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«¿ Qué escribirás ahora, Richard? Después de Gaviota, ¿qué?


Enviado por   •  24 de Septiembre de 2015  •  Ensayo  •  28.853 Palabras (116 Páginas)  •  227 Visitas

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                                                                                                                                                                                                                                                                                                  ILUSIONES

Richard Bach

Nota del Autor

FUE UNA PREGUNTA que escuché en más de una ocasión después de la aparición de Juan Salvador Gaviota.

«¿ Qué escribirás ahora, Richard? Después de Gaviota, ¿qué?

Entonces contestaba que no tenía que escribir nada nuevo, ni una palabra, y que la suma de mis libros decía todo lo que me había propuesto hacerles decir. Cuando has pasado hambre durante algún tiempo, te han embargado el coche y te han sucedido cosas por el estilo, te sientes extraño al no tener que trabajar hasta medianoche.

Con todo, casi ningún verano olvidé a mi antiguo biplano. En él salía a sobrevolar los verdes océanos de nuestras praderas del Medio Oeste norteamericano. Cobraba tres dólares por pasajero y empecé a sentir que crecía la antigua tensión: aún quería decir algo; algo que no había dicho.

Escribir no me produce ningún placer. Si pudiera volverle la espalda a la idea agazapada en la oscuridad, si pudiera abstenerme de abrirle la puerta para dejarla entrar, ni siquiera cogería la pluma.

Pero alguna que otra vez se produce una gran explosión: cristales, ladrillos y astillas atraviesan violentamente la fachada, y un personaje se yergue sobre los escombros, me agarra por el cuello y me dice dulcemente: «No te soltaré hasta que me pongas en palabras, sobre el papel».

Así me encontré con Ilusiones.

Incluso ahí, en el Medio Oeste, me tumbaba boca arriba, vaporizando nubes, y no conseguía sacarme la historia de la cabeza... ¿Qué sucedería si apareciera un auténtico experto, capaz de explicarme cómo funciona mi universo y cuál es el sistema para domeñarlo? ¿Qué sucedería si encontrara a un superdotado... si visitara nuestro tiempo un Siddartha o un Jesús, con poder sobre las ilusiones del mundo merced a su conocimiento de la realidad que se oculta detrás de ellas? ¿Y qué sucedería si le encontrara en persona, si pilotara un biplano y aterrizara en el mismo prado donde lo hago yo? ¿Qué diría ese individuo, y cómo sería?

Quizá no se parecería al mesías de las páginas pringosas de mi diario, y tal vez no diría nada de lo que este libro dice. Pero si fuera cierto lo que me dijo él -por ejemplo, que materializamos magnéticamente en nuestras vidas todo aquello que albergamos en nuestro pensamiento-, estaría justificado, de alguna manera, el que yo haya llegado a este trance. Y lo mismo vale para ti. Quizá no tengas este libro en las manos por pura coincidencia; quizá hayas venido aquí para recordar algún elemento de estas aventuras.

He optado por pensar así. Y he optado por pensar que mi mesías está posado allí, en otra dimensión, y que no es en absoluto ficticio: nos vigila, y ríe porque encuentra divertido que las cosas sucedan tal como las hemos planeado.

