Lealtad Y Traición. Jorge Semprún Y Su Siglo De Franziska Augstein
Enviado por lissieponce • 13 de Abril de 2014 • 1.413 Palabras (6 Páginas) • 191 Visitas
La vida de Jorge Semprún está inextricablemente relacionada con gran parte de la historia del siglo XX. Nacido en Madrid en 1923, es hijo de un catedrático de derecho que fue también gobernador civil de Toledo y Santander (José María de Semprún), y de Susana Maura, hija de quien fuera presidente del Consejo de Ministros con el rey Alfonso XIII. Su madre murió en 1932 y su padre volvió a casarse. El estallido de la Guerra Civil le sorprende en Lequeitio y poco después la familia (en septiembre de 1936) se exilia. Se establece, tras un tiempo de errancia, en París. Semprún inició los estudios de filosofía y letras en la Sorbona en 1942 e inmediatamente ingresó en el Partido Comunista Francés, tomando parte en la Resistencia. Detenido por la Gestapo (octubre de 1943), fue torturado y, tras varios meses preso en Francia, fue deportado al campo de concentración de Buchenwald, donde permaneció desde el 29 de enero de 1944 hasta el 11 de abril de 1945 con el número de preso 44.909. Terminada la guerra, trabajó para la UNESCO y desde 1953, ya miembro del Comité Central del PCE, viajó numerosas veces a España de manera clandestina, con la misión de organizar la oposición comunista al franquismo. Fue expulsado en 1964 del partido (al mismo tiempo que Fernando Claudín), debido a su enfrentamiento con Santiago Carrillo, al proponer, frente al seguimiento de las tesis y directrices soviéticas, una vía democrática al comunismo (eurocomunismo). De esta última experiencia dará cuenta, mucho más tarde, en un libro polémico y revulsivo para los convencidos: Autobiografía de Federico Sánchez (1977). Hay que señalar –en este rápido currículo– que desempeñó el cargo de ministro de Cultura, durante tres años, en la segunda legislatura de Felipe González.
El libro de Franziska Augstein, Lealtad y traición. Jorge Semprún y su siglo, es una biografía, pero no se ocupa de toda la vida del escritor hispanofrancés (si lo hago en parte francés, a pesar de que siempre tuvo pasaporte español, es porque como escritor ha empleado, sobre todo, la lengua francesa). El padre de Augstein, alemana nacida en 1964, nació el mismo año que Semprún y, aunque no se sintió nazi, perteneció a las juventudes nazis y fue movilizado en la guerra. En 1979 publicó un artículo hablando del Holocausto donde afirma que solo después de la guerra se enteró de que los nazis habían practicado el asesinato sistemático de judíos. Semprún, es sabido, cree que el no querer saber actuó como una suerte de negación y de amnesia. En Weimar, la pequeña ciudad cercana al campo de Buchenwald, era imposible ignorar lo que sucedía a pocos kilómetros. Semprún, por otro lado, a pesar de su experiencia no desarrolló odio al pueblo alemán; y, español, no judío, ferviente comunista entonces enfrentado al fascismo, vivió la experiencia concentracional desde la resistencia ideológica. Se entiende que simplifico: la meditación moral en Semprún (lector ya entonces de Kant) trasciende la ideología.
La vida de Semprún parece varias vidas, y no solo por haber sobrevivido a un campo de concentración alemán sino por la riqueza de sus aventuras, de sus compromisos históricos e, incluso, de sus plurales identidades durante la clandestinidad. Semprún ha sido un hombre de acción, pero también alguien que ha meditado lo vivido, que ha hecho suya, minuciosamente, su experiencia, que nunca es algo del todo de un individuo porque –y más en este caso– está en estrecho contacto con los otros. La memoria de la experiencia, lo que Ortega llamaba vivencia, le ocurre a una persona, y Semprún ha defendido siempre esa dimensión única, hasta el punto de afirmar que su memoria “jamás ha estado determinada por circunstancias colectivas o sociales”. Esta afirmación, discutible en cualquiera, define un aspecto de su personalidad y Augstein, a lo largo de su biografía, va desgranando un poco la defendida autonomía de Semprún. A diferencia de Malraux (comunista, activista, novelista y ministro de Cultura, hasta aquí todo coincide), Semprún nunca adoró a grandes personajes, fueran Stalin, Mao, DeGaulleo, T. E. Lawrence; tampoco veo yo que haya tenido figuras tutelares en la literatura, fuertes admiraciones explícitas, aunque es evidente la influencia de Malraux, al que, curiosamente, evitó conocer en persona. A diferencia de muchos supervivientes de los campos, él nunca se sintió culpable
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