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Enviado por   •  14 de Enero de 2014  •  509 Palabras (3 Páginas)  •  196 Visitas

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LA LEYENDA DEL NIÑO-PAJARO

Yo sí conocí al niño-pájaro cuando estaba en tercer año de primaria. Es más, estábamos en el mismo salón de clases, y se llamaba Agustín.

Agustín no usaba zapatos, porque era muy pobre y vivía solo con su mamá. Por las tardes, se dedicaba a vender chicles en la pequeña plaza del puerto, y varias veces se me escondió cuando me veía pasar por esa plaza.

El niño-pájaro siempre llegaba tarde a clases, con el pelo rizado despeinado o a medio peinar, la cara surcada de mocos verdes y el ceño fruncido como halcón. De verdad, tenía un rostro feroz, o por lo menos así se me figuraba. Era muy silencioso, nunca hablaba en clase, y si por casualidad el maestro se fijaba en el y le preguntaba algo, generalmente contestaba tartamudeando alguna pendejada que hacía reír a todo el grupo, mientras él se ponía rojo de vergüenza.

En serio, el niño-pájaro era bastante burro. Le decíamos el niño-pájaro porque a la hora del recreo no jugaba con nadie, se quedaba sentado en algún rincón de la escuela, y durante la media hora completa silbaba canciones rancheras. Cuando regresábamos del recreo, el niño-pájaro entraba al salón todavía chiflando hasta que el maestro lo callaba.

El niño-pájaro tenía también por costumbre ir por las tardes a un muellecito, y sentarse a ver a las gaviotas volar y clavarse en el mar, y nadar como patos mientras se engullían alguna sardina.

Alguna vez Agustín me pidió prestados veinte centavos para comprar el desayuno escolar, por lo que yo, imaginándome el hambre que tendría como para vencer su pena, se los presté para jamás cobrárselos.

Me fui a hacer el cuarto año a otra ciudad, y luego, cuando regresé a quinto año, Agustín ya no estaba en la escuela. Me platicaron que su mamá lo había abandonado, y que ahora trabajaba de bolero por las mañanas y de chiclero por las tardes. Lo volví a ver de lejos algunas veces en la plaza, pero también se me escondió.

Al año siguiente, cuando pasé a sexto, el niño-pájaro desapareció.

Dicen que la última vez que lo vieron fue en una tarde calurosa, por el muellecito, cargando su cajón de bolero, caminando lentamente y con el ceño fruncido, con la cara surcada de mocos verdes, descalzo y despeinado, y que iba silbando alguna canción ranchera. Suponen que se cayó del muelle y que la corriente lo arrastró y se ahogó. Digo “suponen” porque nunca encontraron su cuerpo.

Yo, en cambio, creo otra cosa, porque hace como dos años, cuando estaba de vacaciones en mi tierra, en una playa solitaria con mis hijas – recuerdo especialmente lo caluroso de esa tarde – una extraña gaviota con ojos de halcón aterrizó y se nos acercó. Lentamente dejó en la arena una vieja y oxidada moneda de veinte centavos que llevaba en el pico. Aleteó un poco,

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