1

  1. Vino al mundo un Maestro, nacido en la tierra santa de Indiana de Indiana, criado en las colinas místicas situadas al este de Fort Wayne.
  1. El Maestro aprendió lo que concernía a este mundo en las escuelas públicas de Indiana y luego, cuando creció, en su oficio de mecánico de automóviles.
  1. Pero el Maestro traía consigo los conocimientos de otras tierras y otras escuelas, de otras vidas que había vivido. Los recordaba, y presto que los recordaba adquirió sabiduría y fuerza, y la gente descubrió su fortaleza, y acudió a él en busca de consejo.
  1. El Maestro creía que disfrutaba de la facultad de ayudarse a sí mismo y de ayudar a toda la humanidad, y puesto que lo creía, así fue, de modo que otros vieron su poder y acudieron a él para que les curase de sus tribulaciones y sus muchas enfermedades.
  1. El Maestro creía que es bueno que todo hombre se vea a sí mismo como hijo de Dios, y puesto que lo creía, así fue, y los talleres y los garajes donde trabajaba se poblaron y atestaron con quienes buscaban su sabiduría y el contacto de su mano, y las calles circundantes con quienes sólo anhelaban que su sombra pasajera se proyectara sobre ellos y cambiara sus vidas.
  1. Sucedió, en razón de las multitudes, que varios capataces y jefes de talleres le ordenaron al Maestro que dejara sus herramientas y siguiera su camino, porque el apiñamiento era tal que ni él ni los otros mecánicos tenían espacio para trabajar en la reparación de los automóviles.
  1. Se internó, pues, en la campiña, y sus seguidores empezaron a llamarlo Mesías, y hacedor de milagros; y puesto que lo creían, así fue.
  1. Si estallaba una tormenta mientras él hablaba, ni una sola gota de lluvia tocaba la cabeza de uno de sus oyentes, y quienes estaban en el fondo de la multitud, escuchaban sus palabras con tanta nitidez como los primeros, aunque en el cielo retumbaran rayos y truenos. Y siempre les hablaba en parábolas.
  1. Y les dijo: “En cada uno de nosotros reside el poder de prestar consentimiento a la salud y a la enfermedad, a las riquezas y a la pobreza, a la libertad y a la esclavitud. Somos nosotros quienes las domeñamos y no otro.”
  1. Un obrero habló y dijo: “Es fácil para ti, Maestro, porque a ti te guían y a nosotros no, y no necesitas trabajar como trabajamos nosotros. En este mundo el hombre debe trabajar para ganarse la vida.”
  1. El Maestro respondió y dijo: “Una vez vivía un pueblo en el lecho de un gran río cristalino.
  1. “La corriente del río se deslizaba silenciosamente sobre todos sus habitantes: jóvenes y ancianos, ricos y pobres, buenos y malos, y la corriente seguía su camino, ajena a todo lo que no fuera su propia esencia de cristal.
  1. Cada criatura se aferraba como podía a las ramitas y rocas del lecho del río, porque su modo de vida consistía en aferrarse y porque desde la cuna todos habían aprendido a resistir la corriente.
  1. “Pero al fin una criatura dijo: ‘Estoy harta de asirme. Aunque no lo veo con mis ojos, confío en que la corriente sepa hacia dónde va. Me soltaré y dejaré que me lleve a donde quiera. Si continúo inmovilizada, me moriré de hastío’.
  1. “Las otras criaturas rieron y exclamaron: ‘¡Necia! ¡Suéltate, y la corriente que veneras te arrojará, revolcada y hecha pedazos contra las rocas, y morirás más rápidamente que de hastío!’
  1. “Pero la que había hablado en primer término no les hizo caso, y después de inhalar profundamente se soltó; inmediatamente la corriente la revolcó y la lanzó contra las rocas.
  1. Mas la criatura se empecinó en no volver a aferrarse, y entonces la corriente la alzó del fondo y ella no volvió a magullarse ni a lastimarse.
  1. “Y las criaturas que se hallaban aguas abajo, que no la conocían, clamaron: ‘¡Ved un milagro! ¡Una criatura como nosotras, y sin embargo vuela! ¡Ved al Mesías, que ha venido a salvarnos a todas!’
  1. “Y la que había sido arrastrada por la corriente respondió: ‘No soy más mesías que vosotras. El río se complace en alzarnos, con la condición de que nos atrevamos a soltarnos. Nuestra verdadera tarea en este viaje, esta aventura.’
  1. “Pero seguían gritando, aún más alto: ‘¡Salvador!, sin dejar de aferrarse a las rocas. Y cuando volvieron a levantar la vista, había desaparecido, y se quedaron solas, tejiendo leyendas acerca de un Salvador.”
  1. Y sucedió que cuando vio que la multitud crecía día a día, más hacinada y apretada y enfervorizada que nunca, y cuando vio que los hombres le urgían para que les alimentara con sus milagros, para que aprendiera por ellos y viviera sus vidas, se sintió afligido, y ese día subió solo a la cima de un monte solitario y allí oró.
  1. Y dijo en el fondo de su alma: “Será un Portento Infinito, si esa es tu voluntad, que apartes de mí este cáliz, que me ahorres esta tarea imposible. No puedo vivir las vidas de los demás, y sin embargo diez mil personas me lo suplican. Lamento haber permitido que sucediera todo esto. Si esa es tu voluntad, autorízame a volver a mis motores y a mis herramientas, y a vivir como los otros hombres.”
  1. Y una voz le habló en las alturas, una voz que no era ni masculina ni femenina, poderosa ni suave, sino infinitamente bondadosa. Y la voz le dijo: “No se hará mi voluntad, sino la tuya. Porque lo que tú deseas es lo que yo deseo de ti. Sigue tu camino como los otros hombres, y que seas feliz en la Tierra.”
  1. Al escucharla, el Maestro se regocijó, y dio las gracias, y bajó de la cima del monte tarareando una cancioncilla popular entre los mecánicos. Y cuando la multitud le urgió con sus penas, y le imploró que la curara y aprendiera por ella y la alimentara incesantemente con su sabiduría y le entretuviera con sus milagros, él le sonrió y le dijo apaciblemente: ”Renuncio.”
  1. Por un momento, la muchedumbre quedó muda de asombro.
  1. Y él continuó: “Si un hombre le dijera a Dios que su mayor deseo consistía en ayudar al mundo atormentado, a cualquier precio, y Dios le contestara y le explicara lo debía hacer ¿tendría el hombre que obedecer?
  1. “¡Claro, Maestro!”, clamó la multitud. “¡Si Dios se lo pide deberá soportar complacido las torturas del mismísimo infierno!”
  1. “¿Cualesquiera que sean esas torturas, y por ardua que sea la tarea?”
  1. “Deberá enorgullecerse de ser ahorcado, deleitarse de ser clavado a un árbol y quemado, si eso es lo que Dios le ha pedido”, contestó la muchedumbre.
  1. “¿Y qué haríais –preguntó el Maestro a la concurrencia- si Dios os hablara directamente a la cara y os dijera:

‘OS ORDENO QUE SEÁIS FELICES EN EL MUNDO, MIENTRAS VIVÁIS’  ¿Qué haríais entonces?

  1. La multitud permaneció callada. Y no se oyó una voz, un ruido, entre las colinas ni en los valles donde estaba congregada.

  1. Y el Maestro dijo, dirigiéndose al silencio: “En el sendero de nuestra felicidad encontraremos la sabiduría para la que hemos elegido esta vida. Esto es lo que he aprendido hoy, y opto por dejaros ahora para que transitéis por vuestro propio camino, como deseáis.”
  1. Y marchó entre las multitudes y las dejó, y retornó al mundo cotidiano de los hombres y las máquinas.

2

CONOCÍ a Donald Shimoda a mediados del verano. En los cuatro años que llevaba volando no había encontrado a ningún otro piloto que hiciera lo que yo: dejarse llevar por el viento de un pueblo a otro, ofreciendo paseos en un viejo biplano a tres dólares por diez minutos de vuelo.

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