Lo Velado Y El Poder De La Risa En EL NOMBRE DE LA ROSA
Enviado por marianacsalas • 2 de Septiembre de 2013 • 4.033 Palabras (17 Páginas) • 367 Visitas
En el presente trabajo se propone un análisis respecto a los espacios y el debate de la risa en El nombre de la rosa de Umberto Eco atendiendo principalmente a las formas de ocultamiento y revelación de la verdad.
La novela transcurre en una abadía benedictina, ubicada en la cima de una montaña de alguna región no específica de Italia. Esta disposición espacial pretende, por un lado, reflejar una proximidad entre la orden religiosa y el cielo y, por el otro, poner en evidencia la distancia entre ésta y la ciudad. Así la Iglesia se posiciona como mediadora entre el orden divino y el terrenal, pero sin tener contacto con este último. Esta sociedad que vive “allá abajo”, está formada por los simples pero también por las universidades; es observada con desprecio y asociada a lo pecaminoso y la herejía.
Es de esta ciudad de la que se defiende la abadía tras sus murallas, erigiéndose así como una fortaleza. La lengua vulgar, acusada de vehículo de herejía, junto con la risa permanece fuera de estos muros, límite de dos mundos opuestos.
En el interior se encuentran diferentes construcciones entre las que se impone el edificio por su magnitud. La distribución de los espacios denota que la creación de la abadía responde a los preceptos de la razón. En esta búsqueda de perfección matemática, se logra una óptima adaptación y aprovechamiento de la naturaleza: “La portada daba a occidente, de forma que el coro y el altar estuviesen dirigidos hacia oriente y, por la mañana temprano, el sol despuntaba despertando directamente a los monjes en el dormitorio y a los animales en los establos” (p.35).
De acuerdo con la concepción maniqueísta de la Edad Media, los espacios están vistos desde la perspectiva de luces y sombras. En esta bipolaridad la luz condensa los valores positivos como la bondad, la armonía, lo divino, el saber, la belleza y la verdad. En contraposición, la sombra carga con connotaciones negativas: el pecado, lo demoníaco y lo velado, ya que así como la luz permite la visión, la sombra lo impide. Este juego de opuestos atraviesa la obra alterando la percepción que el narrador tiene de las cosas e incluso modificando su ánimo:
“percibí a través de las ventanas del coro, justo encima del altar, una pálida claridad que ya encendía los diferentes colores de las vidrieras, mortificados hasta entonces por la tiniebla (…) Apenas era el débil anuncio del alba invernal, pero bastó para reconfortar mi corazón” (p.123).
Según la cita, la tiniebla se encarga de mortificar mientras que la claridad, de reconfortar al sujeto. En presencia de la luz, se descubren los colores y su transparente claridad permite conocer la esencia de las cosas.
De este modo “tenemos una abadía nocturna y una diurna, y la nocturna parece, por desgracia, muchísimo más interesante que la diurna” (p.315). Aún así, comencemos por la diurna.
Existen diversos espacios en la novela identificados específicamente con la luz. Por ejemplo, la iglesia abacial es vislumbrada en todo su esplendor, la luz funciona como presencia de Dios, que purifica y embellece el ambiente:
“la luz penetraba a raudales por la ventana del coro, con más abundancia aún, por la de las fachadas, formando blancos torrentes que, como místicos arroyos de sustancia divina, iban a cruzarse en diferentes puntos de la iglesia, inundando incluso el altar” (p.166).
Los adornos realizados en materiales preciosos, como el oro y las diferentes joyas engastadas en él, son vehículo de luz y por ello también de Dios. Representan la perfección divina, materializan su brillo y se asocian a la pureza destacándose por sobre todas las otras cosas terrenales. Esta visión de Dios en las riquezas (alejado del “fango”) tomará importancia en los debates sobre la pobreza de Cristo que se producirán a lo largo de la novela.
El otro espacio representado positivamente con la excesiva luz es el scriptorium donde los monjes leen, copian y estudian. En su descripción la repetición de los términos “luz” y “ventanas” intensifican la luminosidad que abarca la gran extensión del ambiente. Allí la claridad se vuelve herramienta necesaria para el conocimiento de la verdad (asociada también a la Verdad divina). De esta forma, Dios, representado en el astro solar acompaña las dos tareas benedictinas “orare et labore”.
Cuando el sol llega a su ocaso, la noche lo cubre todo y como dice el protagonista, Guillermo de Baskerville: “aquí las cosas más interesantes suceden de noche. De noche se muere, de noche se merodea por el scriptorium, de noche se introducen mujeres en el recinto” (p.315).
A pesar de la oscuridad, en la noche sobreviven algunas luces que poseen significados diferentes. La luna se hace presente con diversas connotaciones. En una primera instancia, es la única luz que baña el scriptorium, cuando Adso logra escapar de la oscuridad de la biblioteca y es recibida por él con gran alivio. En el transcurso de esta escena, la luz nocturna en contraste con la biblioteca, de la que se hablará más adelante, posee un valor claramente positivo.
Asimismo esta luna revela a Adso el cuerpo desnudo de la mujer durante la relación carnal reconociendo su belleza y su pecado. La muchacha es descripta en un principio como una sombra, luego reconocida ante la luz lunar y adornada de perlas; también se la compara repetidamente con elementos lumínicos: “la que se alzaba ante mí como la aurora, bella como la luna, resplandeciente como el sol” (p.289). Por último, es parangonada con “el fuego esplendoroso”. Estas imágenes de claroscuros más que definir la esencia de la muchacha, nos descubren el estado de confusión del narrador, entre la fascinación, el goce y la culpa.
Otro tipo de luminosidad nocturna son las lámparas. Éstas siendo el único artefacto de iluminación artificial de la época no requerirían mayor atención, sin embargo su repetida mención en relación al fuego lo merece. El fuego se muestra capaz de iluminar pero también de quemar y destruir. Debido a ello está vinculado a lo infernal, al ardor de la lujuria (como sucede con la muchacha) y demás pasiones que arrastran al hombre al pecado.
No obstante, la llama genera una luz pero ésta no es equiparable a la luz solar y divina, es más tenue y no revela la belleza de las cosas sino que las deforma:
“Jorge subió al púlpito (…) su rostro estaba iluminado por la luz del trípode, única lámpara encendida en la nave. La luz de la llama ponía en evidencia la oscuridad que pesaba sobre sus ojos, que parecían dos agujeros negros” (p.464).
Es también el fuego que se presenta en el final de la novela como fuerza vencedora, destruyendo el libro, la biblioteca y la abadía.
De igual manera que la iglesia y el scriptorium
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