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Matar Al Mensajero


Enviado por   •  19 de Diciembre de 2012  •  1.985 Palabras (8 Páginas)  •  604 Visitas

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Matar al mensajero

Según Aristágoras de Tesalia, la costumbre de matar al mensajero que traía malas noticias data del siglo VIII (a. de J. C.) cuando Régulo ordena lapidar al correo que le informa que Xantipo, su carnero predilecto, ha caído por un despeñadero, haciéndose pedazos.

La historia recoge más tarde los avatares de Sebo de Agrigento, un joven espartano que debe notificar al monarca Cayo Sempronio que sus tropas han sido exterminadas en la batalla de Salamina.

Esparta ya estaba en decadencia, pero conservaba aún vestigios de anteriores grandezas. Cayo Sempronio, hijo de Argólida y Sempronio I el Adulto, nieto de Terencio Emilio, hermano de Trasimeno y Pánfilo el Ilota, sobrino de Alcibíades y Elenita, amigo cercano de Publio Escipión, cliente asiduo de Cátulo y paciente ocasional del sabio Pisístrato de Rodas, había teñido con su carácter sensible y perceptivo, la nueva cultura de su ciudad, tradicionalmente guerrera.

Muerto su padre, a quien en la intimidad familiar llamaban "El Cruel", el nuevo monarca no vaciló en dejar de lado las férreas costumbres militares que habían caracterizado al pueblo espartano. Durante su corto gobierno florecieron los cenáculos literarios, los juegos danzantes y los arreglos florales, reemplazando al adiestramiento de combate donde se habían forjado generaciones y generaciones de espartanos. Notificado del cambio, a través de trovadores trashumantes que cantaban las glorias de Esparta, la codicia floreció en el espíritu ambicioso de Aníbal, el Conquistador de las Galias.

Poco tiempo atrás, durante su campaña al Asia profunda, Aníbal había incorporado los elefantes a sus huestes, con lo que nació una nueva costumbre que habría de imponerse en todo el Peloponeso: el circo. Aníbal ya disponía de cuatro legiones reforzadas con elefantes, dos con osos bailarines y otras dos con perros equilibristas.

En el año 324 a. C. Aníbal, con su formidable ejército, cruza el Rubicón e invade las planicies de la Mesopotamia y el fértil valle del Metaponto, amenazando así directamente los dominios de Cayo Sempronio, a quien llamaban ya "El Esteta".

Cayo Sempronio no se intimida. Ante el disgusto de los principales pretorianos de su ejército y la inquietud de la población, pone al frente de sus tropas a Efraín de Cadmio, un pintor naturalista por quien sentía verdadera admiración y respeto.

Efraín no se arredra ante el desafío, pese a que debe enfrentar, ni más ni menos, a Aníbal y sus enloquecidos elefantes, flamantes conquistadores de toda Asia menor, parte de Asia mayor, trozos de Africa aborigen, y los imperios sunita, persa y mandarín, en el lejano y remoto Oriente.

Marco Polo, el viajero, es quien advierte a Efraín de Cadmio sobre los riesgos de su aventura. Polo es quien provee a Efraín de las telas para sus cuadros, trayéndolas desde los confines del reino de la Cochinchina en naves que han desafiado, ya, todos los mares. Conoce a Aníbal puesto que también ha comerciado con él, aprovisionándolo de elefantes, cocodrilos del Ganges y hasta gatos procedentes de Siam a los cuales Aníbal ha conferido cargos menores en su ejército de ocupación.

Efraín no duda. Convence a Cayo Sempronio de que deben tejer una alianza con las otras tribus de la región para detener a Aníbal.

"¡Datenta Aníbal! ¡Datenta Aníbal!", es la consigna que recorre, como un reguero del nuevo producto explosivo que han inventado los cochinchinos —la pólvora—, el valle del Eufrates, los olivares de Elche, los viñedos de Arcadia, las termas de Caracalla.

Los imperios vecinos deciden apoyar a Cayo Sempronio. Efraín de Cadmio reúne entonces bajo su mando a los oscuros cafres del vértice del Tigris, los asiáticos mongoles llegados desde las alturas de Tamerlán, los pálidos nativos alfareros de las riberas del Ganges.

Dispone, ya en el campo de batalla, los negros por un lado, los amarillos por el otro, y balancea los blancos de forma que el impacto visual no sea agresivo.

Diseña él mismo los uniformes, quitando cobres y brocatos, bronces y cuerinas, para reemplazarlos por aleaciones brillantes, capas vaporosas, tules y sandalias con coturno.

A fines del año 328 a. C., según Aristágoras de Tesalia, se produce la batalla de Salamina, donde Aníbal destroza sin piedad alguna a las legiones aliadas de Cayo Sempronio "El Esteta", bajo el mando de Efraín de Cadmio.

Siempre según Aristágoras, en sus escritos hallados a orillas del Mar Caspio, un solo hombre de Efraín salió con vida de la matanza, y fue el mensajero Sebo de Agrigento, un joven de apenas 14 años que corría como el viento.

Sebo, aún adolescente e inexperto, comprendió que la suerte estaba echada al observar que en el campo de batalla yacían sin moverse, sin hablar y sin emitir sonido alguno, los 130.000 hoplitas que su jefe había empujado a la contienda.

El joven, sin vacilar, emprendió veloz carrera hacia Esparta, distante unos cien kilómetros de allí. Debía avisar lo antes posible a su emperador, Cayo Sempronio, que debía huir precipitadamente, evacuar la ciudad, trepar a una nave y remontar el Eufrates antes de que la ensoberbecida soldadesca de Aníbal cayera sobre la ciudad y la redujera a escombros.

No obstante, Sebo no quería repetir la triste experiencia de Peidípides, el soldado de Maratón.

Recordaba que aquella historia se había contado, con lujo de detalles, durante largas noches en los fuegos de Esparta, traída por viajeros, caminantes y derviches. En la batalla de Maratón, un mensajero había corrido doscientos kilómetros hasta Esparta, para anunciar la amenaza persa, cayendo muerto luego de cumplir con su heroico cometido.

Sebo de Agrigento no deseaba una novedad a lo Pirro. Quería alertar a su monarca, pero conservar un resto de aliento para huir luego, junto con él, en el esquife.

Por lo tanto, en pleno escape, dosificó el esfuerzo

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