyell, quien la envió a la Linnean Society y

está publicada en el tercer tomo del Journal de esta Sociedad. Sir C. Lyell

y el doctor Hooker, que tenían conocimiento de mi trabajo, pues este último

había leído mi bosquejo de 1844, me honraron, juzgando, prudente

publicar, junto con la excelente Memoria de míster Wallace, algunos breves

extractos de mis manuscritos.

Este resumen que publico ahora tiene necesariamente que ser imperfecto.

No puedo dar aquí referencias y textos en favor de mis diversas

afirmaciones, y tengo que contar con que el lector pondrá alguna confianza

en mi exactitud. Sin duda se habrán deslizado errores, aunque espero

que siempre he sido prudente en dar crédito tan sólo a buenas autoridades.

No puedo dar aquí más que las conclusiones generales a que he

llegado con algunos; hechos como ejemplos, que espero, sin embargo,

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serán suficientes en la mayor parte de los casos. Nadie puede sentir más

que yo la necesidad de publicar después detalladamente, y con referencias,

todos los hechos sobre que se han fundado mis conclusiones, y que

espero hacer esto en una obra futura; pues sé perfectamente que apenas

se discute en este libro un solo punto acerca del cual no puedan aducirse

hechos que con frecuencia llevan, al parecer, a conclusiones directamente

opuestas a aquellas a que yo he llegado. Un resultado justo puede obtenerse

sólo exponiendo y pesando perfectamente los hechos y argumentos

de ambas partes de la cuestión, y esto aquí no es posible.

Siento mucho que la falta de espacio me impida tener la satisfacción de

dar las gracias por el generoso auxilio que he recibido de muchísimos naturalistas,

a algunos de los cuales no conozco personalmente. No puedo,

sin embargo, dejar pasar esta oportunidad sin expresar mi profundo

agradecimiento al doctor Hooker, quien durante los últimos quince años

me ha ayudado de todos los modos posibles, con su gran cúmulo de conocimientos

y su excelente criterio.

Al considerar el origen de las especies se concibe perfectamente que

un naturalista, reflexionando sobre las afinidades mutuas de los seres orgánicos,

sobre sus relaciones embriológicas, su distribución geográfica,

sucesión geológica y otros hechos semejantes, puede llegar a la conclusión

de que las especies no han sido independientemente creadas, sino

que han descendido, como las variedades, de otras especies. Sin embargo,

esta conclusión, aunque estuviese bien fundada, no sería satisfactoria

hasta tanto que pudiese demostrarse cómo las innumerables especies

que habitan el mundo se han modificado hasta adquirir esta perfección

de estructuras y esta adaptación mutua que causa, con justicia, nuestra

admiración. Los naturalistas continuamente aluden a condiciones externas,

tales como clima, alimento, etc., como la sola causa posible de variación.

En un sentido limitado, como veremos después, puede esto ser verdad;

pero es absurdo atribuir a causas puramente externas la estructura,

por ejemplo, del pájaro carpintero, con sus patas, cola, pico y lengua tan

admirablemente adaptados para capturar insectos bajo la corteza de los

árboles. En el caso del muérdago, que saca su alimento de ciertos árboles,

que tiene semillas que necesitan ser transportadas por ciertas aves y que

tiene flores con sexos separados que requieren absolutamente la mediación

de ciertos insectos para llevar polen de una flor a otra, es igualmente

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