Piedra De Mar
Enviado por mary0507 • 5 de Julio de 2013 • 2.207 Palabras (9 Páginas) • 986 Visitas
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Francisco Massiani
Piedra de Mar
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C
arolina, Marcos y yo estábamos cogiendo sol. Teníamos un rato largo
echados en la arena y yo me sentía muy bien. Creo que es muy fácil
sentirse joven y feliz en la playa. Y junto a Carolina era más fácil todavía.
Carolina me miraba sonreída, y cuando yo cerraba los ojos, me echaba
el bolso de plástico en la barriga y se ponía a reír. O si no, se te quedaba
viendo, y tú no podías hacer otra cosa que mirarla y mirarla hasta que ella
te daba la espalda y volvía a echarse en la arena a coger sol. Estaba muy
contento y es eso lo que quiero decir, pero el imbécil de Marcos llegó
y dijo que:
-Oye Carol ¿Qué tal si vienes a ver el carro?
Y Carolina se levantó y se fue con él. Tú sabes José que este tipo está
loquito con el carro ¿no? Pero bueno. Lo cuento porque comencé a
sentirme muy mal. Cerré los ojos y traté de olvidarme de ella, pero no
podía. Después, un rato largo después, me levanté y me eché al agua. Fui
nadando hacia la balsa, y al llegar, le eché agua a la madera porque estaba
hirviendo. La rocié con la mano y cuando se enfrió me acosté con la cara
contra el cielo. Estuve ahí un buen rato mirando hacia arriba, y hasta me
medio dormí. Pero no estoy muy seguro. Además no creo que me haya
dormido: estaba pendiente de la playa, y a cada rato echaba una mirada
hacia el lugar donde estaban nuestras sillas.
TIEMPO DE LEER: UNA NOVELA
Vocabulario
.
Sugerimos discutir el signi cado y uso
de las palabras “llamaradas”, “espía”, “gipiando”,
“dilataba”, “pinché”.
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Massiani, Francisco (1979).
Piedra de Mar
. Caracas: Monte Ávila Editores.
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Carolina y Marcos no llegaban. Recuerdo que me quedé mirando el mar,
que estaba muy tranquilo. Las olitas eran pequeñas y la super cie estaba
cargada de pequeñas llamaradas blancas. También vi un yate y una lancha
que arrastraba a una esquiadora, y la mujer, hasta de eso me acuerdo, tenía
un bikini amarillo y su piel estaba muy tostada. La lancha hacía círculos
y pasaba muy cerca de la balsa, ladeándola cuando se deslizaba más
cerca, al levantar un oleaje más grande. Cuando se alejaba, formaba rieles
blancos en el mar. Debe ser muy sabroso esquiar en el mar. Creo que todo
lo que se hace en el mar es bueno. En todo caso, yo estaba en la balsa
y me sentí bastante bien, pero lo de Marcos comenzó a calentarme. Este
imbécil siempre busca la ocasión para quedarse solo con Carolina. Minutos
antes de invitar a Carolina para que viera el carro, me había negado el
cortauñas, y todo porque sabe perfectamente que soy timidísimo. Sabía
que yo tenía las uñas larguísimas. Sabía que a mi me daba asco ponerme
el traje de baño con estas uñas, y posiblemente me negó el cortauñas para
que yo no me bañara. Es decir: para quedarse solo con Carolina en el agua.
Afortunadamente encontré el cortauñas en la bolsa y pude salir de las uñas.
Y ahora estaba en la balsa, con las piernas metidas, viendo hacia el fondo
y no sé en qué diablos pensaba. Cuando me aburrí de estar cogiendo sol,
me persigné y en acto heroico me lancé de cabeza hacia el fondo. Apenas
pinché el agua, abrí los ojos y me sumergí lo más abajo que pude. Toqué
arena y me picaron los ojos. Apreté la arena helada, y vi cómo los granos se
me escapaban por entre los dedos. Después subí, nadé hasta la super cie,
y salí tosiendo. El agua se me metió por la nariz, y me picó la garganta.
Es realmente desagradable. Cuando me sucede se me quitan las ganas de
fumar. O mejor dicho: el cigarro no me sabe tan bien y es un asco. Pero
bueno. Estaba nadando de pecho y volví a sumergirme. Si hay algo bueno
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en este mundo, es transformarse en un submarino y espiar el silencio del
mar. En el segundo descenso vi piedras y algunas plantas. Creo haber visto
un pequeño pez, pero no estoy muy seguro. Cuando salí a ote, vi unas
piernas que se movían sobre mí. Bajo el agua parecían de gelatina. Creí
que era Carolina y estuve a punto de halarle una pata, pero me contuve.
Tomé aire, y en vez de Carolina, hallé el cuerpo de una muchacha que
pataleaba hacia la balsa. Yo seguí de espalda y de pecho hacia la playa, y al
n toqué tierra.
Después me fui caminando entre los paraguas de sol, y al llegar cogí la
toalla de Carolina. Estaba seca y tibia, y me gustó sentirla en la piel. Cuando
terminé de secarme me senté y cogí un cigarro de Marcos. Era difícil
encenderlo contra la brisa, pero insistí y al n le vi la cabeza roja. Aspiré
hondo, boté el humo y cerré los ojos. Entonces me medio dormí. Lo que
pasa es que ayer estuve tomando en la noche y me acosté tardísimo, y en
la silla estaba tratando de dormirme para recuperar fuerzas y hablar de una
vez por todas con Carolina.
Yo no sé si tú lo has sentido alguna vez José, pero cuando me eché en
la arena, cuando me puse boca abajo con el sol en la espalda, sentí que
el calor me dilataba y me transformaba en una gota de aceite. Algo así
como si tú fueras un pedazo de cera al fuego, y el fuego te derritiera hasta
transformarte en un líquido hirviendo que se expande poco a poco hasta
ganar la playa toda. Sientes que no tienes recuerdos ni ideas. Sólo imágenes
borrosas, imágenes que se vuelven gritos de niños, o el latigazo de repente
de una ola sobre la roca. Y esos latigazos revientan la memoria. Te asesinan.
Y tú resucitas entre las olas, convertido tan sólo en el hilito delgado que
abandona el mar en la orilla. Es una sensación maravillosa. Los brazos y las
piernas te crecen y se vuelven pájaros, piedras, sol, risa de mujer que está
cerca. Y sobre ti, sobre la playa, pesan los paraguas, los pies, la gente. El
cielo mismo parece una máscara de acero azul al rojo. Pero bueno, ustedes
deben haberlo sentido alguna vez y es inútil que yo se los recuerde. Y si en
todo caso no lo han sentido, entonces estoy perdiendo el tiempo, porque
es algo que hay que vivirlo, así como el sabor de una pera, de una uva que
hay que morder para masticar y conocer su jugo.
El jugo del sol. El jugo del mar. El jugo del sol, sobre todo, porque a veces
...